En una oportunidad, pasaron unas amigas a recogerme en su automóvil para ir a hacer unas compras. Yo les pedí que me llevaran primero a casa de otra amiga porque necesitaba entregarle algo. Cuando llegamos ella me pidió que subiera al tercer piso a ver su nuevo departamento. Al bajar la escalera con la dueña de casa y su mamá, lo hice apresuradamente, y dando un traspié empecé a rodar por esa escalera de cemento y granito, hasta que mi cabeza y hombros dieron fuertemente contra el codo de la escalera. Ahí me detuve. Mis amigas, que venían unos pasos atrás de mí, comenzaron a gritar pensando que había muerto.
Yo me quedé en silencio unos momentos, y empezaron a venir a mi mente ideas que había estado estudiando con mucho amor. Sentí que Dios, el Principio divino, estaba conmigo para cuidarme y protegerme.
Días antes yo había estado leyendo y releyendo un artículo de El Heraldo, publicado en diciembre de 1978 y titulado "El Principio divino eternamente operativo". El autor hable en forma clara y contundente de la acción permanente de la Verdad y de las leyes superiores del Principio divino que siempre están actuando en toda Su Creación, manteniéndola armoniosa y perfecta. Realmente, me di cuenta de que Él no tiene opositor ni oposición, ni fuerza que se le oponga.
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