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Curación de brazo quebrado

Del número de noviembre de 2014 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en portugués


“Cada desafío a nuestra fe en Dios nos hace más fuertes”, escribió Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras (pág. 410). Hoy sé cuán ciertas son esas palabras. Los momentos difíciles nos permiten comprender mejor el amor de Dios por nosotros. Esta comprensión se está volviendo cada vez más clara para mí, a medida que reflexiono acerca de una prueba que tuve de la acción del poder de Dios en mi vida.

A principios de diciembre de 2010, después de un accidente de automóvil, cumplí con el pedido de los policías que elaboraron el informe, y fui al hospital como se espera que la gente haga en esos casos. La enfermera que me atendió me explicó que las radiografías mostraban que mi brazo derecho estaba quebrado en tres lugares. Ella recomendó que me operara. Cuando le contesté que quería irme a casa y recibir tratamiento solamente mediante la oración en la Ciencia Cristiana, ella insistió: “Yo quiero que usted pueda usar nuevamente su mano derecha”. Yo no miré las radiografías, pero ella se las mostró a mi hija y a mi yerno, para convencerlos de la gravedad del problema. Ellos apoyaron totalmente la decisión de confiar en la oración para sanar. No me colocaron yeso ni entablillaron el brazo, y tampoco tomé medicamentos.

En la escena del accidente la primera cosa que había hecho fue llamar por teléfono a una practicista de la Ciencia Cristiana, pidiéndole que me diera tratamiento por la oración. De regreso en casa, hablaba con frecuencia con la practicista, quien reafirmaba mi relación inquebrantable con Dios, y me aseguraba que nada podía separarme del Amor divino. Yo leía las revistas de la Ciencia Cristiana y estudiaba la Lección Bíblica semanal de la Ciencia Cristiana, compuesta de pasajes de la Biblia y del libro Ciencia y Salud.

La practicista reafirmaba mi relación inquebrantable con Dios, y me aseguraba que nada podía separarme del Amor divino.

En ese libro encontré la declaración de la verdad que más me ayudó en aquella ocasión: “Levántate en la fortaleza del Espíritu para resistir todo lo que sea desemejante al bien. Dios ha hecho al hombre capaz de esto, y nada puede invalidar la capacidad y el poder divinamente concedidos al hombre” (pág. 393). Apoyándome en estas verdades, en las siguientes semanas estuve escribiendo con la mano derecha y muy pronto pude usar unas tijeras para hacer una tarjeta de Navidad.

Continué usando la mano izquierda para hacer todo lo que no lograba hacer con la derecha, incluso quitar la nieve de la entrada del frente de mi casa, de manera que pude quedarme sola cuando mi hija y mi yerno viajaron a Brasil, antes de Año Nuevo. Mientras realizaba las tareas diarias, yo afirmaba para mí misma que Dios me había hecho capaz de hacer todo lo que era correcto que hiciera, y que nada podía impedir que expresara toda la capacidad y el poder que Dios había otorgado a todos Sus hijos, incluida yo. Como no podía lavarme completamente por mi cuenta, pedí la ayuda de una enfermera de la Ciencia Cristiana, quien me ayudó en dos ocasiones. Tampoco podía conducir el auto, pero unos amigos me llevaban con mucho cariño a la iglesia, así que no me perdí de asistir a los servicios religiosos de la iglesia de la Ciencia Cristiana de la que soy miembro. La practicista continuó orando por mí hasta que pude mover libremente el brazo derecho, y durante ese tiempo no sentí ningún dolor.

Un momento decisivo para la curación, y que reafirmó mi confianza en Dios, sucedió cuando una persona me dijo que el brazo me quedaría deformado y que mi familia nunca me perdonaría por haber confiado en la oración para sanar. Al instante sentí que mi amor a Dios no sería debilitado por nada que pudiese suceder. Me entregué entera e incondicionalmente al cuidado y al amor de Dios, sin importar la apariencia física o la funcionalidad del brazo. En aquel momento, amar a Dios por encima de todas las cosas fue para mí un deber inamovible, como lo es ahora y por siempre lo será.

Hoy sé que el amor que yo sentía por Dios, estaba realmente reflejando el amor que Dios tiene por todos, puesto que como dice la Biblia, “nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (véase 1º de Juan 4:19). En dos meses, casi imperceptiblemente, todo se normalizó. Regresé a trabajar, a conducir y después bordé un vestido de novia con más de mil minúsculos cristales Swarovski. ¡Estaba completamente sana!

Esa experiencia me hizo más fuerte espiritualmente. Han pasado casi cuatro años, y cada vez me gusta más compartir con otros el mensaje de la Ciencia Cristiana que Mary Baker Eddy enseña, porque la oración cristiana es eficaz, científica, trae resultados prácticos y sus beneficios van mucho más allá de la curación física. En vez de efectos secundarios, cosechamos beneficios espirituales. No hice fisioterapia, pero levanto cualquier peso como antes y mi mano y brazo derechos funcionan perfectamente bien. Como no recurrí a la cirugía, no tengo cicatrices, y es imposible distinguir cuál fue el brazo lesionado.

Mi entendimiento respecto a Dios se profundizó. Mis hijos también se beneficiaron al ser testigos de la eficacia de la oración cristianamente científica. Ahora sé, no por haber oído hablar, sino por experiencia propia, que no hay nada demasiado duro (ni siquiera un hueso) o demasiado difícil para Dios. Dios tiene todo el poder. Dios no nos prueba ni causa accidentes. Dios nos sana. Dios es Amor.

Amélia Alves, Cape Cod

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