Un día, al tomar un ómnibus que venía lleno, puse el pie en el estribo antes de agarrarme, y cuando arrancó de repente, fui despedida y caí al pavimento. De ahí en adelante no recuerdo nada más, pues perdí el conocimiento. Cuando desperté, unas personas me habían levantado y me sacudían. Al abrir los ojos lo único que podía ver era todo color rojo vivo, al recibir directamente el resplandor de las luces de los carros. Si bien hacía poco que leía el libro Ciencia y Salud, recordé que decía que Dios era mi vida, así que empecé a repetir esto en mi pensamiento.
Luego me subieron a un taxi que iba en la misma dirección que el ómnibus. Cuando subimos un puente, recordé que por ahí vivía mi hijo mayor, así que con señas le indiqué al chofer cómo ir a su casa, pues yo no podía hablar. Cuando mi hijo me vio, me llevó de inmediato al hospital.
Después de revisarme y ver los síntomas que tenía, el doctor comentó: “Tiene traumatismo encéfalo craneano, no hay nada que hacer. No le quedan más de dos horas de vida”.
Mi segundo hijo, que recién había llegado, de inmediato llamó a una practicista de la Ciencia Cristiana y le pidió que orara por mí. Yo mientras tanto insistía afirmando en mi pensamiento que Dios era mi vida. Fue entonces que les indiqué con la mano que me llevaran a mi casa, cosa que hicieron con mucha renuencia.
Dos de mis hijos decidieron turnarse una hora cada uno para leerme de Ciencia y Salud todo el día. Fue maravilloso para mí ver el amor que me expresaban, y escuchar del poder de la Mente infinita y mi relación con Dios Entre otras cosas, el libro dice: “Dios, el Principio divino del hombre, y el hombre a semejanza de Dios son inseparables, armoniosos y eternos” (pág. 336). Esto me ayudó a ver que por ser hija del Amor divino, yo no podía estar separada ni por un momento de Él, quien me mantenía a salvo bajo Su cuidado.
A veces mis familiares me sugerían que tomara algún medicamento, pero yo les decía que no necesitaba ninguna medicina, que tan solo con las lecturas del libro era suficiente. Así fui mejorando día a día, hasta que al cabo de un mes había sanado por completo. No me quedó secuela alguna del accidente.
Esta demostración del poder tan grande del Amor divino me impulsó a leer con más interés Ciencia y Salud, y a aplicar sus enseñanzas en todos los aspectos de mi vida. Incluso este estudio me ayudó a corregir algunas costumbres que tenía. Entre ellas, la de beber una copita de bebida alcohólica o fumar un cigarrillo cuando nos reuníamos con la familia o en las fiestas. Aparte de eso, yo era muy colérica. Como había criado sola a mis hijos, sin el apoyo de mi esposo, y en condiciones muy difíciles, solía perder fácilmente los estribos cuando surgían situaciones con el colegio o en la casa, si bien mis niños siempre fueron buenos estudiantes y muy responsables.
Mary Baker Eddy escribe: “La oración que reforma al pecador y sana al enfermo es una fe absoluta en que todas las cosas son posibles para Dios” (Ibíd., pág.1). Esto me ayudó a liberarme de estar a menudo de mal humor, y poco a poco, fui cambiando. Aprendí a perdonar, a amar sin esperar ser correspondida y a no juzgar.
El estudio de Ciencia y Salud me ha ayudado a percibir que Dios está cerca de nosotros en infinidad de formas; que Él no nos ha creado para sufrir, sino para glorificarlo en todo lo que hacemos.
