Al poco tiempo de conocer la Ciencia Cristiana, tuve un disgusto grande en mi matrimonio y enfermé gravemente. Perdí el apetito y en poco tiempo comencé a tener una gran debilidad; llegué a pesar 43 kilos. Mis familiares me quisieron hacer tratar con un psiquiatra quien determinó que tenía una depresión anoréxica, y quiso hacerme una cura de sueño. Mi madre entonces me llevó a ver a una practicista de la Ciencia Cristiana, quien empezó a orar por mí.
Recuerdo que me atendía acostada porque yo no me podía sentar. Me hablaba de la bondad de Dios y de Su sanadora presencia. Insistía en ver mi perfección como la hija amada de la Mente infinita, por siempre perfecta y armoniosa, sana y receptiva. Me leía del libro Ciencia y Salud, especialmente la respuesta a la pregunta “¿Qué es el hombre?”, donde Mary Baker Eddy declara que el hombre “es la compuesta idea de Dios, incluyendo todas las ideas correctas: ...no tiene ni una sola cualidad que no derive de la Deidad” (pág. 475).
Así estuvo la practicista apoyándome durante varios días, hasta que la luz de la Verdad realmente “alboreó” en mi pensamiento y percibí la esencia de mi ser. Algo cambió en mí, me sentía mucho más segura de mí misma, y ya no necesitaba aferrarme anímicamente a otras personas. Me recuperé totalmente.
Yo estoy muy agradecida por esta curación porque me sentí totalmente libre de sentimientos nocivos, me sentí plena. De pronto mi vida se vio llena de proyectos, de actividad, y con mucha abundancia de bien. Tuve la convicción de que la curación y protección son de origen divino.
No obstante, poco después comencé a tener unas pérdidas muy grandes de sangre. Mi familia se preocupó mucho, así que accedí a que me llevaran a ver a un ginecólogo, quien, después de revisarme, temía que fuera una anemia perniciosa. Me hicieron una biopsia y el resultado indicó que no tenía nada peligroso. Sin embargo, tres días después volví a tener pérdidas, y el médico indicó que me tendrían que vaciar.
Fue entonces que recurrí nuevamente a una practicista de la Ciencia Cristiana, quien me atendió con mucho cariño. Comenzó a darme tratamiento mediante la oración y me pidió que hiciera algunas lecturas de Ciencia y Salud y de la Biblia. Entre ellas estaba esta cita de Primera de Juan: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (4:18). Esto ayudó a que yo transitara esos momentos sin nada de temor y firmemente apoyada en la oración.
Otra cita que me dio mucha fortaleza espiritual dice: “Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, pues Dios es Todo-en-todo” (pág. 468). Esto me ayudó a percibir que Dios abarca absolutamente todo el universo, ocupa todos los rincones. Es por eso que cuando reconocemos la gran unidad que tiene el hombre con Dios, la curación que se produce es completa y para siempre. No hay lugar para el temor puesto que Él ocupa todo el espacio.
En cuarenta y ocho horas, había sanado por completo. Mis funciones recuperaron su regularidad y no volví a tener ninguna otra pérdida. Así que he vivido muy sana todos estos años.
La Ciencia Cristiana nos indica el camino para que vayamos corrigiendo nuestro pensamiento, y nos da la seguridad de que estamos conducidos y protegidos por la Mente divina. En Ciencia y Salud leemos que “el exterminador del error es la gran verdad de que Dios, el bien, es la Mente única, y que lo supuestamente opuesto de la Mente infinita — llamado diablo o mal — no es la Mente, no es la Verdad, sino el error, sin inteligencia o realidad” (pág. 469).
Estoy absolutamente convencida de que al mantener el pensamiento espiritualizado y la mente sana los errores no se acercan. Tomados de Su mano las situaciones de temor e incertidumbre, se corrigen.
Siento una enorme gratitud a Dios por las enseñanzas de la Ciencia Cristiana.
