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La fortaleza en la quietud espiritual

Del número de marzo de 2017 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Si nos estamos enfrentando a problemas financieros, de empleo o de relación, algún tipo de injusticia, sufrimiento o enfermedad, ¿cómo debemos responder? ¿Con fuerza de voluntad o represalia? ¿Con inquietud y preocupación ante el escenario presentado por los sentidos materiales?

Yo encuentro la respuesta a esta pregunta en este versículo de la Biblia: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Salmos 46:10). Estar quietos implica apartarse mentalmente de un sentido humano de nosotros mismos para reconocer nuestra identidad espiritual y unidad con Dios, el único Ego, la única realidad, el Amor infinito y omnipresente que gobierna el universo en completa armonía.

La quietud no se traduce en debilidad. Por el contrario, la quietud espiritual nos fortalece, pues con ella permanecemos calmados en la certeza de que Dios es la única Mente, la única inteligencia, el único poder para siempre en acción. Es este poder divino el que siempre opera en nuestra consciencia, revelándonos la irrealidad de la discordia y la enfermedad, anulando la voluntad humana y la inquietud.

Cuando nuestro pensamiento está en calma, podemos estar más fácilmente conscientes de que: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre” (Juan 5:19). Esta verdad nos da dominio sobre cualquier cosa discordante; nos permite expresar el dominio que Dios nos ha dado como Su reflejo espiritual. Este dominio es inquebrantable. Es la armadura que nos protege de manera efectiva de todo tipo de mal. Como leemos en el artículo de la página 12 del presente Heraldo, “La estrategia para luchar contra el mal que Jesús delineó para sus seguidores no implicaba espadas físicas y armadura”.

Esperamos, querido lector, que al leer esta revista se sienta inspirado para afrontar los desafíos que se le presenten, con la calma confianza de que con “Dios todo es posible” (Mateo 19:26), y mantener, tanto como sea posible, una consciencia totalmente pacífica, llena de ese bien infinito que no deja lugar a nada desemejante de Dios.

Con afecto,

Ana Paula Carrubba

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