Corría el año 1997. Desperté una mañana con un fuerte dolor en el estómago. A partir de ese momento, no pude ingerir ningún tipo de alimento picante ni dormir bien, y continué experimentando dolores de estómago. Esta difícil situación se prolongó durante varios meses.
El amigo con quien compartía una habitación, al ver lo que pasaba, me dijo que posiblemente tenía úlceras en el estómago. Agregó que debía ir al hospital para realizarme un examen especializado y determinar exactamente cuál era el problema.
No obstante, hacía poco había conocido la Ciencia Cristiana y, tan pronto aparecieron los primeros síntomas, el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, se había convertido en mi refugio y apoyo constantes. Empecé a estudiar el libro en profundidad, con la convicción de que el sufrimiento no formaba parte de mi ser real, espiritual y perfecto, y que desaparecería de forma natural a través de una mejor comprensión de la Ciencia Cristiana. El Prefacio de Ciencia y Salud explica esto de la siguiente manera: “La curación física de la Ciencia Cristiana resulta ahora, como en el tiempo de Jesús, de la operación del Principio divino, ante la cual el pecado y la enfermedad pierden su realidad en la consciencia humana y desaparecen tan natural y tan necesariamente como las tinieblas dan lugar a la luz y el pecado a la reforma. Ahora, como entonces, estas obras poderosas no son sobrenaturales, sino supremamente naturales” (pág. xi).
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