Cuando yo era niño, vi cómo mi hermano sanaba de sus piernas arqueadas mediante la Ciencia Cristiana. Tenía las piernas tan curvadas que no se podía parar en ellas. Le aplicaron varios métodos ortopédicos sin resultado alguno. Entonces pidieron tratamiento en la Ciencia Cristiana, y mi madre empezó a leer Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. En tres semanas sus piernas estaban fuertes y derechas. A través de la Ciencia Cristiana he experimentado curaciones rápidas, pero también he aprendido que, si una curación no se efectúa de inmediato, sin duda, se manifestará si se aplica la verdad con persistencia y correctamente.
Hace unos veinte años comencé a padecer de las piernas. Pedí ayuda en la Ciencia Cristiana, pero la condición empeoró al grado de que me resultaba imposible ocuparme de mi profesión. En aquella época ocupaba un puesto permanente en la Administración Pública Británica, y cuando mi período de licencia por enfermedad hubo expirado, me pidieron que me sometiera a un examen médico a fin de que las autoridades pudieran decidir qué hacer.
Consentí en el examen, pero les expliqué que me estaba apoyando en la Ciencia Cristiana para la curación y no deseaba tratamiento material alguno. Una ambulancia me llevó al hospital donde pasé una semana sometido a un examen médico minucioso. El cirujano en jefe me informó que padecía de cierta forma de parálisis para la cual había pocas esperanzas de curación. También le dijo a mi esposa que no podrían atenderme en mi casa debido a que, entre otras cosas, pronto se desarrollarían llagas causadas por la prolongada permanencia en la cama. No vi el informe que envió al Departamento, pero como resultado me dieron licencia por invalidez.
Volví a casa donde me atendieron muy bien, sin el cuidado especial de una enfermera. Cuando las llagas comenzaban a aparecer sanaban rápidamente mediante la Ciencia Cristiana. Sin embargo, durante casi diez años me fue imposible estar de pie o caminar; sólo podía sentarme por un corto tiempo cada día, pero no siempre. La dificultad para moverme empeoró y hubo otras complicaciones. En varias ocasiones, parecía que estaba a punto de morir. Comía poco y dormía mal.
Nuestro hogar, un departamento en el último piso en el centro de Londres, estuvo bajo ataques aéreos durante cuatro de aquellos años. También tuvimos que procurar medios para subsistir. No obstante, durante todo ese tiempo, crecí mucho espiritualmente gracias a la Ciencia Cristiana. A veces estudiaba solo; otras recibía tratamiento de un perseverante practicista de la Ciencia Cristiana, quien me daba mucha inspiración. Siempre tuve el apoyo incansable de mi esposa.
Cuando me sentía demasiado débil para dar vuelta las páginas de Ciencia y Salud, comencé a aprender el libro de memoria para entender cada detalle. Memoricé más de la mitad del libro. Sus enseñanzas me brindaban alimento y descanso. Siempre que estudiaba y recibía tratamiento, sentía un gran regocijo espiritual —regocijo de saber que Dios gobernaba y que nada podía interferir con Su propósito de que hubiera perfección y satisfacción presentes para todos. Y con el regocijo me vino un sentido mucho más vivo de inocencia espiritual, la percepción de que el hombre, por ser la expresión individual de la Mente divina, jamás podía en ningún momento albergar una manera incorrecta de pensar que pudiera causarle o justificar sufrimiento. Como consecuencia, percibí la totalidad del bien y la nada del mal, y este reconocimiento inevitablemente produjo la curación física.
Al décimo año comenzó a efectuarse la mejoría. Empecé a caminar de nuevo y el sueño y el apetito volvieron a la normalidad. Hubo retrocesos y ciertas adaptaciones que no fueron fáciles, pero paso a paso se fue efectuando la curación. Junto con la curación física se fueron presentando, sucesivamente nuevas e interesantes oportunidades de trabajo. A veces éstas requerían esfuerzos que parecían superiores a mis fuerzas, pero a medida que avanzaba fortalecido por el poder de Dios, logré cumplirlas.
Finalmente, me encontré de nuevo llevando una vida plena de actividad, desarrollando ocupaciones mucho más satisfactorias que antes. Todo el bien de aquellos años han quedado conmigo; la pérdida de dinero y el mal que experimenté es como si nunca hubiesen ocurrido.
Estoy muy agradecido a la Sra. Eddy por descubrir la ley científica espiritual por la cual Cristo Jesús sanaba y por dársela a la humanidad en su libro Ciencia y Salud. También estoy agradecido a ella por la educación espiritual que recibí a través de mi participación en varias actividades del movimiento de la Ciencia Cristiana: la Escuela Dominical, la Organización de la Ciencia Cristiana en las universidades, como miembro de La Iglesia Madre y de mi Iglesia filial, con la instrucción en clase Primaria y con la ayuda que recibí de los practicistas. Esta educación espiritual me preparó para responder a la experiencia que aquí relato, y me ha permitido cosechar todas sus bendiciones. Estoy agradecido por el amor y el apoyo de los Científicos Cristianos durante todo ese tiempo. Pero más que todo, estoy agradecido a Dios, el Principio divino, quien es también el Amor divino.
Peter J. Henniker-Heaton, Cambridge, Massachusetts, EUA
