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no personifiquemos

No personificar el bien o el mal

Del número de julio de 2012 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

The Christian Science Journal


Al evaluar y analizar los sucesos mundiales que a diario se escuchan en las noticias, parece lógico identificar la presencia del bien o del mal con una persona o grupo de personas en particular. Estos atributos no sólo se aplican a destacadas personalidades que reciben amplia cobertura en los medios de comunicación, sino que también están presentes en nuestro entorno más cercano, con miembros de la familia, vecinos, compañeros de trabajo y otros. Esta tendencia se origina en la creencia de que determinado puesto o figura en particular puede ser una especie de “creador”, y ejercer influencia para indicar el curso a seguir.

Esta forma de pensar tiende a limitar y a subordinar mi razonamiento, y trata de tergiversar la percepción de lo que me está “ocurriendo” realmente. He visto que la única manera de salir de esta equivocación es mantener ante mi pensamiento el “modelo perfecto”. Mary Baker Eddy describe este proceso en Ciencia y Salud como la “espiritualización del pensamiento” que “deja entrar la luz, y trae la Mente divina” a la consciencia.Ciencia y Salud, pág. 407. Este modelo perfecto no es una forma mágica de pensar, sino la posibilidad que tenemos ahora mismo de percibir que el hombre, la idea de Dios, jamás puede ser alienado, apartado ni dividido de su única fuente, la Mente infinita.

Como Cristo Jesús lo demostró, el hombre espiritual, nuestro estado real, es uno con Dios. Estamos unidos a esta consciencia glorificada a través de la obediencia al primer gran mandamiento: amar a Dios con todo nuestro corazón. Esto significa excluir del pensamiento toda condición que no sea ni provenga de Dios. Lo opuesto de esto, o sea, amar o reconocer algo aparte de Dios, es lo que produce un sentido de discordia en nuestra experiencia.

La creencia en un poder aparte de Dios, o en la ausencia de la presencia de Dios, puede describirse como una forma de idolatría. Un diccionario define la idolatría como: “sustituir con un objeto material el lugar de Dios”. En la presente discusión, este “objeto” material es una “personalidad” material.

La personalidad humana y material tiene una constante: es siempre cambiante. Pero la creación de Dios es el bien inalterable y permanente. Algunos puede que vean al “Sr. A” o a la “Sra. B” como inteligentes y útiles, mientras que otros los ven incompetentes y antipáticos. Por lo tanto, la personalidad es una forma de conjetura basada únicamente en la observación material y, por ende, su esencia no es el principio del bien inalterable, Dios.

Esta tendencia a atribuir una disposición, temperamento o poder a una persona, es la base de la idolatría y es una negación del Primer Mandamiento. Así es como leemos en Ciencia y Salud: “El Apóstol Pablo se refiere a la personificación del mal como ‘el dios de ese siglo’, y además la define como lo vergonzoso y como astucia”. Ibíd., pág. 103. Si permitimos que el mal sea personificado, le damos credibilidad y justificación. Un ejemplo de la ineficacia de este ejercicio mental es la historia de Absalón, hijo de David. Véase 2° Samuel, caps. 15–18 Mediante su atractivo físico y afable conversación logró influenciar a otros para que apoyaran su empeño de llegar a ser rey. Al final sus esfuerzos no dieron fruto, pues estaban basados en un sentido material de poder y dominación.

Por otro lado, la historia de Job presenta un sorprendente contraste. A pesar de los dolores y el sufrimiento que sentía, él finalmente se negó a personalizar el mal. Resistió la tentación de ceder a la ayuda de su esposa y tres amigos, quienes veían esa perturbadora condición como el mal personificado. La firme defensa que hizo Job de su integridad espiritual le permitió ser receptivo a Dios, lo que llevó a que lograra su completa libertad y prosperidad. Véase Job 23:3, 10–14; 31:6; 42:1, 5, 12.

Ciencia y Salud declara: “Jesús dijo del mal personificado que era ‘mentiroso y padre de mentira’”.Ciencia y Salud, pág. 357. ¿Cómo podía estar tan seguro de que es un mentiroso? Jesús sabía que todos los pensamientos pertenecen a la Mente, la única fuente, y emanan de ella; y que el hombre espiritual sólo tiene las cualidades de esta Mente, por reflejo.

Para ayudar a comprender esto, es importante la analogía de un rayo de sol y su relación con el sol. El rayo de sol no tiene calor, luz, energía ni sustancia (cualidades personales) propias. Cada rayo de sol expresa únicamente las cualidades de su fuente. Si el rayo de sol tuviera cualquier cualidad (personal) de sí mismo estaría separado del sol, y sería su propia fuente. Lo mismo ocurre con el hombre.

El pensamiento de Cristo Jesús era tan puro e inocente que las sugestiones malévolas no podían alojarse en su pensar, de allí su habilidad para identificarse únicamente con el “modelo perfecto” de la creación de Dios. Este pensamiento espiritual puro permitió que se reconociera ese concepto que llamamos “curación”. Jesús no veía a un hombre personal, sino a la expresión individual del hombre genérico, es decir, la idea única, en Dios y como la consciencia de Dios. Teniendo a Jesús como ejemplo, nosotros podemos cultivar esta manera de ver más allá de la persona, de la personalidad, de la situación, para ver solamente las cualidades de Dios en operación: salud, santidad, integridad, y así sucesivamente.

La comprensión que tenía Jesús de la totalidad de Dios impedía que cualquier “cosa” extraña lo mesmerizara. Él comprendía que la consciencia es el reflejo del Alma, completa y sana, ahora. Cuando cierto mandatario se le acercó y se dirigió a él llamándolo “Maestro bueno”, Jesús respondió: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo Dios”. Lucas 18:18, 19. Él nunca dejó de obedecer el primer gran mandamiento, dando a Dios todo el poder y la gloria.

¿Pero qué decir de nosotros? Con tanta frecuencia pareciera que caemos en la trampa de personalizar el mal, de creer falsamente que nosotros, u otros, podemos exhibir cualidades que no provienen de Dios. De creer que poseemos cierta disposición, basada en la suposición totalmente incorrecta de que podemos tener privadamente algo que Dios no creó o no pudo crear.

En la Ciencia Cristiana aprendemos que el llamado “opuesto” de la personalidad humana es la individualidad espiritual. ¿Qué es esta “individualidad espiritual”? La Sra. Eddy escribe: “El concepto material humano disminuyó bellamente a medida que flotaba yo hacia latitudes más espirituales y a regiones más puras de pensamiento. ... Me esforcé por elevar el pensamiento sobre la personalidad física, o existencia en la materia, hacia la individualidad espiritual del hombre en Dios — en la Mente verdadera, donde el mal sensible se pierde en el bien supersensible. Este es el único modo de desprenderse de la falsa entidad personal”.Retrospección e Introspección, pág. 73.

La individualidad espiritual jamás puede ser quebrantada, fracturada, desconectada, adulterada, impregnada, infectada o infestada con nada que sea supuestamente ajeno a la Mente divina. La Mente individualiza al hombre a través de la consciencia divina, de manera que nuestra individualidad es nuestra expresión de esta Mente, que es la única apariencia, manifestación o presencia que existe del hombre. La individualidad de Dios es exclusiva, no permite la entrada a ninguna otra, porque no existe otra individualidad. Simplemente mantiene y perpetúa las cualidades que Le pertenecen.

La gran comprensión de la obra de Cristo Jesús es que él daba crédito de todo a Dios. Nunca admitió tener algo propio. Si creemos que tenemos algo de nosotros mismos nos hemos separado de Dios, pero esta separación es tan solo una creencia falsa.

En una ocasión, tuve una experiencia cuando en mi compañía me ocupé como negociador en situaciones de paro. Con frecuencia durante las charlas, los portavoces del sindicato nos atacaban personalmente a mí o a alguno de mis colegas. Al principio me sentía ofendido, pero mediante la oración pude ver más allá de las señales falsas de las discusiones y apoyar los hechos verdaderos del ser: la individualidad espiritual del hombre de Dios. Vengarme hubiera sido ratificar la creencia de que las palabras y acciones humanas pueden tener poder. Pero pude ver más allá de las formas materiales y amar las cualidades que representan al hombre verdadero, la idea de Dios. El hecho de cerrar conscientemente mi pensamiento a las falsas acusaciones que se presentaban, y regocijarme en que la naturaleza de Dios estaba presente en ese mismo lugar, no sólo trajo paz a mi consciencia, sino que tranquilizó la atmósfera, de manera que el rencor que se estaba gestando desapareció por completo. Cuando dejé de lado todas las sugestiones humanas acerca de la disposición, temperamento o poder que se manifestaban, y me regocijé en la presencia eterna del hombre de Dios, se encontraron soluciones de una manera amigable y rápida.

Despersonalizar el mal permite que se destruya, porque uno percibe que carece de identidad. Se manifiesta simplemente como una sugestión que nos tienta a atribuir el mal al hombre de Dios. La negación de esta sugestión es verdadera libertad. Es la oportunidad para que se manifieste la armonía y la salud, libre del “bien” o “mal” humano. Es defender el “modelo perfecto”, la individualidad espiritual de cada uno de nosotros.

Publicado originalmente en The Christian Science Journal online,

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