En una época había sido tan vibrante aquella iglesia fundada por el Apóstol Pablo en Éfeso! Había encendido el fuego en sus corazones. Les había hablado acerca de Cristo Jesús y sus curaciones, de su resurrección. Pablo había predicado a miles de personas en el enorme teatro. Les había enseñado a sanar, a amarse los unos a los otros como una familia, a resistirse a la inmoralidad que reinaba en la gran ciudad. Y luego, Pablo los dejó para hacerse cargo de otras iglesias cristianas en el Mediterráneo. Ahora, los miembros de la iglesia en Éfeso habían estado solos por Más de una generación y, lamentablemente, las cosas eran muy distintas.
Es verdad, se habían esforzado por mantener la fe, soportaron persecuciones, se negaron a ser atraídos por el gran Templo de Diana, castigaron a los herejes; pero ese fuego había desaparecido. Y nadie lo sabía mejor que Juan el Revelador, pastor de Éfeso y otras seis iglesias de Asia.
Desde su prisión en la isla de Patmos, posiblemente ya cerca del martirio, Juan escribió a los efesios una carta muy importante. En ella, reconocía los logros de ellos, pero también les decía lo que realmente pensaba: "Has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras". Apocalipsis 2:5.
¡Recuerda la llama que en un tiempo ardía en tu corazón! ¡Arrepiéntete, recuerda dónde estabas cuando escuchaste hablar de Jesús por primera vez! ¡Haz las primeras obras, reaviva el primer amor que sentías por Dios, que sentían los unos por los otros y por sanar a los enfermos!
La epístola de Juan es muy directa. Si los efesios no cambiaban su manera de actuar, él cerraría la iglesia de ellos; apagaría la luz de su "candelero".
Pero gracias a la llamada de atención de Juan, la iglesia de Éfeso se arrenpintió y sobrevivió varios cientos de años más.
Nada reaviva a los miembros de una iglesia más rápidamente que volver a la devoción de su "primer amor". Si una congregación—o incluso tan sólo uno de sus miembros—permite que aunque sea una chispa del amor del Cristo se encienda dentro de ellas, ese amor puro se extiende como reguero de pólvora en otros corazones, en la comunidad y aún más allá.
El amor cristiano, y en realidad toda forma de bien espiritual—es contagioso. Trae a la superficie el bien que ya está presente en el Amor divino y omnipresente. Es por esa razón que nuestra inspiración nunca puede desaparecer. La luz del Cristo está embebida en todos nosotros porque somos hijos de Dios. Por más frías que parezcan estar las brasas de nuestra fe, cuando se atizan aunque sea un poco, nuevas llamas surgen instantáneamente.
Todos nos debemos el servicio cristiano de reavivar las llamas de la fe unos a otros. Una sonrisa, un abrazo o un correo electrónico, a veces es suficiente para ayudar a un amigo a que salga del estancamiento mental. En una ocasión, después de haber estado enferma por varias semanas, finalmente logré asistir a una reunión de testimonios de los miércoles. Ni bien me senté, un miembro se acercó y me dijo en voz baja: "Te queremos mucho". Sus palabras me conmovieron y contribuyeron a que se produjera mi recuperación.
Toda iglesia animada por el amor puro y cristiano es indestructible.
Toda iglesia que es animada por esta clase de amor puro y cristiano es indestructible. Representa la Iglesia que Mary Baker Eddy definió como "La estructura de la Verdad y el Amor..." Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 583. La división, La división, la opresión y el secularismo pueden amenazarla, pero el amor sencillo y sanador que hay en el corazón de los miembros, brilla inevitablemente a través de todo eso.
Hace poco un colega y yo visitamos una iglesia en Berlín Oriental que experimentó una resurrección por medio de ese amor. El gobierno totalitario la había mantenido cerrada durante años, pero la luz del Cristo que había en los corazones de los miembros, nunca dejó de arder. Ellos arriesgaron sus vidas para leer la literatura de la Ciencia Cristiana que recibían de contrabando. Practicaban la curación cristiana apoyándose sólo en Dios. Y cuando finalmente cayó el Muro de Berlín, poco a poco estos queridos Científicos Cristianos se fueron encontrando y reconstruyeron su iglesia. Las horas que pasamos con ellos—escuchando sus historias, sus curaciones, y cantando sus himnos preferidos—ardían con el amor de un cristianismo primitivo.
Cuando los cristianos encienden y vuelven a encender el fuego del amor espiritual dentro de sí mismos y hacia los demás, la luz sanadora se intensifica y su congregación crece inevitablemente. Mary Baker Eddy percibió el potencial absoluto de este amor en uno de sus últimos mensajes a su Iglesia: "Pueda el ángel de La Iglesia Madre escribir de esta iglesia en las palabras de San Juan: 'No has dejado tu primer amor; yo conozco tus obras, y amor, y fe, y servicio, y tu paciencia, y que tus obras postreras son más que las primeras'". Mensaje a La Iglesia Madre para el año 1900, pág. 15. La hora de cumplir esta promesa es ahora.
