En 1968, comencé a tener muchos dolores, así que decidí consultar con dos médicos, por separado, quienes coincidieron que debía operarme de urgencia de la vesícula. Como en ese momento no había cuartos libres en ningún hospital tuve que esperar alrededor de un año hasta que hubo uno disponible. Durante ese tiempo conocí la Ciencia Cristiana y empecé a leer el libro Ciencia y Salud, lo que me ayudó a reconocer que Dios jamás creó la enfermedad y la muerte, porque Él es Amor. Este nuevo conocimiento de Dios me permitió librarme de temores y otros conceptos equivocados. Cuando finalmente llegó el momento de operarme no hubo necesidad de hacerlo porque los médicos comprobaron que había sanado por completo.
No obstante, aún tenía el hábito de fumar y tiempo después, mis familiares me internaron en el hospital donde me diagnosticaron que tenía una afección cardíaca y pulmonar. Era tanto lo que fumaba que cuando los médicos vieron las radiografías dijeron que prácticamente ya no tenía pulmones.
En mi angustia por esta situación me dirigí en oración a Dios. Cuando le pedí ayuda a un maestro de Ciencia Cristiana para que orara conmigo me dijo que cada vez que tomara un cigarrillo me dijera a mí misma: "Dios no fuma y yo tampoco". Me aseguró que no sería yo quien dejaría el cigarrillo, sino que el cigarrillo me iba a dejar a mí.
El capítulo titulado "La creación" en Ciencia y Salud, fue de especial inspiración para mí. Sobre todo donde dice: "La comprensión, semejante a la de Cristo, del ser científico y de la curación divina, incluye un Principio perfecto y una idea perfecta—Dios perfecto y hombre perfecto—como base del pensamiento y de la demostración" (Ibíd., pág. 259).
Mi oración también se extendió a mi familia, y llegué a sentir que tanto yo como mis hijos, nietos y padres éramos Su reflejo, Su imagen perfecta.
Asimismo recibí mucho consuelo al estudiar la definición de hombre que da Mary Baker Eddy en este libro, donde afirma que: "Es la compuesta idea de Dios e incluye todas las ideas correctas..." (ibíd., pág. 475). Esto me llevó a reflexionar que como hija de Dios yo incluía todas las "ideas correctas", y que, por lo tanto, no podía tener adicciones que el Amor divino jamás había creado.
Un día, la curación ocurrió casi de inmediato, cuando alguien al verme fumar tanto me instó a que dejara de hacerlo. Entonces contesté sin pensar: "¿Ve usted este cigarro?, es el último que fumo". Lo apagué y jamás volví a fumar.
Tiempo después, a instancias de mi familia, fui nuevamente al hospital para hacerme ver, y los médicos se quedaron sorprendidos al ver que mis pulmones se habían recuperado por completo. Yo continué orando y, años más tarde, también sané de la afección cardíaca.
Con el estudio de la Ciencia divina sigo dando testimonio de que Dios es una presencia sanadora que está constantemente conmigo.
