En una ocasión, estando de vacaciones en una zona de clima cálido, mi salud se deterioró a tal punto que mi familia decidió llevarme a una clínica. Una junta de médicos me revisó, me hicieron análisis y determinaron que mi sangre estaba envenenada a causa del dengue, que aparentemente se contrae a través de picaduras de mosquitos.
Durante los cinco días que estuve hospitalizada me aplicaron suero y antibióticos, aunque según los médicos no había medicina para curarla.
Ni bien salí de la clínica dejé de tomar remedios y decidí apoyarme únicamente en la oración según la Ciencia Cristiana. Estudiaba todos los días la Lección Bíblica de la Ciencia Cristiana, compuesta por citas de la Biblia y del libro Ciencia y Salud. Esta Lección nos ayuda a conocer las verdades sanadoras que Cristo Jesús enseñó y que se pueden aplicar en cualquier situación.
Aunque los médicos me habían dicho que guardara cama, yo me mantuve siempre activa haciendo las cosas de la casa y atendiendo a mis ocho hijos. Para evitar que mis hijos se preocuparan y me pidieran que volviera a la clínica, evité quejarme y me mantuve firme en oración.
Me ayudó mucho reflexionar sobre las ideas que leía en la Lección Bíblica. Por ejemplo, leí donde dice: “Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza” (Génesis 1:27). Esto quiere decir que no creó a un hombre mortal y material. Mary Baker Eddy lo explica diciendo: “El hombre no es materia; no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales” (Ciencia y Salud, pág. 475). Asimismo, en otra parte del libro ella afirma: “Puesto que Dios es Todo no hay lugar para su desemejanza. Sólo Dios el Espíritu lo creó todo y lo llamó bueno. Por tanto el mal, siendo contrario al bien, es irreal y no puede ser el producto de Dios” (Ibíd., pág. 339).
Pensé que si mi ser es completamente espiritual, entonces no está en la materia, y no tenía que aceptar el diagnóstico médico. La única realidad es que Dios creó al hombre perfecto, y no permite que Su reflejo esté enfermo ni sea contaminado de manera alguna.
Cuando sentía intenso calor en el cuerpo, como si estuviera afiebrada, buscaba apoyo en relatos bíblicos que mostraban cómo el poder divino protege al hombre. Uno de ellos es la historia de los tres hebreos que fueron lanzados al horno de fuego ardiente (Daniel 3:13-27). La inspiración que esto me daba me llevaba a pensar que esa enfermedad no podía afectar mi ser, así como el fuego tampoco pudo destruir el cuerpo de esos hombres, puesto que ni siquiera olor a humo tenían cuando salieron del horno. Comencé a tener la certeza de que el amor de Dios estaba siempre cuidándome y protegiéndome, pues El nunca permitiría que nada malo le ocurriera a ninguno de Sus hijos. Esto me fortaleció.
Como resultado de este estudio lleno de ideas espirituales, me fui dando cuenta de que desde hacía tiempo había guardado mucho resentimiento hacia mi ex esposo. Entonces percibí que debía despojarme de ese y muchos otros errores. Así fue como, poco a poco, dejé de verme como un ser mortal, y empecé a verme como la hija espiritual y perfecta de Dios, a entender que mi existencia no estaba en la materia, sino en el Espíritu, y que no podía ser afectada por las creencias de pecado, enfermedad y muerte. También aplicaba este nuevo conocimiento al concepto que guardaba de mi ex esposo, esforzándome para poder verlo bajo una luz más espiritual.
Encontré muchas citas útiles en el libro Ciencia y Salud, entre ellas: “Para los cinco sentidos corporales el hombre parece ser materia y mente unidas; mas la Ciencia Cristiana revela que el hombre es la idea de Dios, y declara que los sentidos corporales son ilusiones mortales y erradas” (pág. 477). Esto me ayudó a entender que los cinco sentidos eran los que me engañaban y que me decían que estaba grave y no me iba a recuperar. De modo que fui dándome cuenta de que no debía aceptar lo que esos sentidos me decían porque no son reales y no tienen poder ni inteligencia para gobernarme, sino que a mí me estaba gobernando el Amor divino, Dios. Así que reconocía en todo momento Su presencia y poder, con la certeza de que ellos me darían la victoria. Lentamente, empecé a recuperar mi salud, tanto física como mental.
Finalmente, me liberé del resentimiento e hice las paces con mi ex marido. A partir de ahí quedamos como amigos, a tal punto que en una oportunidad en que él se enfermó, me pidió que lo cuidara, y así lo hice.
Cuando se produjo la curación completa, un año después que enfermara, mis hijos no podían creerlo, pues el médico les había dicho que yo no me salvaría. Pero yo les decía que para Dios todas las cosas son posibles y Él me sacaría adelante. Esto ayudó a que ellos obtuvieran un concepto más elevado de la Ciencia Cristiana, que hoy comprendo son las leyes divinas que me gobiernan a mí y al universo en perfecta armonía y orden.
