Hacía ya un par de días que me venía al pensamiento parte de algo que dijo Jesús: “…mas los obreros pocos...” Finalmente, leí toda la declaración en el Evangelio de Lucas: “La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies” (10:2).
Yo conocía bien esta cita, pero de pronto me di cuenta de que no había prestado atención a las primeras siete palabras. De hecho, en esa oportunidad fue como si las hubieran escrito con letras enormes. “La mies a la verdad es mucha”, dijo Jesús. No había duda alguna acerca del tamaño de la cosecha o cuándo se produciría. Ya estaba allí, ¡y era impresionante! Es obvio que era por esa razón que se necesitaban más obreros. Jesús estaba usando una metáfora con la cual quienes lo escucharan se pudieran identificar rápidamente. Sin embargo, él estaba, de hecho, enseñando algo totalmente nuevo, algo que era tan grande que ninguna circunstancia humana lo podía limitar. La cosecha de la que hablaba era la cosecha de una bondad divina tan infinita, que no solo elevó vidas espiritualmente hace 2,000 años, sino que haría lo mismo siempre que se la vislumbrara.
Mary Baker Eddy, quien dio a conocer la Ciencia del Cristo a esta era, explica la inmediatez del bien que Dios otorga. Parafraseando a Jesús, ella escribe: “…mientras vosotros decís: Hay todavía cuatro meses, y entonces viene la siega, yo digo: Mirad hacia arriba, no hacia abajo, porque vuestros campos ya están blancos para la siega…” Ella agrega: “y juntad la mies por medios mentales y no materiales” (Unidad del bien, págs. 11–12).
La pregunta es, ¿dónde estamos mirando? ¿Hemos estado mirando hacia abajo en una cultura materialista, el dominio médico, una enorme mayoría de gente que, de todos modos, está demasiado ocupada como para profundizar su entendimiento espiritual? ¿Nos hemos estado concentrando en unos pocos obreros? ¿O hemos tenido una experiencia que nos ha abierto los ojos a la abundancia de bien que ya está presente, al bien como resultado natural de descubrir que nuestra vida está en el Espíritu y es verdaderamente espiritual, no material. La certeza absoluta que Jesús tenía de la abundancia del bien, se hizo evidente en su mandato “echad la red a la derecha” (Juan 21:6), y en su instrucción de mirar “hacia arriba, no hacia abajo” (véase Juan 4:35), para cosechar esta tan grandiosa realidad divina.
En los comienzos de la Ciencia Cristiana, ciertamente no era el número de obreros lo que la gente tenía en cuenta. Se sentían profundamente conmovidos —y sanados— por la nueva forma de verse a sí mismos y a los demás, como espirituales, enteramente sostenidos y gobernados por el Amor divino. Incluso un leve despertar a esta vasta realidad espiritual es suficiente para que se produzca una curación en la Ciencia Cristiana, en medio de la imposición de los cuadros médicos. Ese despertar puede elevar espiritualmente a los miembros para que no sientan que la iglesia es una carga, puede transformar la duda en la renovada alegría de sentir que Dios es realmente Todo-en-todo. Estos son los efectos de ser poderosamente vivificados por el Espíritu mismo.
Está ocurriendo ahora, como una nueva evidencia de la curación por medio del Cristo. Se está manifestando ahora en la renovada visión y vitalidad de una Iglesia que tiene su fundamento espiritual en la roca de la curación mediante el Cristo, y cuyo futuro está asegurado por una realidad divina que lo abarca todo.
