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Original Web

¿Gobernados por los genes o por la Palabra de Dios?

Del número de octubre de 2018 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 30 de agosto de 2018 como original para la Web.


¿Será verdad que “tú eres tus genes”? ¿Que las vulnerabilidades, inteligencia, temperamento y otras características físicas están determinadas en gran medida por los genes que heredamos de nuestros padres? 

Muchos casos de problemas hereditarios, sanados por medio de la oración que se apoya en el poder supremo de Dios, han sido registrados en la Biblia, así como en esta publicación. Estas curaciones son una prueba de que los genes no tienen poder verdadero sobre nuestro ser, y que comprender lo que realmente controla nuestra individualidad puede librarnos de lo que aparentemente dicta la genética. La Palabra de Dios revela esta comprensión.

Hay un claro contraste entre el punto de vista espiritual de la identidad individual, delineada por la Palabra de Dios, y el punto de vista material que dice que predeterminadas características pasan de una generación a otra por medio del lenguaje molecular del ADN.

El Nuevo Testamento presenta el punto de vista espiritual: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. …Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:1, 3).

La Palabra de Dios, la Vida, es lo que nos define, no las “palabras” mortales del lenguaje molecular del ADN. Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia divina que Cristo Jesús practicó, escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La Mente infinita crea y gobierna todo, desde la molécula mental hasta lo infinito” (pág. 507). Toda cualidad preciosa de Dios que constituye la sustancia de nuestro ser espiritual, nuestro verdadero cuerpo, es creada y gobernada por la Mente divina. De manera que expresamos a nuestro Hacedor en bondad, pureza, integridad e inmortalidad.

La totalidad de la Mente infinita excluye las células materiales y sus supuestas limitaciones programadas con anterioridad, entre ellas, la vejez, la enfermedad o la vulnerabilidad de todo tipo. De hecho, nuestra verdadera identidad jamás fue material en primer lugar, así que no estamos destinados a deteriorarnos y a morir después de cierta cantidad de años. No tenemos una “fecha de caducidad”.

No hay ninguna inteligencia separada de la Mente, de modo que no existe nada que pueda anular el diseño hermoso e inmortal que el Alma tiene para el hombre. El Alma, Dios, es infinita en su expresión. Es maravilloso poder afirmar a diario que nuestra verdadera identidad, o cuerpo, no está en piloto automático mortal, sujeta al ADN que opera independientemente de nuestro conocimiento o consentimiento. Nada puede operar fuera de la Mente divina infinita. Como afirma Ciencia y Salud: “El entendimiento divino reina, es todo, y no hay otra consciencia” (pág. 536).

El entendimiento espiritual de Dios y Su creación, al cambiar la base de la consciencia humana de la materia al Espíritu, trae curación. La Biblia está en lo correcto cuando declara: “La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12). La Palabra de Dios es inmediata y decisiva al atravesar la creencia mortal, al diferenciar la falsa percepción del hombre como un cuerpo material compuesto de coyunturas y tuétanos de la verdadera percepción del hombre como el reflejo espiritual y perfecto del Alma, cuya sustancia es sana y completa.

Sané al comprender más claramente esta Palabra de Dios y mi relación con ella. Crecí en una región soleada, y de niña acostumbraba a pasar los días al sol. Cuando era adolescente, pasaba muchas horas trabajando en el jardín y leyendo libros al aire libre. Un día, cuando estaba en la universidad, fui a cortarme el pelo, y la cosmetóloga comentó que no debía pasar tanto tiempo afuera sin un sombrero para cubrirme el cabello y la cabeza.

 Detrás de sus palabras, sentí el temor de que si mi piel clara recibía demasiado sol podría contraer cáncer. A partir de ese momento, empecé a usar sombrero; sin embargo, unos años después, descubrí un pequeño bulto en mi cabeza, justo donde le daba más el sol. El tumor permaneció igual por unos años, y luego empezó a aumentar de tamaño gradualmente. Yo oraba con diligencia, pero la condición persistía. Parecía como si el tumor siguiera un curso inevitable que ninguna oración podía anular.

Fue entonces que empecé a manejar específicamente la creencia en el ADN con la oración. ¿Estaba yo aceptando el punto de vista material de la creación, que todo ser viviente tiene su origen en una célula que a su vez ha sido programada con anterioridad de acuerdo con las leyes materiales de causa y efecto, e incluye una serie de vulnerabilidades diversas que pasan de una generación a otra? Esta declaración de Ciencia y Salud indica la importancia de afirmar únicamente la creación espiritual: “El fundamento de la discordia mortal es un sentido falso del origen del hombre” (pág. 262).

Toda discordancia proviene de no percibir nuestra fuente u origen verdadero. Me pregunté: ¿Estoy aceptando tácitamente la teoría de que la vida es celular y, por ende, consintiendo todas las limitaciones y discordias que incluye?

Una definición de la palabra célula es “unidad”, derivada de la palabra latina “uno”. Pensé que no puede haber una multitud de células, de “unos”, si Dios es el único Uno. La unidad infinita de Dios elimina toda posibilidad de algo más que una causa, un creador, una inteligencia, una sustancia. “La totalidad de la Deidad es Su unidad” afirma Ciencia y Salud (pág. 267). Sin embargo, la teoría material negaría esa unidad y sugeriría que cada célula tiene una inteligencia, sustancia y poder creativo propios, separados de Dios.

Pude ver con cuanta sutileza esta teoría humana acecha al pensamiento, al operar sin que la percibamos. Sentí que, en mi caso, el tumor fuera de control estaba estimulado por la creencia de que por haber heredado una piel clara era susceptible a ser dañada por el sol.

Me sentí liberada al apartar mi pensamiento de ese argumento basado en la materia y volverme a la verdadera teoría del universo y el origen de todo, incluida yo misma. Una declaración de Ciencia y Salud me brindó gran discernimiento espiritual: “En el Evangelio de Juan, se declara que todas las cosas fueron hechas por el Verbo de Dios, ‘y sin Él [el logos, o verbo] nada de lo que ha sido hecho, fue hecho’. Todo lo bueno o digno, lo hizo Dios. Lo que carece de valor o es nocivo, Él no lo hizo, de ahí su irrealidad” (pág. 525).

Sin duda, el tumor era inútil y dañino, de modo que era obvio que Dios no lo había creado. Lo único que podía manifestarse como mi ser, mi verdadera identidad o cuerpo, era lo que el Alma había determinado. Pedro habla de ser “renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23). Puesto que nuestra fuente es la Palabra de Dios, el Principio divino, es incorruptible, inalterable, indestructible; y nosotros también debemos ser incorruptibles, inalterables, indestructibles. Nada puede quitarse o agregarse a nuestro verdadero ser espiritual.

Pensé que la definición de cuerpo que hace Pablo era muy útil: “¿Ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Corintios 6:19). En Ciencia y Salud, la definición de Espíritu Santo es “la Ciencia divina; el desarrollo de la Vida, la Verdad y el Amor eternos” (pág. 588). Por lo tanto, mi verdadero ser era el desarrollo individual del Espíritu Santo, la ley de la Vida, la Verdad y el Amor. No era un huésped o medio para la discordia. Me sentí feliz al descubrir que lo único que se podía desarrollar o manifestar en mi verdadero cuerpo era una expresión de la Vida, no de la muerte, de la Verdad, no del error. Por lo tanto, el aparente tumor nunca se había desarrollado ni aumentado de tamaño.

Además, en lugar de pensar que el sol era simplemente una luz solar con rayos supuestamente dañinos, encontré en la Biblia que la luz está asociada con Dios: “Muchos dicen: ¿Quién nos mostrará el bien? ¡Alza, oh Señor, sobre nosotros la luz de tu rostro!” (Salmos 4:6, La Biblia de las Américas). Y en el Glosario de Ciencia y Salud, hay una definición muy esclarecedora: “Sol. El símbolo del Alma gobernando al hombre, de la Verdad, la Vida y el Amor” (pág. 595). Atesoré la idea de que nada sino la luz de Dios, el Alma, había jamás tocado mi ser. Después de todo, yo estaba siempre en el reino de los cielos, como Cristo Jesús predicó. En el reino de Dios, donde reina la armonía, no hay nada que pueda dañar o ser dañado.

La Palabra de Dios, la Vida, es lo que nos define, no las “palabras” mortales del lenguaje molecular del ADN.

Fue cada vez más claro para mí que la verdadera naturaleza de mi sustancia, y el gobernador de esa sustancia, era el Principio divino, y era armonioso. Cuando las creencias materiales acerca de las células, el ADN y la herencia se disolvieron en mi consciencia, el tumor desapareció. Ciencia y Salud explica: “Elimina el error del pensamiento, y no aparecerá su efecto” (pág. 40). Fue la amorosa actividad del Cristo, la Verdad, lo que anuló el punto de vista mortal y reveló que mi individualidad espiritual fue divinamente diseñada, y esto produjo la curación completa.

Tiempo después de esta curación, una amiga me comentó que se había dado cuenta de que el Salmo 23 es una definición más veraz de la identidad del hombre que el ADN humano. Reflexioné sobre los versículos del salmo y noté que me hablaban de la definición espiritual de nuestro ser. Las palabras del Salmista me inspiraron de la siguiente manera.

El Señor es mi pastor; nada me faltará.

Dios, el Amor, hace que mi ser sea completo por siempre: completamente incorruptible, completamente amoroso, completamente infinito e inmortal.

En lugares de verdes pastos me hace descansar; junto a aguas de reposo me conduce.
Él restaura mi alma; me guía por senderos de justicia por amor de su nombre.

La perpetuidad del Alma, la energía del Espíritu, sostiene eternamente la frescura y continuidad de mi ser. La revelación secuencial de mi individualidad es ordenada, correcta y equilibrada conforme a la ley divina del Alma.

Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento.

La muerte no está programada con anterioridad en mí, porque la vara y el cayado del Amor están siempre conmigo, guiándome por toda la eternidad.

Tú preparas mesa delante de mí en presencia de mis enemigos; has ungido mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando.

Aun ante la presencia de un peligro evidente, la ley del Amor de Dios tiene un festín de pensamientos angelicales que me esperan con seguridad, que me inspiran a contemplar cómo expreso inagotablemente Su vida por siempre abundante.

Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del Señor moraré por largos días. (La Biblia de las Américas)

Con absoluta certeza, me encuentro abrigada en la infinitud del Amor, que se encuentra debajo, alrededor, encima, por siempre consciente de mi unidad con el Amor y su preciosa familia universal.

Entonces, es un hecho que verdaderamente no estamos formados por genes o cromosomas. Podemos regocijarnos de que nuestro verdadero ser está predeterminado por la Palabra de Dios como perfecto e incorruptible, ahora y siempre.

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