Al poco tiempo de conocer la Ciencia Cristiana, tuve un disgusto grande en mi matrimonio y enfermé gravemente. Perdí el apetito y en poco tiempo comencé a tener una gran debilidad; llegué a pesar 43 kilos. Mis familiares me quisieron hacer tratar con un psiquiatra quien determinó que tenía una depresión anoréxica, y quiso hacerme una cura de sueño. Mi madre entonces me llevó a ver a una practicista de la Ciencia Cristiana, quien empezó a orar por mí.
Recuerdo que me atendía acostada porque yo no me podía sentar. Me hablaba de la bondad de Dios y de Su sanadora presencia. Insistía en ver mi perfección como la hija amada de la Mente infinita, por siempre perfecta y armoniosa, sana y receptiva. Me leía del libro Ciencia y Salud, especialmente la respuesta a la pregunta “¿Qué es el hombre?”, donde Mary Baker Eddy declara que el hombre “es la compuesta idea de Dios, incluyendo todas las ideas correctas: ...no tiene ni una sola cualidad que no derive de la Deidad” (pág. 475).
Así estuvo la practicista apoyándome durante varios días, hasta que la luz de la Verdad realmente “alboreó” en mi pensamiento y percibí la esencia de mi ser. Algo cambió en mí, me sentía mucho más segura de mí misma, y ya no necesitaba aferrarme anímicamente a otras personas. Me recuperé totalmente.
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