Un día, hace dos años, fui a andar en bicicleta con algunos amigos, y en nuestro camino de regreso de repente me topé con una piedra grande. Mientras trataba de frenar la bicicleta y desviarme de la dirección en donde estaba la piedra, el manubrio se bloqueó y salí lanzado hacia adelante. Al caer, mi pierna se estrelló contra la piedra que trataba de esquivar.
Cuando me di cuenta de que la pierna tenía una herida profunda y sangraba mucho, inmediatamente me vino a la mente que no hay accidentes en el reino de Dios. Como se explica en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, “Bajo la divina Providencia no puede haber accidentes, puesto que no hay lugar para la imperfección en la perfección” (pág. 424). Estaba agradecido de que esta verdad espiritual llegara tan rápidamente a mi pensamiento, ya que trae a la luz que Dios siempre está gobernando todo armoniosamente; siempre abrazándonos, protegiéndonos y apoyándonos. Seguí orando con estas ideas.
Mis amigos me ayudaron a levantarme y pude regresar a nuestro campus universitario. Cuando llegamos a nuestro dormitorio, uno de mis amigos me ayudó a lavar la pierna en la ducha, con agua y jabón. Entonces envolví una toalla alrededor de la herida, ya que seguía sangrando cuando me movía.
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