En ocasiones, es fácil preguntarse qué podemos hacer para ayudar al mundo. Por ejemplo, hace poco se informó que “el número de personas que se ven forzadas a huir de sus hogares alrededor del mundo, ha excedido los 50 millones por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial” (The Guardian, June 19, 2014). Ese informe, así como muchas otras inquietudes acerca de las amenazas que enfrenta la humanidad, son a veces alarmantes. Sin embargo, cuando las vemos correctamente, las mismas pueden despertar en nosotros el tipo de compasión que verdaderamente ayuda: el acto misericordioso de vigilar y orar por la humanidad.
Estar atento y vigilante a través del lente del sentido espiritual es ver más que solo la violencia y las amenazas a la seguridad de la humanidad. Es ver más allá de las amenazas externas para percibir las pretensiones subyacentes de la mente carnal, que en vano pero agresivamente afirman que el mal es el amo del bien. Y luego percibir espiritualmente la verdad que hace que esas pretensiones sean impotentes.
La oración por nuestro mundo comienza naturalmente tratando de obtener una mejor comprensión de Dios. Dios es el Principio divino del hombre y del universo, y gobierna todo mediante la ley divina, manteniendo la justicia, el orden, la armonía. Él es la causa y gobernador divino de todo lo que realmente existe. La Biblia se refiere a Dios como el “que vive para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y su reino por todas las edades. ...él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Daniel 4:34, 35).
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!