A mí me agrada cocinar para mi familia y hacer comidas variadas y sabrosas. A veces acudo al Internet y encuentro muy buenas recetas.
Como todos sabemos, el alimento constituye algo esencial para el ser humano, pero también conlleva contradicciones, tales como la idea de que no está bien comer demasiado, como tampoco es bueno comer de menos. También escuchamos hablar de las irregularidades alimenticias que mantienen a la gente pendiente de qué cosa comer, cuántas veces al día hay que hacerlo, o qué dieta seguir para sentirse y verse bien. A veces parece como que la comida es el “villano” que nos tiene a todos pendientes de él.
Sin embargo, en las Escrituras hay muchos relatos en los que el alimento es el simbólico protagonista de las bendiciones que nos da nuestro Padre-Madre Dios y con las que responde a nuestras necesidades humanas.
En Deuteronomio, Moisés le habla al pueblo hebreo sobre las bendiciones que Dios tiene preparadas para ellos si Lo reconocen como su Dios y guardan Sus mandamientos: “Bendita serán tu canasta y tu artesa de amasar” (28:5).
Mientras que en el Nuevo Testamento, nuestro Maestro Cristo Jesús, siempre atento a las necesidades de la gente y dispuesto con gran misericordia a suplirlas, no sólo les impartió sus enseñanzas acerca de Dios y la identidad espiritual del hombre, sino que alimentó a las multitudes con tan solo cinco panes y dos peces (véase Mateo 14:14-21).
Con simbologías, Jesús nos demuestra lo importante que es nutrirse de las verdades que él impartía, como en el caso de la mujer que escondió levadura “en tres medidas de harina, hasta que todo hubo fermentado” (Lucas 13:21). Mary Baker Eddy dice que esta “levadura de la Verdad está siempre activa” y “cambia enteramente el pensamiento mortal, como el fermento cambia las propiedades químicas de la harina” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, págs. 117-118).
Todo temor y sentido falso de responsabilidad que había guardado por mi hija desapareció de mi corazón.
Desde una perspectiva espiritual, el alimento simboliza el nutrimento del Alma divina al hombre, las hijas e hijos amados de Dios, sanos y completos, siempre amados y cuidados por Su Creador. Esto quiere decir que el hombre nunca puede estar desnutrido o sobrealimentado, sufrir de pérdida de peso o tener sobrepeso, ya que el Alma, por medio del Principio divino, regula adecuadamente toda función del hombre.
Cuando mi hija mayor era bebé me daba mucho trabajo para comer. Simplemente no tenía apetito. ¡Alimentarla era un drama que duraba de 4 a 5 horas! Todos los otros bebés se veían preciosos y rellenitos. Sus mamás me comentaban lo bien que comían. También me hacían ver lo hermosa que era mi hija, pero ¡qué flaquita!, remataban. Un día, la llevé al pediatra y me recomendó una vitaminas, y me angustié mucho por su salud.
Yo recién empezaba a estudiar la Ciencia Cristiana, y estaba aprendiendo que mi niña era la hija amada de Dios, y Él era su única vida y fuente de fortaleza. Decidí comentarle a una amiga Científica Cristiana lo que sucedía. Ella con gran amor me dijo que no me preocupara por lo que comía la bebé, pues, como enseñó Jesús: “No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre” (Mateo 15:11). En ese momento, desapareció de mi corazón todo temor y responsabilidad falsa que había guardado por la bebé. Me di cuenta de que mi hija era completamente inocente, así que la comida no tenía ninguna influencia para bien o para mal en ella. Entonces decidí no darle las vitaminas.
Me di cuenta de que mi hija era completamente inocente.
A partir de ese día, nunca más volví a tener problemas para darle de comer a la niña o a sus dos hermanos menores. Comenzó a comer normalmente y las horas de comida fueron muy armoniosas. También empezó a subir de peso y ya no hubo comentarios de parte de mis amigas.
Si estamos preocupados por nuestra apariencia o la comida que comemos, podemos dirigir nuestra mirada a nuestra identidad real, espiritual y perfecta, y descubrir que estamos nutridos y delineados por la moderación, la inteligencia, la sabiduría, la frescura, la vitalidad, la armonía, reflejando la gracia divina y la bondad de nuestro Padre-Madre Dios.