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para jóvenes

Dios me ayudó a no volver a robar

Para proteger al joven autor de este texto, su nombre ha sido omitido por la redacción

Del número de julio de 2012 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Ahora tengo 16 años. Cuando tenía 11, tengo que admitir que las cosas eran muy difíciles para mí. Pasaba mi tiempo con amigos que hacían muchas cosas que no estaban correctas. Yo era muy influenciable, y hacía las cosas que ellos hacían para ser “buena honda”, y para impresionar a los demás y demostrarles que no tenía miedo. Fumaba marihuana y a veces robaba dinero para comprar las cosas que quería.

Una noche, fui a dormir a la casa de un amigo. Al día siguiente, fuimos a una biblioteca donde había una exhibición de piedras preciosas, y vi una piedra negra que era realmente hermosa. Para mí, parecía un juguete.

Mi amigo me desafió: “A que no te animas a tomar esa piedra”. Yo me sentí ofendido por ese comentario porque parecía que él pensaba que yo no era capaz de hacerlo. Entonces, escondí la piedra en mi bolsillo y nos fuimos. No nos dimos cuenta de que había cámaras de seguridad en toda la biblioteca.

Cuando estábamos afuera, empezamos a lanzarnos la piedra uno a otro para divertirnos.

Era un día frío de invierno y queríamos regresar a la casa de mi amigo, así que tomamos un atajo que atravesaba un arroyo. El agua estaba congelada y comenzamos a saltar en el hielo. Yo tenía la piedra en la mano, pero de pronto el hielo se rompió debajo de nuestros pies, y la piedra se me escapó de la mano y cayó al agua. La buscamos por unos cinco minutos, pero estábamos mojados y teníamos mucho frío, así que dejamos de buscarla. Yo estaba enojado por haber perdido la piedra porque me la quería quedar. Además, tenía miedo de que la policía viniera a buscarme. Pero me fui a casa y me dije que la policía no iba a descubrirlo, y me olvidé del asunto.

Semanas después, estaba yo en la escuela cuando la directora vino a mi salón de clase y me dijo que fuera a su oficina porque alguien quería verme. Cuando entré a su oficina, había un policía que me preguntó: “¿Sabes por qué estoy aquí?” Sinceramente, yo no sabía por qué pues me había olvidado del incidente con la piedra. El policía me dijo: “Nosotros te vimos”. Yo le respondí: “¿Ustedes me vieron hacer qué?” Él me dijo: “Nosotros te vimos robar una piedra preciosa de la biblioteca”. Yo me quedé sin habla, y comprendí lo que estaba pasando. Tenía mucho miedo. El policía me dijo que a causa de ese incidente, era posible que me mandaran a vivir a un centro para jóvenes delincuentes, y podrían obligar a mi madre a pagar una multa muy grande. Me dijo que yo había robado una piedra de colección que valía entre $2000 y $3000 dólares.

El policía me preguntó: “¿Dónde está la piedra?” Le dije que la había perdido en un arroyo cerca de donde vive mi amigo. “¿Dónde?”, me preguntó. El policía quería saber todo.

Yo oré. Le rogué a Dios que me perdonara. En mi oración reconocí que lo que había hecho era muy grave y que uno no puede jugar con los Diez Mandamientos. Había aprendido que uno de los mandamientos en la Biblia dice: “No robarás”. Éxodo 20:15. Le pedí a Dios que me ayudara a recuperar la piedra. Le prometí que a cambio de Su ayuda no volvería a robar jamás.

Aunque sentía mucho miedo, tenía la certeza de que Dios me podía ayudar. Yo asistía a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, donde los maestros compartían conmigo ideas espirituales para resolver mis problemas. Antes de conocer esta Ciencia, cuando oraba yo le pedía cosas materiales a Dios. Pero gracias a la Ciencia Cristiana aprendí que el propósito de la oración es orar por cosas espirituales, como son el amor y la verdadera salud, pensar en ayudar a los demás y ser afectuoso con la gente. Asistir a la iglesia aumenta mi fe en Dios y siento el apoyo de los que asisten.

Volviendo a mi historia, el policía me llevó al barrio de mi amigo para buscar la piedra. Pero allí había cinco o seis arroyos, uno cerca del otro, y yo no podía recordar en cuál de ellos había perdido la piedra.

Gracias a mis oraciones, me sentí muy atraído hacia uno de los arroyos. Sabía que Dios es la inteligencia y sabiduría infinitas, que Dios es mi Consolador y que nada malo podía ocurrir. Me sentí realmente guiado hacia un lugar en particular y tomé una piedra y la arrojé para quebrar el hielo. Hundí la mano en el agua helada para buscar la piedra, pero no encontré nada. Lo hice por segunda vez. Nada. La tercera vez, le pedí a Dios con todo mi corazón que me guiara. Finalmente mi mano tocó una piedra y sentí que tenía la misma forma de la piedra que estábamos buscando. Yo pensaba que era casi imposible que fuera la piedra correcta, pero la saqué del agua y era la misma piedra. Sólo Dios pudo haber hecho eso. Yo estaba muy contento y el policía y mis padres también.

El policía me dijo que no volviera a robar nunca más, porque lo pagaría caro. Mis padres también insistieron en que nunca más volviera a hacer algo así. Me dijeron: “Dios te demostró que te escucha, así que ahora tú debes demostrarle a Él que tú también Lo escuchas, porque de esa forma te sentirás más cerca de Él”.

Desde entonces, jamás he vuelto a robar y dejé de fumar marihuana. Terminé con las amistades que me apartaban de Dios. De esta experiencia aprendí que robar no me favorece en nada. Estoy agradecido a la Ciencia Cristiana porque me ayuda a ver que el actuar correctamente me da todo, ya que todo el bien que hago vuelve a mí como el bien. Dios es el bien y es natural que yo lo refleje. Ahora soy un buen chico. Ayudo a la gente y tengo buenos amigos. Ya no necesito probar nada a mis amigos, porque sé que soy el hijo de Dios y ya tengo todo lo que necesito para ser feliz.

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