Para producir fuego se necesitan dos elementos fundamentales: material combustible y un carburante. El combustible es aquello que se consume cuando se quema, o sea, el material que se utiliza para producir una combustión, como madera, gasolina, papel y otros elementos. El carburante es aquello que alimenta la combustión: el oxígeno del aire es el ejemplo principal. Para apagar el fuego es necesario interrumpir aquello que lo alimenta, lo cual puede hacerse con un paño pesado o grueso, espuma o con otro material que impida que penetre el aire y suministre el oxígeno necesario para la combustión.
En la Ciencia Cristiana aprendemos que Dios es el bien supremo e infinito que ocupa todo el espacio, y que en la totalidad del bien no hay lugar para el mal. Por lo tanto, toda discordancia, enfermedad o limitación de cualquier tipo, es simplemente una creencia errónea producida por el temor. Para mí, esta declaración de Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, ilustra bien ese pensamiento: “La enfermedad, la dolencia y la muerte proceden del temor” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 260). En este pasaje la Sra. Eddy menciona la enfermedad, la dolencia y la muerte, pero al hacer una analogía, entiendo que para que surja una situación difícil, generalmente tienen que estar presentes dos factores: una creencia errónea, que actúa como el combustible, y el temor, que funciona como el carburante, pues alimenta la creencia errónea de que puede haber una condición inarmónica opuesta a la totalidad del bien divino. La creencia errónea no es destruida sino hasta que el temor es eliminado.
Yo sabía que tenía que vencer el temor para poder sanar.
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