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No necesitamos tener miedo

Del número de junio de 2014 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en portugués


Para producir fuego se necesitan dos elementos fundamentales: material combustible y un carburante. El combustible es aquello que se consume cuando se quema, o sea, el material que se utiliza para producir una combustión, como madera, gasolina, papel y otros elementos. El carburante es aquello que alimenta la combustión: el oxígeno del aire es el ejemplo principal. Para apagar el fuego es necesario interrumpir aquello que lo alimenta, lo cual puede hacerse con un paño pesado o grueso, espuma o con otro material que impida que penetre el aire y suministre el oxígeno necesario para la combustión.

En la Ciencia Cristiana aprendemos que Dios es el bien supremo e infinito que ocupa todo el espacio, y que en la totalidad del bien no hay lugar para el mal. Por lo tanto, toda discordancia, enfermedad o limitación de cualquier tipo, es simplemente una creencia errónea producida por el temor. Para mí, esta declaración de Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, ilustra bien ese pensamiento: “La enfermedad, la dolencia y la muerte proceden del temor” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 260). En este pasaje la Sra. Eddy menciona la enfermedad, la dolencia y la muerte, pero al hacer una analogía, entiendo que para que surja una situación difícil, generalmente tienen que estar presentes dos factores: una creencia errónea, que actúa como el combustible, y el temor, que funciona como el carburante, pues alimenta la creencia errónea de que puede haber una condición inarmónica opuesta a la totalidad del bien divino. La creencia errónea no es destruida sino hasta que el temor es eliminado.

Yo sabía que tenía que vencer el temor para poder sanar.

En 2009, tuve una experiencia que me demostró que es esencial eliminar el temor para vencer las situaciones difíciles.

Un día por la tarde, al despertarme después de una siesta, noté que mi pierna derecha había perdido repentinamente la sensibilidad. El problema empeoró rápidamente. En cierto momento, empecé a renguear mucho y tenía que arrastrar la pierna derecha para poder moverme. Mi esposa estaba fuera de la ciudad y regresaría dos días después, de forma que estaría en casa solo, durante ese período.

Ese día estuve orando para sanar el problema, como acostumbro a hacer cuando enfrento desafíos, pero al anochecer, repentinamente tuve miedo de estar solo en casa. Me sentía atormentado por este pensamiento: “Si necesito ayuda, ¿quién me va a socorrer durante la noche”? Me di cuenta de que en el fondo, yo tenía mucho miedo de las posibles consecuencias de aquellos síntomas, pues pensaba que se debían a un derrame cerebral.

Deseaba sinceramente liberarme del temor; sabía que necesitaba vencerlo para poder sanar. Así que me comuniqué con una practicista de la Ciencia Cristiana y le pedí que me ayudara con la oración. No recuerdo exactamente lo que me dijo, pero me sentí más tranquilo después de hablar con ella, y esto me dio fortaleza para continuar orando.

En los momentos en que me venía el temor, me apoyaba en las ideas de la Biblia y de Ciencia y Salud. En la Biblia me reconfortó este pasaje en especial: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmo 46:1). También me ayudó este pasaje de Ciencia y Salud: “El temor, el cual es un elemento de toda enfermedad, tiene que ser echado fuera para reajustar la balanza a favor de Dios. Echar fuera el mal y el temor permite que la verdad tenga más peso que el error. El único curso es tomar una actitud antagónica contra todo lo que se oponga a la salud, la santidad y la armonía del hombre, la imagen de Dios” (pág. 392).

En oración, traté de mantener en el pensamiento esa actitud antagónica contra el temor y la enfermedad, y comprender que nunca había estado, y no estaba en ese momento, solo, sino por siempre en la presencia de Dios, el Amor divino, y que en esa presencia estoy siempre seguro y amparado. Descansé en esa verdad espiritual.

También estoy agradecido por este pasaje: “Si Dios, quien es la Vida, fuera separado por un momento de Su reflejo, el hombre, durante ese momento no habría divinidad reflejada. …Pero el hombre no puede ser separado ni por un instante de Dios, si el hombre refleja a Dios. Así la Ciencia comprueba que la existencia del hombre está intacta” (Ciencia y Salud, pág. 306). Esas ideas fortalecieron mi confianza, pues entendí que Dios es Vida, la única Vida de todos nosotros, y que todo mi ser jamás había estado separado de la Vida divina. Entonces, ¿cómo podía uno de mis miembros, dejar de manifestar la vida de forma completa y perfecta?

Traté de comprender que nunca había estado solo, sino por siempre en la presencia de Dios, el Amor divino.

Al orar de esta forma, el miedo que sentía desapareció. Conforme mi pensamiento se desligaba con naturalidad del problema, los movimientos de la pierna comenzaron a normalizarse rápidamente, y pude continuar con mis tareas diarias. Además de estudiar la Lección Bíblica Semanal de la Ciencia Cristiana, leer literatura de la Ciencia Cristiana y tratar el problema por medio de la oración, pude hacer mis quehaceres domésticos. También pude nadar y caminar con mi perro al final de la tarde, aunque esas actividades exigían un poco más de esfuerzo de mi parte que lo normal.

Para cuando mi esposa regresó a casa tres días después, yo casi no rengueaba, y al día siguiente, caminaba perfectamente bien. Lo único que no podía hacer era correr con mi perro. Sin embargo, persistí en mi oración y 15 días después, pude volver a correr normalmente. Desde entonces, ya hace cinco años, mi pierna ha tenido completa movilidad, y no he vuelto a tener síntomas semejantes.

Para mí esta es una prueba de que cuando echamos fuera el temor destruimos el fundamento de la enfermedad o de cualquier problema, y este desaparece. Nuestro fundamento está siempre en Dios, el Amor divino, conforme a esta promesa bíblica: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (véase 1° Juan 4:18). No tenemos nada que temer cuando sabemos que nunca estamos fuera de la totalidad del Amor divino.

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