Estaba con un amigo en la Costa del Sol, gozando de un agradable y cálido mediodía junto a la playa repleta de bañistas, colorido y vida. De pronto, el recuerdo de una desagradable experiencia me apartó del presente.
—¿Qué te ocurre? ¡Tiritas! —mi amigo me hizo aterrizar en la realidad.
—No estaba aquí —me disculpé.
Este intercambio me recordó una importante lección que he aprendido de mi estudio de la Ciencia Cristiana: Cuando sufrimos, o nos sentimos ansiosos o preocupados, tendríamos que preguntarnos “¿Dónde estoy?” En otras palabras, “¿Dónde están mis pensamientos?”, pues donde estamos mentalmente, más que físicamente, determina nuestra experiencia.
Si enfrentamos alguna discordancia, por lo general es señal de que hemos perdido de vista la realidad, el hecho de que vivimos en el reino de los cielos, donde solo puede reinar la armonía, y necesitamos centrar nuestro pensamiento nuevamente en él. La respuesta correcta de “¿Dónde estoy?” siempre es “Aquí, en la segura y armoniosa presencia de nuestro Padre-Madre Dios”.
Aprendí esta lección hace 12 años. Durante meses había sufrido de una pertinaz sordera en ambos oídos. Pero al orar aferrándome a las ideas de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, a fin de obtener una percepción más clara de la realidad, recobré la audición.
Esta curación fortaleció mi decisión de abandonar mi profesión y dedicarme por entero a ayudar a otros como practicista de la Ciencia Cristiana.
Sin embargo, dos semanas después, tras recibir las llamadas de algunos pacientes pidiéndome ayuda por medio de la oración, se coló en mi pensamiento un falso sentido de responsabilidad, acompañado de mucho miedo. Cuando mi esposa me habló, comprobé que no podía oír. Solo silencio absoluto.
Pedí estar consciente de que es el Padre quien lo creó todo y lo hace todo, y lo hace muy bien.
Por unos minutos estuve anonadado, perdido. “¿Dónde estoy?” Me parecía estar en un espacio de oscuridad y pánico.
Entonces oré. Es decir, recurrí a la brújula del sentido espiritual. Dejé que el faro de la Mente divina me guiara con sus continuas ráfagas de pensamientos verdaderos. No pedí sanar mis oídos. Pedí estar consciente de que es el Padre quien lo creó todo y lo hace todo, y lo hace muy bien. La obra de Dios es siempre perfecta; nunca, ni siquiera en un solo momento, puede ser perjudicada. De modo que no hay nada que necesite sanar, ni en mí, ni en nadie más.
Solo una cosa era necesaria. Ver la realidad “perfecta” de Dios en todos, incluso en cada uno de los que me habían pedido ayuda.
Vivimos por siempre en la consciencia de la perfección y el amor de Dios. Es aquí donde estamos, y me di cuenta de que nunca había salido de allí.
La Sra. Eddy interpreta “casa” como “consciencia” en su exposición del Salmo 23. Ella escribe: “En la casa [la consciencia] del [Amor] moraré por largos días” (Ciencia y Salud, pág. 578). En esta “casa” no experimentamos otra cosa más que la armonía del Amor; permanecemos relajados, gozosos, seguros, provistos y sanos.
Solo experimentamos lo que tenemos en nuestra consciencia.
Cuando nuestro pensamiento se aleja de la consciencia del Amor y cree lo que la mente mortal nos quiere hacer creer, parece que todo lo bueno se acaba o se cambia por el dolor, las limitaciones y el miedo. Por eso decidí regresar rápido al lugar seguro, y estar consciente de la presencia de mi Padre.
En pocos minutos pude escuchar nuevamente con toda claridad, y no he vuelto a tener problemas con mi audición desde entonces. La lección que aprendí fue muy importante.
Cuando percibo el mal en cualquiera de las múltiples formas en que se hace notar, yo sé que no estoy allí; no puedo estar consciente de él ni experimentarlo. Es un lugar inexistente que pretende ser real.
Yo estoy “aquí”, en la consciencia del Amor, y estaré por siempre.