Un día, fui a casa de una persona que me había prestado dinero por lo que estaba muy agradecida, pues además de hacerme el favor no me cobraba intereses. No me gustaba pedir dinero prestado y nunca antes había tenido necesidad de hacerlo, pero en ese momento, tuve que recurrir a ella varias veces para que me prestara dinero.
Antes de tocar el timbre, observé que el jardín estaba cubierto de césped mal cuidado y también de basura. Pensando en la gratitud que tengo por ella y su familia, sentí que esta era una oportunidad para expresar amor hacia ellos.
Recogí la basura en un montón y saqué varias raíces lo mejor que pude con mis manos. Luego timbré y le pedí que me prestara una herramienta para terminar la labor y como no tenía ninguna, me dio un cuchillo. Fue entonces que, al arrancar las raíces más profundas, no vi que había un vidrio el cual se clavó en mi mano derecha entre el dedo anular y el medio y atravesó hasta la piel del otro lado de la mano. Al sacar el vidrio, fluyó sangre abundantemente. Entonces cerré la mano y recurrí a Dios en oración.
Reconocí que esa expresión de gratitud y afecto por esa familia no podía terminar en un accidente. Declaré que Dios es mi Vida y que yo soy su reflejo espiritual, recordando que, como Ciencia y Salud lo afirma, “la sangre nunca dio vida y nunca puede quitarla”. Véase Ciencia y Salud, pág. 376.
La sangre dejó de fluir instantáneamente. Con la mano izquierda terminé de recoger la basura, cortar el césped y sacar las raíces, y cuando llegaron los familiares se quedaron sorprendidos por lo bien que estaba hecho el trabajo.
Más tarde durante el día, comenzó a venirme el pensamiento de que el vidrio había afectado un dedo, que no iba a poder moverlo y que la herida se podía infectar. No acepté ninguna de esas sugestiones. Declaré firmemente que sólo me gobernaba la ley de Dios, el Amor divino. Al reconocer esta ley y que las manos eran un símbolo del poder de Dios, el dolor cesó. Dos días después no había evidencia alguna de que hubiera habido una lesión. Mis dedos y manos estaban totalmente sanos.
Meses después, me alegré al ver que el jardín estaba lleno de hermosas flores; lo habían cercado y colocado ornamentación que impedía el acceso de las basuras al lugar.
Tiempo después, cuando le devolví a mi amiga el dinero que me había prestado, ella no quería recibirlo. Pero le agradecí amablemente diciéndole que había decidido confiar plenamente en Dios, quien a todos provee abundantemente. Hacía poco que yo conocía la Ciencia Cristiana y deseaba practicarla con toda sinceridad. Deseaba recurrir sólo al Amor divino, como la fuente inagotable del bien, que no se estanca ni fluctúa, y que siempre está presente y para todos.
A partir de ese día, he visto cómo el Amor ha respondido a toda necesidad y emergencia que se me ha presentado. De Dios viene todo lo bueno; esa verdadera y única provisión es espiritual, no material, y Él no hace acepción de personas. Dios es la Mente divina que nos provee a todos de ideas infinitas que responden a todas nuestras necesidades.
Las enseñanzas de la Ciencia Cristiana son claras y sencillas, y contienen una profundidad que requiere de nuestra consagración y humildad. Con su estudio y práctica nuestro pensamiento se va transformando y nos lleva a dejar de pensar en que lo material tenga poder alguno, y a obedecer la ley Divina en cumplimiento de la voluntad de Dios, el bien.
Al estar gobernados por el Amor divino, caminamos con Dios con alegría, gratitud y un corazón expectante del bien que lo abraza todo.