Hace poco estábamos mi hermana y yo comiendo pescado en un restaurante en la playa, cuando de pronto sentí que se me había clavado una espina en el fondo de la lengua. Incluso en la garganta notaba el pinchazo. Mi hermana y yo empezamos a orar. Fue inmediato, sentir cómo se clavaba, sentir la molestia, y cerrar los ojos y estar consciente, simple y llanamente, de que la Mente divina lo gobierna todo, que el bien lo llena todo, que no me podía pasar nada malo, nada doloroso, nada perjudicial, pues existe un poder que soluciona cualquier cosa. Salimos del restaurante y, sin esfuerzo alguno, con la mano me saqué la espina, que era bastante grande, algo así como tres centímetros. Después de eso no sentí ningún escozor ni ninguna molestia más. Como si no hubiera pasado absolutamente nada.
Lo primero que sentí fue un agradecimiento enorme y mucha alegría al comprobar el cuidado que Dios brinda a todos Sus hijos. Me maravillé por que no sentí temor en ningún momento.
Muy pronto me di cuenta de que lo sucedido había sido una consecuencia directa del hábito que tengo de orar. Con mucha frecuencia, en cualquier momento del día, me detengo, me alejo de toda la confusión, de la gente y del trabajo, y por algunos segundos tomo consciencia de que en realidad estamos en la casa de Dios. Pensar en Él hace que vea todo desde una perspectiva diferente, y tiene un significado en las cosas más rutinarias. Por ejemplo, cuando voy a dar clase, antes de empezar a hablar, tomo consciencia de que todos nosotros, los alumnos y yo, estamos ante la presencia de Dios constantemente. Lo mismo hago cuando voy a abrir el ordenador, o estoy por realizar cualquier actividad. Esa oración cambia absolutamente todo. Primero siento una serenidad muy grande, y luego, como consecuencia, puedo hacer todo con más facilidad.
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