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Un pequeño recordatorio

Del número de septiembre de 2011 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


A veces es bueno que nos recuerden cosas que ya sabemos muy bien. Ese es el propósito de este pequeño editorial. Es simplemente para recordarnos que tenemos que orar por nosotros mismos todos los días. Esto se aplica a los seguidores de todas las religiones. Mary Baker Eddy, la Guia de la Ciencia Cristiana, lo explica de la siguiente manera: “Una cosa he deseado fervientemente, y de nuevo lo suplico sinceramente, a saber, que los Científicos Cristianos aquí y por doquier, oren diariamente en su propio beneficio; no verbalmente, ni de rodillas, sino mental, humilde e importunadamente”.Escritos Misceláneos, 1883—1896, pág. 127. En términos prácticos, esta solicitud puede significar que cada miembro de su Iglesia tome consciencia y dé los pasos cada día para asegurarse de que está genuinamente convencido de la verdad acerca de Dios y el hombre. La verdad se puede resumir en el hecho de que Dios es todo el bien y que la creación es Su reflejo sagrado, completamente separado de lo que se llama materia.

Hay muchas formas de orar por uno mismo o por otra persona. No hay fórmulas para ninguna oración en la Ciencia Cristiana, no obstante, la misma debe ser siempre mental, humilde e insistente. Las oraciones de humilde petición pueden ser eficaces. Así como las oraciones de razonamiento, afirmación y negación. Cada oración eficaz se va desarrollando a través de la inspiración del momento, comienza recurriendo con humildad a Dios, el Amor divino. La “Oración Diaria” que se encuentra en el Manual de La Iglesia Madre, ayuda a establecer el tono receptivo y humilde de pensamiento que nos prepara para hacer una oración más detallada.

Una oración diaria que a algunos les ha resultado útil, se asemeja a la oración que Cristo Jesús les dio a sus discípulos, y que se conoce como el Padre Nuestro, en la cual Jesús es nuestro Señor, nuestro guía y consejero. Cuando se la considera en su sentido espiritual, que da Ciencia v Salud, establece en el pensamiento con compasión y lógica la totalidad de Dios, el bien, y la nada del mal o error.

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