Hace unos años, sufrí un accidente de tránsito en el que recibí graves lesiones, incluyendo fractura de la columna vertebral y un fuerte golpe en la cabeza. A consecuencia de esto me inmovilizaron la columna con un yeso en el pecho y espalda durante 30 días. Me fui recuperando lentamente, pero los dolores en la cabeza y columna persistían. Cuando me quitaron el yeso y pude asistir a la consulta médica por los fuertes dolores de cabeza, me remitieron a oftalmología ya que el accidente me había afectado el ojo izquierdo y el conducto nasal, por lo que sentía mareos y náuseas.
Los doctores que me vieron comentaron sobre un caso similar en el que tuvieron que operar de urgencia para evitar la pérdida de la vista. Cuando me pidieron que regresara la próxima semana, salí muy preocupada por las implicaciones de una operación.
Una tía mía vio y me habló de la Ciencia Cristiana, también me prestó Heraldos y me regaló libro Ciencia y Salud.
Me inspiró mucho leer sobre las maravillosas curaciones, de todas partes del mundo, y que sólo requerían mejorar moral y espiritualmente. Fue grande la esperanza que me trajo leer que “Para aquellos que se apoyan en el infinito sostenedor el día de hoy está lleno de bendiciones” (pág. vii).
La semana antes de volver a la consulta la pasé leyendo el libro, aunque la lectura era lenta ya que me resultaba difícil comprender algunas de sus ideas. Hablaba de un Dios omnipresente y amoroso y del hombre creado espiritualmente perfecto, siempre intacto, nunca expuesto a accidentes ni enfermedades. Decía que había que estar atento a la forma en que pensamos y rechazar todo lo que no fuera bueno y armonioso. Aunque estas ideas eran muy diferentes a lo que yo siempre había escuchado, me intrigaban y a la vez aumentaban mi esperanza.
La noche antes de la consulta, después que en mi casa todos se fueron a dormir, me quedé leyendo Ciencia y Salud, y orando hasta muy tarde. Al apagar la luz para irme a dormir sentí dentro de mi cabeza un ruido muy raro y un movimiento interior. Me asusté mucho, llamé a mi mamá y nos pusimos a orar juntas. Luego me acosté nuevamente porque tenía mucho sueño y mi mamá se quedó orando sentada al borde de mi cama. Al otro día, estábamos muy preocupadas, pero yo no tenía dolor y fuimos las dos a la consulta. El doctor que me había tratado antes, me volvió a inspeccionar los ojos, y lo noté algo turbado. Llamó a una colega y ella también inspeccionó mis ojos. Entonces, ambos hicieron el mismo comentario: “No veo nada, los dos ojos están bien”. Mi hicieron algunas preguntas y el doctor me dijo que ya no tenía lo que habían visto antes en mi ojo izquierdo. Que si aparecía algún síntoma que volviera a verlo. Mi mamá y yo regresamos a casa dando gracias a Dios por la curación recibida.
No obstante, continué orando y leyendo Ciencia y Salud, y durante los meses siguientes las molestias de la columna vertebral comenzaron a disminuir hasta que desparecieron por completo.
Estoy agradecida a la Ciencia Cristiana por haber esclarecido el camino que nos acerca a Dios.
