Si nos estamos enfrentando a problemas financieros, de empleo o de relación, algún tipo de injusticia, sufrimiento o enfermedad, ¿cómo debemos responder? ¿Con fuerza de voluntad o represalia? ¿Con inquietud y preocupación ante el escenario presentado por los sentidos materiales?
Yo encuentro la respuesta a esta pregunta en este versículo de la Biblia: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Salmos 46:10). Estar quietos implica apartarse mentalmente de un sentido humano de nosotros mismos para reconocer nuestra identidad espiritual y unidad con Dios, el único Ego, la única realidad, el Amor infinito y omnipresente que gobierna el universo en completa armonía.
La quietud no se traduce en debilidad. Por el contrario, la quietud espiritual nos fortalece, pues con ella permanecemos calmados en la certeza de que Dios es la única Mente, la única inteligencia, el único poder para siempre en acción. Es este poder divino el que siempre opera en nuestra consciencia, revelándonos la irrealidad de la discordia y la enfermedad, anulando la voluntad humana y la inquietud.
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