Una canción muy popular de los años 60 decía: "Lo que el mundo necesita hoy es amor, dulce amor...", haciendo eco de un clamor de siglos, mucho más profundo. El amor es la primera respuesta al sufrimiento. El amor persistente, valeroso, desinteresado, consuela innumerables vidas todos los días.
No obstante, ni siquiera el amor humano más dulce promete terminar con el sufrimiento. Las personas realistas dirían que eso no es posible, excepto, claro está, por algunos realistas espirituales que han existido siempre. Ellos han reconocido que el sufrimiento cesará cuando la ilusión de que hay realidad en la materia dé paso a la comprensión del universo espiritual y perfecto de Dios. Cuando estaban en la tierra, profetas como Moisés, Elías y Cristo Jesús, vieron tan claramente a través de esa ilusión, que pudieron resistir con firmeza el despotismo, evitar desastres, sanar al atormentado y resucitar muertos, no mediante un éxtasis religioso o poder de voluntad, sino a través de una consciencia espiritual adquirida con la oración humilde e incesante.
Lo que el mundo necesita ahora y siempre es el amor científico (sí, las dos palabras van juntas) que prueba de una manera tangible y diaria, que la creación es tan buena e inalterable como el Principio divino que le da origen. La esperanza incluso de que se pueda alcanzar esta armonía en cierta medida hoy, cambia y dirige en una dirección diferente nuestra búsqueda de soluciones al sufrimiento. La profeta de la era moderna, Mary Baker Eddy, escribió: "Las teorías humanas son incapaces de hacer que el hombre sea armonioso o inmortal, puesto que ya lo es, según la Ciencia Cristiana. Nuestra única necesidad es la de darnos cuenta de eso y llevar a la práctica el Amor, el Principio divino del hombre verdadero".Ciencia y Salud, pág. 490.
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