Te cuento que en esta época celebramos tu glorioso nacimiento. Aquel día, los ángeles anunciaron tu presencia cantando cánticos de paz y de la buena voluntad divina hacia los hombres. Esto fue para toda la humanidad, sin excepción de raza, de credo, de género o de nacionalidad. Sin embargo, aunque a veces se cree que tus palabras y obras fueron para una época pasada que no volverá a repetirse, es bueno tener presente que tú prometiste que el Cristo, el mensaje que Dios nos transmitió a través de ti, estaría con nosotros para siempre. Yo creo en tu palabra y he descubierto que puedo comprobarlo.
Para mí, el mensaje más importante que trajiste a la humanidad es el de la inseparabilidad entre Dios y Su idea, el hombre. Que Dios, el Padre, a quien también podemos definir como el Bien supremo, es uno con el hombre, Su hijo amado. Que en esa unión tan inquebrantable, no existe lugar para el mal, cualquiera sea la forma en que se presente. Que en esa unidad indisoluble, no hay carencia, enfermedad, ni muerte. Pablo, uno de tus seguidores, afirmó con total certeza de que nada podría separarnos del amor de Dios.
El mensaje que tú nos dejaste es para mí la convicción absoluta de que no tengo que esperar para hacer uso de ese inconmensurable bien, sino que ahora mismo puedo obtener sus beneficios. Es decir, no dedo esperar a comprender más, amadurar más, a ser mayor o más sabia, sino que, como expresó tu discípulo Juan, "...ahora somos hijos de Dios".1° Juan 3:2.
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