En una oportunidad, pasaron unas amigas a recogerme en su automóvil para ir a hacer unas compras. Yo les pedí que me llevaran primero a casa de otra amiga porque necesitaba entregarle algo. Cuando llegamos ella me pidió que subiera al tercer piso a ver su nuevo departamento. Al bajar la escalera con la dueña de casa y su mamá, lo hice apresuradamente, y dando un traspié empecé a rodar por esa escalera de cemento y granito, hasta que mi cabeza y hombros dieron fuertemente contra el codo de la escalera. Ahí me detuve. Mis amigas, que venían unos pasos atrás de mí, comenzaron a gritar pensando que había muerto.
Yo me quedé en silencio unos momentos, y empezaron a venir a mi mente ideas que había estado estudiando con mucho amor. Sentí que Dios, el Principio divino, estaba conmigo para cuidarme y protegerme.
Días antes yo había estado leyendo y releyendo un artículo de El Heraldo, publicado en diciembre de 1978 y titulado "El Principio divino eternamente operativo". El autor hable en forma clara y contundente de la acción permanente de la Verdad y de las leyes superiores del Principio divino que siempre están actuando en toda Su Creación, manteniéndola armoniosa y perfecta. Realmente, me di cuenta de que Él no tiene opositor ni oposición, ni fuerza que se le oponga.
Entonces recordé estas palabras de la Biblia: "Él envía su palabra a la tierra; velozmente corre su palabra" (Salmo 147:15).
En poco tiempo pude enderezarme y les dije a mis amigas que se quedaran tranquilas porque todo estaba bien. Aún sin creerlo me quisieron ayudar con un botiquín de primeros auxilios, pero les dije que no era necesario. Me despedí y salí.
Cuando entré en el auto conté lo que había sucedido y le pedí a una de estas amigas, estudiante de la Ciencia Cristiana, que me mirara la cabeza para ver si me estaba saliendo sangre. Ella me dijo que prefería no mirar y que era mejor tener presente que, como yo misma había sentido, yo estaba bien.
Continuamos con nuestros planes, y al llegar a mi casa por la noche, ya me había olvidado por completo del accidente.
En la madrugada me despertó un fuerte dolor en el hombro. Me sentí impulsada a masajearlo pero me vinieron las palabras de mi amiga de que yo ya estaba bien. No le hice caso y me volví a dormir. A las seis de la mañana, me desperté con dolor en la nuca y nuevamente recordé esas palabras y empecé a orar.
Luego me levanté, me di una ducha de agua fría y me lavé la cabeza comprobando que estaba bien. Nunca encontré la más pequeña evidencia de un accidente ni de un golpe. No quedó rasguño, moretón, ni raspón, en ninguna parte del cuerpo. Fue una curación completa y maravillosa.
Mary Baker Eddy escribió en su obra Escritos Misceláneos: "Este poderoso Principio supremo lo gobierna todo en el reino de lo real, y es Dios con nosotros, el Yo soy" (pág. 331). Ciertamente, cuando nos apoyamos con persistencia y sin dudar en este Principio gobernante, podemos comprobar que las enseñanzas de la Ciencia Cristiana se pueden aplicar dondequiera que estemos y bajo toda circunstancia.
Bogotá, Colombia
