“Cada desafío a nuestra fe en Dios nos hace más fuertes”, escribió Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras (pág. 410). Hoy sé cuán ciertas son esas palabras. Los momentos difíciles nos permiten comprender mejor el amor de Dios por nosotros. Esta comprensión se está volviendo cada vez más clara para mí, a medida que reflexiono acerca de una prueba que tuve de la acción del poder de Dios en mi vida.
A principios de diciembre de 2010, después de un accidente de automóvil, cumplí con el pedido de los policías que elaboraron el informe, y fui al hospital como se espera que la gente haga en esos casos. La enfermera que me atendió me explicó que las radiografías mostraban que mi brazo derecho estaba quebrado en tres lugares. Ella recomendó que me operara. Cuando le contesté que quería irme a casa y recibir tratamiento solamente mediante la oración en la Ciencia Cristiana, ella insistió: “Yo quiero que usted pueda usar nuevamente su mano derecha”. Yo no miré las radiografías, pero ella se las mostró a mi hija y a mi yerno, para convencerlos de la gravedad del problema. Ellos apoyaron totalmente la decisión de confiar en la oración para sanar. No me colocaron yeso ni entablillaron el brazo, y tampoco tomé medicamentos.
En la escena del accidente la primera cosa que había hecho fue llamar por teléfono a una practicista de la Ciencia Cristiana, pidiéndole que me diera tratamiento por la oración. De regreso en casa, hablaba con frecuencia con la practicista, quien reafirmaba mi relación inquebrantable con Dios, y me aseguraba que nada podía separarme del Amor divino. Yo leía las revistas de la Ciencia Cristiana y estudiaba la Lección Bíblica semanal de la Ciencia Cristiana, compuesta de pasajes de la Biblia y del libro Ciencia y Salud.
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