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Segundo Siglo de la Ciencia Cristiana: profundidad, dimensión, demonstración

octava parte

Dejemos todo por Cristo—con corazones ardientes

Del número de septiembre de 2011 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Recientemente estuve estudiando en el Evangelio según Lucas, el relato en el que Jesús, después de la resurrección, va de camino a Emaús hablando con dos de sus seguidores. Me impactó este comentario de uno de ellos: “¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?”Lucas 24:32.

¡Piensa en esto! Aparentemente, al principio estos seguidores no se dieron cuenta de que el hombre que hablaba con ellos era Jesús, sin embargo, sintieron tan fuertemente el ánimo espiritual del Cristo en sus palabras, que sus corazones “ardían” dentro de ellos.

¿Has tenido alguna vez una experiencia en la que hayas sentido tanta alegría e inspiración que tu corazón “ardió”? Los atletas, artistas y músicos con frecuencia dedican muchas horas de práctica para entrenarse o desarrollar su profesión sin una sola queja, porque sus corazones anhelan dominar esa actividad. Cuando yo era niño, había algunos cursos en la escuela que realmente me gustaban mucho y sentía el ardiente deseo de estudiarlos. Lo mismo me ocurrió cuando era más grande y trabajaba con gente joven en un campamento de verano. Luego, después de graduarme de la universidad, hice un curso de 12 días de instrucción en la Ciencia Cristiana, y recuerdo que me sentí tan feliz por lo que estaba aprendiendo acerca de Dios, que caminaba por todas partes con una sonrisa, y pensaba: “Si, esto es justamente lo que quería”. Cuando nuestro corazón arde por alcanzar algo, cualquier sacrificio que sea necesario para lograrlo realmente no es de ninguna manera un sacrificio.

Como Científicos Cristianos, ¿no arde nuestro corazón lleno de fervor espiritual cuando escuchamos las enseñanzas de Jesús? ¿Qué piensan hoy los Científicos Cristianos de Cristo Jesús? Si le preguntaras a 100 personas, podrías recibir 100 respuestas algo diferentes. Algunos probablemente usarían con reverencia los nombres que usa Mary Baker Eddy en sus escritos: Maestro, Modelo, Mostrador del Camino. O puede que se hagan eco de las descripciones de la Sra. Eddy: “el mejor hombre que ha andado sobre este planeta”, y “el hombre más científico que jamás anduvo por la tierra”.Ciencia y Salud, págs. 364 y 313. Estas palabras manifiestan la esencia de la tierna y respetuosa manera en que los seguidores de Cristo Jesús lo ven, tanto en la Biblia como en tiempos modernos.

No obstante, a pesar de que valoramos tan naturalmente las enseñanzas de Jesús, ¿podemos decir francamente que nuestros corazones están respondiendo hoy con el profundo sentimiento de aquellos dos seguidores que caminaron con el Maestro rumbo a Emaús? Hay muchas cosas que pueden tratar de apartarnos de ese sentimiento profundo; desde nuestras numerosas actividades diarias, al escepticismo mesmérico de una sociedad materialista.

Mary Baker Eddy, sin embargo, esperaba que los Científicos Cristianos amaran a Cristo Jesús con todo su corazón, a tal grado que obedecieran su mandato de sanar como él hizo, por medio de la totalidad de Dios. Ella explica la relación entre Jesús y el Cristo definiendo a Jesús como el hombre y al Cristo como la expresión divina de la naturaleza eterna y espiritual de Dios. Ella escribe que el Cristo “alude a la espiritualidad que es enseñada, ilustrada y demostrada en la vida de la cual Cristo Jesús era la encarnación”.Ibíd., pág. 333.

Estas explicaciones me han ayudado a mí y a miles de Científicos Cristianos a eliminar cualquier sentido de distancia con Cristo Jesús que la vida contemporánea pudiera imporner. Cuando llegamos a comprender que el mismo Cristo que impulsaba a Jesús está aquí con nosotros hoy, por siempre presente en la consciencia, descubrimos que podemos valernos de este poder al ser receptivos y permitir que este Cristo llene nuestra experiencia.

La Sra. Eddy, además, nos insta a ir un paso más allá con sus notables declaraciones: “Somos Científicos Cristianos sólo a medida que dejemos de confiar en lo que es falso y nos aferremos a lo verdadero. No somos Científicos Cristianos hasta que no hayamos dejado todo por Cristo”.ibíd., pág. 192. Entonces, ¿qué debemos dejar atrás para dejar “todo por Cristo”?

El discípulo Pedro abandonó todo por Cristo cuando dejó de ser pescador y se transformó en “pescador de hombres”. La Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana también dejó todo por Cristo cuando se apartó de la sociedad durante tres años para escribir Ciencia y Salud, y luego cerró su colegio de metafísica en el momento de mayor prosperidad para concentrarse en la revisión de esta obra pionera.

Más ampliamente, dejar todo por Cristo significa dejar atrás todo pensamiento desemejante a Dios que pueda empañar nuestro pensamiento o limitarnos para no seguir al Cristo, la Verdad, de la manera que Dios indique. Esto tal vez signifique dejar de lado los rasgos obviamente negativos, tales como los chismes, el resentimiento o la envidia. Puede requerir dejar de lado cosas que para algunos sean más difíciles de abandonar, como son los vicios morales y la adoración del cuerpo. En algunos casos, nos damos cuenta de que ya no debemos aferrarnos a cosas que parecen comunes, o incluso que nos gustan mucho, tal como un trabajo cómodo pero que no nos hace progresar, reuniones sociales rutinarias, la adicción a la televisión, o la costumbre habitual de perder el tiempo curioseando el Internet.

¿Y qué decir si el camino no es tan claro y nos resulta difícil dejar la manera humana o material de hacer las cosas? Podemos orar para reconocer más claramente al Cristo en nuestros corazones hasta que arda dentro de nosotros, de tal manera que ya no queramos aferrarnos a nada que pueda limitar el bien que Dios tiene para nosotros. El Cristo mismo, como “la verdadera idea que proclama al bien”,ibíd., pág. 332. habla a nuestra consciencia y nos muestra el camino.

Al comienzo de mi carrera de abogado, percibí esta guía espiritual del Cristo cuando me sentí insatisfecho con mi trabajo en una firma de abogados y, lo que era peor, la firma estaba insatisfecha conmigo. Me había resultado cada vez más difícil participar con gusto en las acaloradas contiendas hasta por las sumas más pequeñas de dinero o propiedades que caracterizaban la mayoría de los casos en los que yo trabajaba. En una charla con uno de mis familiares, me quejé diciendo: “A mí no me gusta el conflicto. Tampoco me gusta tanto el dinero. Y por cierto que no me gustan los conflictos por dinero”. Ante lo cual el familiar se rió y me contestó: “Bueno, yo no soy asesor profesional, pero tal vez estés trabajando en el área laboral equivocada”.

Aunque temía haberme equivocado al elegir mi carrera, confié en la guía suprema de Dios y estuve dispuesto a dejar todo atrás si era necesario. Al conversar con una practicista de la Ciencia Cristiana, me impactó el énfasis con que afirmaba que por ser hijo de Dios mi búsqueda de un nuevo empleo podía “comenzar por arriba”, porque sólo lo mejor estaba preparado para mí. En lo profundo de mi corazón yo siempre había sentido el ardiente deseo de servir la Causa de la Ciencia Cristiana, y me sentí entusiasmado al comprender que el “mejor” trabajo de abogado para mí sería trabajar en La Iglesia Madre. Me atraía mucho el estatuto del Manual de la Iglesia, Artículo VIII, Sección 15: “Las organizaciones de la Iglesia bastan”, el cual dice en parte: “Dios requiere todo nuestro corazón, y él proporciona, dentro de los anchurosos canales de La Iglesia Madre, ocupaciones y deberes suficientes para todos sus miembros”.

Aunque recibí una oferta de una prestigiosa firma de abogados en mi ciudad, acepté con gratitud la oferta que me hizo la Oficina del Asesor Legal de La Iglesia Madre. Mis amigos y colegas cuestionaron la decisión, y me advirtieron que mi carrera a largo plazo se vería afectada por haber aceptado este puesto, pero yo nunca dudé. Hoy, varios años después, sigo disfrutando de mi trabajo y tengo el privilegio de servir a la Iglesia como su Asesor Legal General, y de ser practicista de la Ciencia Cristiana.

Ya sea que uno trabaje para La Iglesia Madre o simplemente actúe como Científico Cristiano en lo que esté haciendo, dejando todo por Cristo, nos ubica en el mismo camino que aquellos primeros cristianos a quienes se les dio el poder para sanar. Como escribe la Sra. Eddy: “La fidelidad a [los] preceptos [de Jesús] y a su práctica es el único pasaporte a su poder; y el camino de la bondad y la grandeza corre por entre los modos y métodos de Dios”.Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 270. Este poder es la afluencia del mismo espíritu que los seguidores deben de haber sentido cuando sus corazones ardían después de hablar con Cristo Jesús de camino a Emaús, o que los apóstoles deben de haber sentido el Día de Pentecostés. Por lo tanto, cuando nos embebemos en este espíritu, nos volvemos seguidores de Cristo y ansiamos continuar la misión de curación que comenzaron los primeros cristianos. Este mismo Cristo que a ellos les permitió sanar, nos da a nosotros el poder de sanar y de amar a la humanidad lo suficiente como para mostrar a otros cómo sanar. Con este poder del espíritu de Cristo, nuestros corazones pueden arder ante la posibilidad de que se produzcan grandes curaciones durante nuestros servicios religiosos. Puede traer armonía a nuestras relaciones, prosperidad a nuestros negocios, y puede liberar al mundo de todos los aparentes dilemas de la guerra, la economía y el medio ambiente.

Como Científicos Cristianos—o aquellos que reconocen al Cristo y lo viven—somos la continuidad del Cristo. La misión de la historia cristiana continúa a través de nosotros. La majestad del Cristo guía a nuestros corazones ardientes para que dejemos todo y sigamos en este camino, porque “... la majestad de la Ciencia Cristiana enseña la majestad del hombre”.La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 188.

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