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Artículo de portada

No existe la inmovilidad

Del número de noviembre de 2014 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en alemán


En Hechos 17:28 dice, refiriéndose a Dios: “Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos”. Hace más de un año, en mayo, al levantarme de la cama sentí un agudísimo dolor en la espalda. Casi no podía moverme. No quería aceptar la pretensión de que era lumbago.

Así que me hice las siguientes preguntas: ¿Vivo realmente en Él, en el reino de Dios, si apenas puedo moverme, si casi no puedo salir de la cama, si ni siquiera puedo sentarme en el suelo para jugar con mis nietitas, y menos aún volver a levantarme? ¿Tengo acaso que evitar hacer cualquier tipo de actividad física y permitir que mi libertad de movimiento esté dramáticamente restringida? “¡Esto no puede ser verdad!”, me dije a mí mismo. Y en realidad no era verdad y no era real, porque si declaro que vivo “en Dios”, yo no puedo sentir dolor, puesto que Dios es solo el bien.

No me sentía triste ni desesperado porque sabía que “¡Hay una salida!” Yo solo tenía que verla y andar por ella. De inmediato recordé un versículo del Evangelio de Juan: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32).

“¡Ese sí es un buen comienzo!”, pensé con confianza. Ahora debía entender claramente qué significaba esta verdad espiritual. Leí Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, así como otra literatura de la Ciencia Cristiana. Mi confianza aumentó, y aunque el dolor persistía, sentí que por dentro estaba sonriendo. Mientras seguía leyendo, me olvidé del dolor. Me pareció que tenía cosas mucho más importantes que hacer que seguir pensando en condiciones negativas, tal como la enfermedad y el dolor. No quería alimentar la sugestión de que tenía una discapacidad física, y no quería atribuirle más poder, puesto que no tiene poder alguno.

En cambio, reflexioné acerca de la siguiente verdad: “Puesto que el hombre es el reflejo de su Hacedor, no está sujeto a nacimiento, crecimiento, madurez, decadencia” (Ciencia y Salud, pág. 305). En lugar de sentir temor de que no podría volver a moverme normalmente, decidí orar para expresar las cualidades y las posibilidades que Dios me había dado, tales como movilidad, libertad, alegría, actividad, y así sucesivamente.

De modo que rechacé categóricamente la pretensión de enfermedad, dolor, degeneración, síntomas de vejez, tal como rechazaría con vehemencia recibir un paquete que yo no he solicitado. Esos pensamientos (las pretensiones acerca de la materialidad) adulterarían la Verdad divina. Por ser el reflejo de Dios somos perfectos, no tenemos ninguna falla o defecto. En un artículo titulado “Libre de sufrimiento” por Inman H. Douglass, publicado originalmente en Septiembre de 1958 en El Heraldo en alemán, [y recientemente en español en su sitio Web], leí lo siguiente: “El hombre nunca ha estado enfermo, con molestias y dolores… En realidad, el hombre —el hombre de la creación de Dios— está por siempre en un estado de ser perfecto y nunca puede apartarse del mismo”.

Probamos la irrealidad de las condiciones materiales rechazando la pretensión de enfermedad con la oración. Este cambio mental trae curación porque el cuerpo no es materia, es consciencia. En otras palabras, es la manifestación de nuestro propio pensamiento. La evidencia material a menudo nos engaña al imponernos, en nuestro pensamiento, una creencia de enfermedad o lesión, ocultando de esa forma la realidad divina. La realidad es siempre puramente espiritual y expresa las leyes perfectas de Dios. Dios es el Principio divino y perfectamente armonioso.

Cuando comprendí esto, sané en pocos días, dejé de preocuparme por mi bienestar. Continué con mis actividades diarias y no dejé lugar alguno en mi pensamiento para la enfermedad. Pude moverme con libertad nuevamente y jugar con mis nietas.

Esta experiencia me enseñó lo siguiente: Por ser una idea divina, yo expreso todo el bien y las cualidades necesarias, incluso movilidad física. Todas estas cualidades son espirituales y, por lo tanto, son indestructibles.

Esta curación ha sido permanente y me ha permitido mantenerme físicamente activo. Estoy muy agradecido a Dios por esta curación, la cual ha sido un paso de progreso importante en mi comprensión de mi verdadera individualidad.

Manfred Gloger, Berlín

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