En Hechos 17:28 dice, refiriéndose a Dios: “Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos”. Hace más de un año, en mayo, al levantarme de la cama sentí un agudísimo dolor en la espalda. Casi no podía moverme. No quería aceptar la pretensión de que era lumbago.
Así que me hice las siguientes preguntas: ¿Vivo realmente en Él, en el reino de Dios, si apenas puedo moverme, si casi no puedo salir de la cama, si ni siquiera puedo sentarme en el suelo para jugar con mis nietitas, y menos aún volver a levantarme? ¿Tengo acaso que evitar hacer cualquier tipo de actividad física y permitir que mi libertad de movimiento esté dramáticamente restringida? “¡Esto no puede ser verdad!”, me dije a mí mismo. Y en realidad no era verdad y no era real, porque si declaro que vivo “en Dios”, yo no puedo sentir dolor, puesto que Dios es solo el bien.
No me sentía triste ni desesperado porque sabía que “¡Hay una salida!” Yo solo tenía que verla y andar por ella. De inmediato recordé un versículo del Evangelio de Juan: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32).
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!