Hace tres años, mi marido y yo decidimos vender el apartamento donde habíamos estado viviendo durante 13 años. Habíamos reservado dinero para responder a otros compromisos, y otra parte para comprar una nueva propiedad. Pensamos que sería una buena oportunidad para mudarnos de un apartamento a una casa.
La ciudad en la que vivo, São Paulo, es muy grande, y muchas personas pasan a diario muchas horas en el tráfico, principalmente viajando de la casa al trabajo. Yo tengo mi propio negocio, así que para mí era muy importante continuar viviendo en el mismo barrio, para seguir teniendo fácil y rápido acceso a mi empresa, ubicada en las cercanías. Sin embargo, mi marido y yo muy pronto nos dimos cuenta de que el monto del que disponíamos solo sería suficiente para comprar una casa en un barrio muy alejado, o en otra ciudad en las afueras de São Paulo.
El contrato de compra-venta de nuestro apartamento establecía que teníamos tres meses para mudarnos de allí a partir de la fecha en que concretamos la venta. No obstante, después de buscar durante dos meses, no habíamos encontrado un nuevo hogar. Presionados por el tiempo y la cuestión financiera, ya habíamos desistido de la idea de comprar una casa. Encontramos otro apartamento, que era más pequeño y ofrecía menos que el que teníamos. A la mañana siguiente, firmaríamos el contrato de compra de ese nuevo apartamento, pero, en el fondo, yo no sentía que ese debía ser nuestro nuevo hogar.
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