Me gustaría contarles cómo he sido bendecida al poner en práctica las enseñanzas que he recibido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana.
Una mañana, no hace mucho, fui a rendir el examen para ingresar a la universidad. Por error, dejé en casa el recibo que demostraba que había pagado la matrícula de admisión. Cuando llegué al lugar del examen, había dos asistentes en la puerta pidiendo que todos los candidatos mostraran su recibo, y esperando un soborno de parte de quienes lo habían olvidado. Una vez que pagaban el soborno, los asistentes les permitían entrar.
Yo sentía temor de no poder rendir el examen. No iba a pagar un soborno; estaba disgustada por haberme olvidado el recibo en casa y ya esperaba lo peor. Pero entonces se me ocurrió que ¡podía orar!
Me di cuenta de que los asistentes de la puerta, así como todos los demás candidatos y yo, éramos hijos de Dios, y nadie tenía el derecho o la capacidad para hacer daño a otra persona. Sabía que todos éramos movidos por el mismo Espíritu, Dios, y que no había lugar para la corrupción durante una actividad correcta, como era rendir un examen. Me acordé de un pasaje en la Biblia que dice: “No habrá para qué peleéis vosotros en este caso; paraos, estad quietos, y ved la salvación del Señor con vosotros” (véase 2° Crónicas 20:17).
Después de esta oración, fui tranquilamente hacia los asistentes que, en vez de pedirme el recibo, simplemente verificaron mi nombre en la lista de candidatos y me dejaron pasar. Yo estaba muy agradecida por ver que el Amor divino siempre está presente para ayudarnos y para corregir situaciones inarmónicas, incluso cuando parece que hemos cometido un error.
Pero tan pronto ingresé al salón donde se efectuaría la prueba, el secretario a cargo de la sesión me pidió un soborno, y me dijo que le diera el dinero al final del examen. Una vez más, me quedé tranquila. Cuando terminé, él tomó mi prueba, pero no quería aceptarla sin antes recibir el soborno. Durante todo este tiempo, yo estaba en silencio orando por la armonía, la honestidad y la verdad que reinan dondequiera que nos encontremos.
Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La honestidad es poder espiritual. La deshonestidad es debilidad humana, que pierde el derecho a la ayuda divina” (pág. 453). Yo no iba a ceder a la demanda del secretario, porque sabía que “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (Ibíd., pág. 494), incluida la mía y la del secretario.
Entonces permanecí frente a él, sin emitir palabra y pensando en estas verdades consoladoras. Yo estaba reconociendo con firmeza que me encontraba ante la presencia de Dios, y viendo la manifestación de Dios en todas las personas que me rodeaban. “¿Eres tú Kitoko, Jeanine? ¿Qué te pasa?”, preguntó entonces el secretario, y puso mi examen en la pila junto a los demás, para ser clasificado, sin esperar mi respuesta.
Días más tarde, fui a ver la lista de candidatos que habían sido admitidos en la universidad, y allí estaba mi nombre. Creo que las verdades que aprendí en la Escuela Dominical me liberaron de todo el temor, la auto-condena y la ansiedad en esa situación. Me ayudaron a mantenerme firme en la idea de que Dios siempre responde nuestras oraciones y nos sana.
Estoy muy agradecida a nuestro Padre-Madre Dios por esta gran prueba de Su tierno amor. También estoy muy agradecida por la ayuda que recibimos de nuestros maestros de la Escuela Dominical, una ayuda que nos acompaña diariamente.
