Hace algunos años, cuando era maestra de la Escuela Dominical, les pregunté a mis alumnos qué significaba la Navidad para ellos. Los pequeños respondieron al unísono que era el día de recibir regalos.
Enseguida les pregunté: “¿Quién nació el día de Navidad?” Al no obtener respuesta, reiteré la pregunta, hasta que uno de ellos finalmente respondió: “¡Jesús!” Entonces les conté la historia de la Navidad que aparece en los Evangelios y mencioné que los Reyes Magos le habían traído regalos al niño Jesús recién nacido. Entonces los niños quisieron saber qué presentes ellos le podían dar a Jesús. Les expliqué que Jesús había vivido hacía muchos años, pero que el regalo más hermoso que podíamos darnos los unos a los otros era mantener pensamientos puros, cuidando de que fueran generosos, amorosos y buenos. Cuando nos llevamos bien con nuestros compañeros en la escuela y somos bondadosos a la hora del almuerzo; cuando ayudamos a mamá con las tareas de la casa, somos pacientes con nuestros hermanos y obedecemos a Mamá y Papá, estamos expresando al Cristo, el espíritu del Amor divino que Jesús manifestó, y ese es el mejor regalo que podemos ofrecerle a alguien.
Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, escribió que Jesús “estaba dotado del Cristo, el Espíritu divino, sin medida” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 30). Mediante sus enseñanzas y curaciones, Jesús demostró que el Cristo, la Verdad, es eterno y siempre ha existido dentro de la consciencia individual.
Todos los domingos de aquel mes de diciembre, alenté a mis alumnos de la Escuela Dominical a que me contaran qué cualidades habían expresado y las buenas acciones que habían realizado durante la semana. De esa forma, ellos aprendieron que la Navidad es mucho más que un intercambio de presentes materiales, o la simple conmemoración de un nacimiento humano.
Sin embargo, para muchos la Navidad representa la época de intercambiar regalos materiales, e incluso de tristeza. Hay personas que no tienen a su familia cerca, que no tienen los medios para comprar presentes o que no han recibido los obsequios que sienten que merecen en Navidad. No obstante, hace unos años tuve una experiencia que me mostró cuán importante es comprender que el Cristo está siempre presente, disolviendo el desaliento, la soledad y todas las imposiciones del pensamiento humano que nos impedirían sentirnos agradecidos por los obsequios espirituales ya existentes en nuestra vida, por todo el bien que Dios nos da. Es importante cultivar la gratitud porque ella siempre abre la puerta para que recibamos más bendiciones.
Expresar al Cristo, el Amor divino que Jesús manifestó, es el mejor regalo que podemos ofrecerle a alguien.
Durante muchos años, celebramos las fiestas navideñas en casa de mis padres. Allí nos reuníamos cinco hermanos y yo, con nuestras respectivas familias. Aquellos que vivían más lejos viajaban unos 500 km. Había una alegría muy grande cada vez que llegaba un hermano o hermana con sus esposas, maridos, hijos y nietos.
Sin embargo, hubo un año en que nuestro hermano menor no pudo venir a nuestra reunión de Navidad. Fuimos recibidos con un abrazo alegre de papá y con las lágrimas de mamá, quien siempre lloraba sin cesar cuando uno de sus hijos no podía venir. Esta actitud empañaba la alegría de todos. Mi madre había actuado así durante años, y me di cuenta de que era hora de ayudarla a superar ese comportamiento.
A la mañana siguiente, después de leer la Lección Bíblica de la Ciencia Cristiana con mi madre y de orar juntas, le pregunté si no estaba contenta con las cinco familias que tenía a su alrededor. Le dije que a pesar de la distancia nuestra familia estaba intacta, pues estábamos unidos por el amor, la alegría y la hermandad que compartíamos. Podíamos sentir la alegría que trae saber esto.
El amor al prójimo, la alegría y la gratitud son regalos cuyo valor no se puede medir y que jamás se agotan.
Con todo cariño, la ayudé a ver que su tristeza podía arruinar nuestra Navidad. Le dije: “Por favor, mami, ¡regálanos tu sonrisa! Danos el regalo de tu gratitud por los cinco hijos que llegaron bien y felices. Lo que importa en esta fecha es el espíritu cristiano de amor y de buena voluntad”. Ella entendió lo que yo le estaba diciendo, se secó las lágrimas y se compuso.
Un año después, el día de Navidad, fui con ella a saludar a la vecina de al lado que estaba llorando porque uno de sus hijos no vendría a pasar las fiestas de fin de año con la familia. Me sorprendí al ver la convicción con que mi madre le hablaba sobre la importancia de que la vecina estuviera feliz con los hijos que estaban allí y merecían su sonrisa.
A partir de ese momento, mi madre nos recibió con alegría para las fiestas de Navidad y declaraba que estaba feliz por los hijos que estaban presentes y comprendía con cariño a los que no podían asistir. Ella sanó de la creencia de que la unión de nuestra familia dependía de que estuviéramos juntos en persona, pues entendió que estamos siempre juntos en Cristo, en el espíritu del Amor divino que abraza al mundo entero.
A algunas personas les gusta recibir regalos caros en Navidad y, a veces, un abrazo sin un regalo bellamente envuelto no tiene valor para ellas. Sin embargo, el regalo de amor, alegría y gratitud permanecen para siempre. Esos presentes, cuyo valor no se puede medir, provienen del “gran corazón del Cristo”, y jamás se agotan (véase Ciencia y Salud, pág. 568).
A medida que atesoramos estos obsequios, bendecimos a otras personas y conmemoramos la Navidad todos los días del año.
