En mayo de 2013, tuve la maravillosa oportunidad de viajar a Tibet, en China. Oré mucho mientras me preparaba para realizar el viaje, y recibí una inspiración tras otra. Todo se había ido desarrollando tan perfectamente, que me sentí de lo más entusiasmada cuando finalmente llegamos a destino.
Mi universidad, situada en los Estados Unidos, había organizado este viaje para estudiantes interesados en aprender más acerca de la política, religión e historia de esa región. Nos quedaríamos una semana en la capital de China, Beijing, y tres semanas en la Provincia de Tibet.
Tibet es conocida como el “techo del mundo”, porque está situada en una de las regiones más altas del globo. Durante nuestro viaje allí, nuestra guía china nos explicó con mucha seriedad los riesgos que implicaba estar en una región a esa altura. Nos advirtió que era común tener dificultad para respirar y mareos, y que debíamos alertarla si experimentábamos esos síntomas.
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