La anciana acababa de estacionar su auto en un pequeño espacio de aparcamiento con elegancia y sin ninguna dificultad. “¿Viste? Todavía puedo hacerlo”, dijo con cierta satisfacción. “¿Qué quieres decir con todavía?”, le pregunté. Nunca había tenido ninguna duda de que ella fuera capaz de hacerlo. Después de todo, era una excelente conductora.
Después de este intercambio comencé a notar esta conexión entre una habilidad y la palabra todavía. Aparece con tanta frecuencia que apenas nos damos cuenta de lo que comunica. Leemos que un jugador de tenis de 30 años “todavía”puede seguirle el ritmo a su oponente mucho más joven, que una mujer a los cuarenta y cinco “todavía” luce bien, y que una pareja sexagenaria “todavía” realiza viajes fantásticos. Casi nadie le da importancia a estas afirmaciones.
Nunca se nos ocurriría que Dios se pudiera cansar o decaer.
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