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Velemos por nuestro mundo

Del número de noviembre de 2014 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 1º de septiembre de 2014.


En ocasiones, es fácil preguntarse qué podemos hacer para ayudar al mundo. Por ejemplo, hace poco se informó que “el número de personas que se ven forzadas a huir de sus hogares alrededor del mundo, ha excedido los 50 millones por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial” (The Guardian, June 19, 2014). Ese informe, así como muchas otras inquietudes acerca de las amenazas que enfrenta la humanidad, son a veces alarmantes. Sin embargo, cuando las vemos correctamente, las mismas pueden despertar en nosotros el tipo de compasión que verdaderamente ayuda: el acto misericordioso de vigilar y orar por la humanidad.

Estar atento y vigilante a través del lente del sentido espiritual es ver más que solo la violencia y las amenazas a la seguridad de la humanidad. Es ver más allá de las amenazas externas para percibir las pretensiones subyacentes de la mente carnal, que en vano pero agresivamente afirman que el mal es el amo del bien. Y luego percibir espiritualmente la verdad que hace que esas pretensiones sean impotentes. 

La oración por nuestro mundo comienza naturalmente tratando de obtener una mejor comprensión de Dios. Dios es el Principio divino del hombre y del universo, y gobierna todo mediante la ley divina, manteniendo la justicia, el orden, la armonía. Él es la causa y gobernador divino de todo lo que realmente existe. La Biblia se refiere a Dios como el “que vive para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y su reino por todas las edades. ...él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Daniel 4:34, 35).

La Mente única divina e infinita crea su propia semejanza en incontables ideas espirituales, los innumerables hijos e hijas de Dios, la familia universal del hombre. Las ideas de la Mente no pueden sino manifestar la bondad, la unidad y la armonía de la Mente. No puede haber anarquía en la totalidad de la Mente, puesto que la Mente mantiene todo en la familia del Principio divino, en la que todos nosotros, debido a nuestra naturaleza misma, reflejamos y obedecemos la ley divina. Lo que sustenta el sufrimiento que conllevan las guerras, el terrorismo, la violencia arbitraria dirigida hacia gente inocente, incluso niños, la disolución de naciones, los vastos campamentos de refugiados, la hambruna, y así sucesivamente, es la diseminación de convicciones materiales acerca de la existencia: por ejemplo, la convicción de que la materia constituye al hombre y la vida; que el mal forma parte de la creación tanto como el bien; y que hay innumerables mentes materiales finitas, en lugar de la Mente única infinita, Dios, quien es Espíritu y se expresa universalmente en el hombre.  

En esta diseminación de creencias materiales, la mente carnal parece afirmar con agresividad su propio sentido falso de personalidad, oponiéndose con firmeza a la lenta pero inevitable llegada del reconocimiento del bien. Es aquí donde nuestra compasión, nuestra consciente disposición de ayudar, y nuestra clara comprensión de la Ciencia del existir, puede ser un beneficio tan grande para la humanidad.  

Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La ‘voz callada y suave’ del pensamiento científico se extiende sobre continentes y océanos hasta los confines más remotos del globo. La voz inaudible de la Verdad es, para la mente humana, como cuando ‘ruge un león’. Se oye en el desierto y en los lugares tenebrosos del temor. Despierta los ‘siete truenos’ del mal, e incita a sus fuerzas latentes a proferir el diapasón completo de tonos secretos. Entonces el poder de la Verdad es demostrado, manifestándose en la destrucción del error” (pág. 559).

La frase clave aquí es “pensamiento científico”, el cual se manifiesta a través de la oración consagrada. Comprender científicamente la vida es percibir la totalidad del Amor divino, cómo Ella abraza a todos Sus hijos, Sus ideas espirituales, en el poder del Amor divino. Es percibir profunda y espiritualmente que hombres, mujeres y niños no son, en su verdadera individualidad, el blanco del mal o instigadores del mal. Cada uno es, en cambio, la imagen de Dios, por siempre uno en el Amor, reflejando la Mente que es el bien. Ellos están a salvo, son buenos, y están todos gobernados absolutamente por el mismo Principio, el Amor. 

Entender la vida científicamente es comprender cuán fútil es la agresiva bravata del mal, cuando grita para ser aceptado como realidad. Puesto que no forma parte de la Mente divina, el mal en sí no tiene mente, ninguna habilidad para maquinar una intriga o realizarla. Como no forma parte de la Vida infinita, no tiene existencia. Al no tener lugar alguno en la Verdad divina, no tiene realidad. Por no expresar nada que pertenezca al Alma, carece de identidad o individualidad.

Una comprensión espiritual de la vida brinda la cálida y reconfortante percepción de que la Vida no incluye privación alguna, que todo hijo de Dios es plenamente alimentado, vestido y resguardado, porque cada uno es la expresión del Espíritu, por lo tanto, cada uno expresa plenamente la sustancia del bien y tiene todo el bien. Nada puede faltarle, nada se le puede quitar. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “El Espíritu alimenta y viste debidamente todo objeto, a medida que aparece en la línea de la creación espiritual, así expresando tiernamente la paternidad y la maternidad de Dios” (pág. 507).

La verdad espiritual, no obstante, debe probarse. Cada uno de nosotros debe demostrarla mediante el amor que lucha en oración con las pretensiones de la mente carnal, hasta percibir que esas pretensiones son irreales y, por ende, inofensivas.

Incluso la habilidad de orar y demostrar la verdad, tiene su fuente en Dios. Nuestro deseo sincero de ayudar a la humanidad es en sí mismo una oración, una oración que Dios responde. El Amor divino imparte la habilidad de amar espiritualmente, de ser más generosos, de dar más de nosotros mismos para promover el reino de la armonía de Dios sobre la tierra.

A medida que oramos concienzudamente para percibir la irrealidad del mal y el completo e infinito cuidado que el Amor divino brinda al hombre, estamos contribuyendo espiritualmente a la destrucción del mal, y de esta manera, promoviendo el bienestar de toda la humanidad.

David C. Kennedy

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