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Supera un incidente

Del número de julio de 2009 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace poco estábamos mi hermana y yo comiendo pescado en un restaurante en la playa, cuando de pronto sentí que se me había clavado una espina en el fondo de la lengua. Incluso en la garganta notaba el pinchazo. Mi hermana y yo empezamos a orar. Fue inmediato, sentir cómo se clavaba, sentir la molestia, y cerrar los ojos y estar consciente, simple y llanamente, de que la Mente divina lo gobierna todo, que el bien lo llena todo, que no me podía pasar nada malo, nada doloroso, nada perjudicial, pues existe un poder que soluciona cualquier cosa. Salimos del restaurante y, sin esfuerzo alguno, con la mano me saqué la espina, que era bastante grande, algo así como tres centímetros. Después de eso no sentí ningún escozor ni ninguna molestia más. Como si no hubiera pasado absolutamente nada.

Lo primero que sentí fue un agradecimiento enorme y mucha alegría al comprobar el cuidado que Dios brinda a todos Sus hijos. Me maravillé por que no sentí temor en ningún momento.

Muy pronto me di cuenta de que lo sucedido había sido una consecuencia directa del hábito que tengo de orar. Con mucha frecuencia, en cualquier momento del día, me detengo, me alejo de toda la confusión, de la gente y del trabajo, y por algunos segundos tomo consciencia de que en realidad estamos en la casa de Dios. Pensar en Él hace que vea todo desde una perspectiva diferente, y tiene un significado en las cosas más rutinarias. Por ejemplo, cuando voy a dar clase, antes de empezar a hablar, tomo consciencia de que todos nosotros, los alumnos y yo, estamos ante la presencia de Dios constantemente. Lo mismo hago cuando voy a abrir el ordenador, o estoy por realizar cualquier actividad. Esa oración cambia absolutamente todo. Primero siento una serenidad muy grande, y luego, como consecuencia, puedo hacer todo con más facilidad.

Cuando yo era niña, mi madre siempre nos hablaba del Padre-Dios, así que cuando empecé a estudiar Ciencia y Salud donde Mary Baker Eddy afirma que Dios es nuestro Padre-Madre, ese concepto yo ya lo tenía asumido (pág. 16). Pero nunca había profundizado en lo que significa que Dios es nuestro Padre. Este regalo de Dios me ha cambiado la vida para mejor. Es que el sentir de una manera profunda y constante que Dios es nuestro Padre y Madre, que lo ha sido desde siempre y que lo será para siempre, significa que nuestros padres humanos reflejan la paternidad divina, y que nuestros hijos humanos son de verdad hijos de Dios. Y así, poquito a poco, como que se van cayendo un montón de ideas que hemos tenido acerca de nosotros mismos por la educación que nos han dado; y caen porque no forman parte de nuestro verdadero ser, como hijos de Dios.

Cuando oro y pienso a lo largo del día que Dios es mi Padre, se me van quitando, casi sin sentirlo, muchísimas limitaciones, hasta las más pequeñas, e incluso aquellas que uno ha tenido desde niña. Empiezas a mirar esta idea con otros ojos y analizas: Si Dios es mi Padre, puedo hacer las cosas que tengo que hacer, pues Él me ha dado la habilidad para hacerlas; si Dios es mi Padre, no tengo por qué sentir temor, porque es todopoderoso y está conmigo siempre. Además, Él es el Padre de todos. Puedo entonces afrontar las cosas de la vida con serenidad, porque soy hija de Dios y reflejo Sus cualidades.

Comprender esto me ha ayudado a superar una limitación muy grande, pues hace poco, gracias a Dios—nunca mejor dicho, en la expresión literal de la palabra—he sacado el carné de conducir. Yo tenía la idea, porque me la habían repetido en algún momento de mi vida, de que no podía sacar el carné de conducir porque era muy despistada. Y a partir de entender qué significa ser hija de Dios, pude sacar el carné de conducir y manejo con seguridad y sin temor alguno.

El estudio de Ciencia y Salud realmente brinda una libertad interior y cuando utilizas esa libertad empiezas a demostrarte quien eres, de verdad: el hijo amado y libre de Dios.


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