Hace varios años, me contagié de un herpes en la lengua. Era algo muy doloroso y no podía comer. Estaba tomando una medicina, y desapareció, pero el médico me dijo que yo era susceptible a sufrir de eso otra vez, cuando tuviera mucho estrés o mucho trabajo, porque me iba a ocasionar una baja en mis defensas naturales. Y ciertamente lo tuve varias veces.
Tiempo después, conocí la Ciencia Cristiana y mi idea acerca de Dios y de mí misma empezó a cambiar de inmediato. Una noche, después de una semana muy agitada en el trabajo, me desperté con el dolor que yo tanto conocía, y pensé que iba a enfrentar la misma condición. Pero esta vez, inmediatamente me levanté y busqué este pasaje en el libro de texto de la Ciencia Cristiana: “El bien no puede resultar en el mal. Puesto que Dios mismo es el bien y es Espíritu, la bondad y la espiritualidad tienen que ser inmortales. Sus opuestos, el mal y la materia, son el error mortal, y el error no tiene creador” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 277). Entonces razoné: “Si Dios nunca creó esta condición, jamás ha sido creada, y no existe”.
Así que en medio de la noche, y a pesar de mi cansancio, ese mensaje me dio la inspiración para apoyarme en esta verdad, y lo empecé a afirmar para mí misma. Después de un rato, volví a la cama a dormir. Cuando desperté a la mañana siguiente, la condición había desaparecido por completo, y nunca volvió.
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