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Original Web

La verdadera femineidad y el progreso humano

Del número de octubre de 2018 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 20 de agosto de 2018 como original para la Web.


En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy escribe: “La Verdad eterna está cambiando el universo” (pág. 255). La Verdad divina, la cual, de acuerdo con la Biblia, ella designó como un sinónimo de Dios, está revelando eternamente el noble destino de la humanidad —la libertad que viene cuando las personas aprenden acerca de su verdadera identidad espiritual— y guiando cada paso del progreso humano al demostrar el poder sanador de la Verdad. 

Un área que está experimentando un cambio grande es la percepción que tiene la gente de la función y la posición de las mujeres en la sociedad. Alrededor del mundo hemos visto cómo se ha extendido el derecho de la mujer a votar, ha aumentado el acceso a la educación y ha disminuido la discriminación hacia las mujeres. Afortunadamente, todo esto ha puesto en evidencia más de las habilidades que Dios ha dado a las mujeres y ha bendecido a naciones enteras con mayor paz y prosperidad. Estas señales de progreso son pruebas tangibles de la influencia leudante de la Verdad sobre el pensamiento humano.

No obstante, como muestran algunos sucesos recientes, muchos ámbitos de la vida humana todavía quedan por resolver, a fin de sanar problemas vinculados a los estereotipos y prejuicios relacionados con el género. Para alcanzar un progreso perdurable que beneficie a todos, el mundo necesita lo que solo la Verdad puede sacar a luz: una comprensión más profunda de la naturaleza de Dios como Espíritu infinito y del valor y la habilidad inherentes a cada individuo como la imagen y semejanza de Dios.

El apóstol Pablo dijo: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2). Como Pablo mismo experimentó, dicha transformación a menudo envuelve una lucha. Los rígidos patrones de pensamiento y la evidencia externa de los sentidos materiales insisten en que somos definidos y limitados por el género físico o la materia orgánica. Pero la oración consagrada y la disposición para comprender y ceder a la Verdad transforma el pensamiento, capacitándonos para reemplazar el concepto sensual y material de la identidad por el único concepto verdadero y espiritual, en el cual comprendemos que la verdadera femineidad —y masculinidad­— es el reflejo puro del Espíritu, el único Padre-Madre Dios. 

Dichos descubrimientos mentales demuestran que la Verdad divina está amaneciendo en la consciencia humana con la luz espiritual que disipa toda sensación de pérdida o limitación. El Cristo eterno, el espíritu de la Verdad que Jesús manifestaba, revela a todo corazón receptivo que la mujer nunca perdió amor, justicia o valía alguna. Nada puede privarla de las cualidades espirituales y eternas que constituyen su verdadera individualidad. Ante los ojos de Dios es por siempre completa. Ella es sabia y fuerte, e incluye toda idea y talento correctos que su Padre celestial, la Mente divina, le ha obsequiado.

Si bien mi estudio de la Ciencia Cristiana me ha ayudado a comprender mejor que toda identidad real es espiritual y completa, no fue sino hasta que mi esposo, con quien estuve casada por casi treinta años, falleció repentinamente, que mi percepción de la femineidad e identidad adquirió un tono mucho más profundo y significativo.

Aunque considero que tengo mucha confianza en mí misma, en ocasiones, los desafíos al manejarme por mi cuenta sin tener a mi lado a mi compañero de toda la vida me tomaron desprevenida. Al enfrentar muchas incertidumbres, entre ellas cómo vender un negocio de la familia, podría haberme levantado y declarado que soy una “mujer fuerte”. Hace muchos años, como estudiante en una prominente universidad para mujeres, llegué a apreciar las capacidades y logros notables de las mujeres. Pero al enfrentar estas circunstancias inesperadas, me di cuenta de que no era suficiente saber intelectualmente que era capaz de superarlas. El razonamiento humano no podía liberarme de la recurrente sensación de ser inadecuada, de sentirme afligida y limitada.

En aquel entonces, el consejo de Pablo de “no os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento” me pareció muy pertinente. Para mí, era una señal de que debía vigilar mi manera de pensar y rechazar con insistencia todo pensamiento que me tentara a creer que era inadecuada y tímida. Esto fue ciertamente útil. Pero lo que más necesitaba era una transformación. Debía desarrollar una opinión más clara y amplia de mí misma, no como una mujer mortal (que hacía las cosas bien o no tan bien), sino como una mujer ya completa, totalmente buena y capaz, la imagen inmortal del Espíritu, Dios, la fuente de toda cualidad buena.

Por un período de unos tres años, estudié la Biblia y Ciencia y Salud y oré con las verdades que había aprendido en la Ciencia Cristiana. Esto fortaleció mi confianza en la presencia y el poder de Dios, y aprendí otras preciadas lecciones espirituales. Incluso tenía un diario acerca de mis nuevos descubrimientos espirituales como hija de Dios, la hija de Su cuidado.

Al hacerme cargo de todos los asuntos financieros, del mantenimiento del auto y de la casa, lidiar con los contratistas y banqueros, así como continuar con mi carrera, descubrí más evidencias de las cualidades innatas de valor, percepción, determinación y firmeza que Dios me ha dado. A través de muchas victorias pequeñas a lo largo del camino, empecé a entender más claramente que hombres y mujeres comparten de igual forma la habilidad de reflejar el gobierno y la sabiduría de Dios. Esto no deriva de ninguna manera del género o de la voluntad humana, sino de la comprensión espiritual de que somos uno con Dios, la Mente divina, como Su manifestación espiritual. La solución de los problemas surgió mediante el crecimiento y la comprensión espirituales, no por medio del razonamiento humano de que las mujeres son iguales a los hombres.

Una historia de la Biblia en particular fue muy importante para mí. Después de que Cristo Jesús fue crucificado, algunos de sus discípulos regresaron afligidos a su profesión como pescadores. Una mañana, después de trabajar en vano toda la noche, vieron a Jesús en la playa y escucharon su llamado: “Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis” (Juan 21:6). Cuando lo hicieron, ¡la red desbordó de peces! Mary Baker Eddy lo describe de esta manera en Ciencia y Salud: “Por todo lo que los discípulos experimentaron, se volvieron más espirituales y comprendieron mejor lo que el Maestro había enseñado. Su resurrección fue también la resurrección de ellos. Los ayudó a elevarse a sí mismos y a otros del embotamiento espiritual y de la creencia ciega en Dios a la percepción de posibilidades infinitas” (pág. 34).

Al orar, yo estaba tratando de discernir más las capacidades y posibilidades ilimitadas de mi verdadero ser como la idea espiritual de Dios. Sabía que esta comprensión más amplia era el resultado del Cristo, la Verdad, que venía a mi pensamiento en un sentido más pleno. El Cristo, la verdadera idea del ser, representa la verdadera masculinidad y femineidad y manifiesta todas las cualidades de Dios, ya sea que se consideren masculinas o femeninas. La gentileza, la agudeza espiritual, la certeza, la aptitud son cualidades de la verdadera identidad que van más allá de lo físico o de depender del género para ser expresadas. La verdadera femineidad, así como la masculinidad, refleja la totalidad de la naturaleza perfecta e inmortal de Dios. Nada puede agregársele, puesto que la perfección es la norma de Dios. Como explica la Sra. Eddy en Ciencia y Salud: “Dios es el creador del hombre, y al permanecer perfecto el Principio divino del hombre, la idea divina o reflejo, el hombre, permanece perfecto” (pág. 470).

Durante todo este tiempo, llegué a apreciar aún más el hecho de que la Ciencia Cristiana fuera descubierta por una mujer, Mary Baker Eddy. Hace más de cien años, ella escribió: “Ha llegado la hora de la mujer, con todas sus dulces amenidades y con sus reformas morales y religiosas” (No y Sí, pág. 45). Ciertamente, esto se aplica a su función como Descubridora de la Ciencia Cristiana, el sistema de curación cristiano que ella consideraba esencial para elevar a la humanidad. Ella superó increíbles obstáculos para realizar todo lo que hizo.

El Cristo, la verdadera idea del ser, representa la verdadera masculinidad y femineidad y manifiesta todas las cualidades de Dios.

Pero he llegado a sentir que esa frase, “ha llegado la hora de la mujer”, habla específicamente respecto al concepto espiritual de la femineidad comprendida en las enseñanzas de la Ciencia Cristiana; una pureza beatífica del pensamiento que eleva a la humanidad por encima y fuera de las creencias basadas en la materia y los prejuicios faltos de benevolencia. Es la perspectiva de que todo ser real se encuentra en el Espíritu y es del Espíritu; que la salud, la armonía, la seguridad, la fortaleza, la sabiduría y la habilidad son espirituales, derivan de Dios y son innatas en todos como el reflejo de Dios. Esta revelación divina dio alas a los logros de la Sra. Eddy y a su habilidad para sanar, y la capacitó para fundar una iglesia dedicada a sanar y ayudar a la humanidad.

En la Ciencia divina, ni el hombre ni la mujer ejercen dominio uno sobre el otro. El Amor divino no tiene hijos “de segunda clase”, puesto que Dios se manifiesta a Sí Mismo (o a Sí Misma) imparcialmente a través de Su linaje. Aunque nos regocijamos por cada paso de progreso de las mujeres, mayores frutos se manifestarán para todos a medida que nos esforcemos por comprender y demostrar mejor el hecho espiritual de que la verdadera identidad de cada mujer y hombre, como la creación espiritual de Dios, ha sido por siempre íntegra, completa y bendita. Todos los hijos amados e inmortales de Dios poseen sorprendentes habilidades para el bien porque reflejan la maravillosa totalidad de la Mente divina.


El hombre y la mujer, coexistentes y eternos con Dios, reflejan para
siempre, en cualidad glorificada, al infinito Padre‑Madre Dios.

Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 516

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