Si hay algo que impulsa nuestra forma de pensar y actuar, es nuestro sentido de identidad. Si comprendemos que somos inteligentes, cuando enfrentamos un problema nos regocijamos, en lugar de temblar ante el desafío. Esta es una clave importante para la libertad y el poder que se obtienen cuando comprendemos nuestra identidad espiritual. Especialmente cuando nos damos cuenta de que es la única identidad que tenemos.
Y el ejemplo más grande de todos lo tenemos en Jesús.
Es obvio que el maestro cristiano tenía un sentido muy diferente de identidad que aquellos que lo rodeaban. No había nada de humano en el poder que él practicaba. Le permitió sanar a los que estaban enfermos y transformó la vida de los pecadores. Por lo tanto, si tenemos siquiera la intención de comenzar a emular sus obras sobre la tierra—demostrando el espíritu del Cristo con un sentido de identidad semejante al Cristo—necesitamos tener un sentido de lo que entraña dicha identidad.
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