Me preguntaron cómo he reconocido al Cristo en mi vida.
La pregunta, en cuya respuesta se encuentra la única experiencia real, es mi elogio divino.
Un camino largo y estacionario, guiado siempre adelante por la sed de Verdad, la morada del Cristo.
Al Cristo lo he encontrado en el silencio de la madrugada, acompañado por el canto de los pájaros,
invisibles en la niebla misteriosa.
Mirando la luz del sol que brilla sobre las aguas del mar.
Sintiendo la brisa acariciándome en el calor del día, distante, pero más cerca que mi respirar.
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