Un día cuando estaba en la escuela, la maestra comentó que un compañero mío padecía de una enfermedad que se llama dengue, y que eso pasa por el mosquito que te pica, y todo eso. Y yo pensé: “¡No! Eso no puede entrar en mi pensamiento. Lo único que puede entrar en mi pensamiento son las ideas de Dios”. Entonces pensé que mi compañero estaba sano y que no le podía pasar nada; él es perfecto como hijo de Dios, y es espiritual. Al día siguiente, mi compañero estaba ahí, perfectamente. Y yo me sorprendí por cómo la sabiduría de Dios es tan grande, y me sentí muy agradecida.
Ahora él se sienta conmigo y lo sigo viendo perfecto. Y de repente cuenta chistes y yo me río. O sea, somos felices y nada nos puede pasar, nada nos puede tocar, y yo sé eso.
Me gustó mucho poder ayudarlo. Y me digo: “Ay, pues qué bueno que está ahí en la escuela muy atento, trabajando”. Y ya me siento en mi lugar agradecida a Dios.
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