Empecé a estudiar la Ciencia Cristiana hace más de 25 años. En esa época, estaba criando sola a mi hijo de 4 años, y enfrentando algunos problemas físicos.
Hacía ya varios años que sufría de migrañas, dolencia que supuestamente había heredado de mi familia, así como también de dolores de garganta que había heredado de mi madre. Además, mi padre había sufrido de diabetes toda su vida y mis familiares me decían con frecuencia que yo también sufriría de la misma enfermedad.
En la Ciencia Cristiana aprendemos que somos hijos de nuestro Padre celestial, y solo podemos ser herederos de todo lo bueno (véase Mary Baker Eddy Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 468). La Sra. Eddy escribe: “La herencia es un tema prolífico para que la creencia mortal prenda sus teorías; pero si aprendemos que nada es real sino lo justo, no tendremos herencias peligrosas, y los males de la carne desaparecerán” (Ibíd., pág. 228).
La siguiente cita de la Biblia me impactó. Alguien de la multitud le dice a Jesús: “Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia” (Lucas 12:13). Ese hombre quería que su hermano compartiera su herencia material con él. Me di cuenta de que la herencia que nuestro Padre-Madre Dios nos ha dejado no son posesiones materiales o bienes inmuebles, sino una herencia incontaminada, incorruptible, limpia y pura, que nos da el derecho de reclamar el bien para nosotros mismos y para los demás. Nadie necesita compartir su herencia con nosotros porque todos tenemos todo el bien.
Me di cuenta de que es importante estar consciente de las cualidades espirituales que nos ha dado el Amor divino. Estos conceptos me ayudaron a ver que nuestro verdadero hogar no es una edificación material, sino que consiste de una serie de valores correctos como son el amor, la sinceridad, la paciencia. Comprendí que mi hijo y yo vivíamos en este hogar espiritual y que él también, por ser hijo de Dios, era heredero de todo lo bueno.
Nuestro Padre-Madre Dios nos ha dejado una herencia incontaminada, incorruptible, limpia y pura.
La oración en la Ciencia Cristiana consiste en reemplazar los conceptos falsos por las verdades espirituales acerca de Dios y el hombre. Hacer esto cambia radicalmente nuestra manera de pensar. Así que, al criar a mi hijo oraba declarando con firmeza su verdadera identidad, su verdadera herencia como hijo de Dios. Yo expresaba más amor, ternura, tolerancia y paciencia. Me esforzaba por ver que el muchachito era puro y perfecto y solo podía ser receptivo al bien.
He aprendido que es importante afirmarse y reconocer que, como dice el Apóstol Pablo, “vivimos, nos movemos y somos” en el Espíritu divino (Hechos 17:28). Esto quiere decir que estamos constantemente en la abundancia del bien infinito, y debemos estar muy vigilantes y estar siempre conscientes de nuestra herencia divina. Como resultado de esta comprensión, nuestra familia ha podido comprobar que Dios siempre responde a nuestras necesidades.
Esta comprensión espiritual también me ha hecho ver claramente que las personas no tienen por qué heredar ni las enfermedades ni los hábitos perjudiciales o rasgos de carácter difíciles de sus parientes. Nuestra herencia es divina y solo podemos heredar el bien, la armonía y la buena salud.
Estas ideas me ayudaron a librarme de las migrañas y de los dolores de garganta, y eliminaron por completo el temor a tener diabetes. Tengo la certeza de que el hombre no vive en la materia o en un cuerpo físico, sino en Dios, el Espíritu. Este conocimiento de Dios me ayudó a comprender que no hay dos vidas para vivir, una del conocimiento de Dios y otra del conocimiento humano. Cuando logré percibir que Dios, el Espíritu, es nuestra única Vida y el hombre es creado a Su imagen y semejanza, el concepto que tenía de mí misma cambió, y sané por completo. Jamás he vuelto a sufrir de migrañas o de dolores de garganta.
Siento que es importante reclamar nuestra verdadera herencia dondequiera que haga falta algo, ya sea salud o provisión, pues en la abundancia del Padre celestial, nada puede faltar.
Laura Victoria Rojas, Bogotá
