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Original Web

Un remedio espiritual para la violencia de género

Del número de octubre de 2018 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 13 de agosto de 2018 como original para la Web.


Si realmente amamos a nuestro prójimo, es imposible ser indiferentes al tema de la violencia de género que afecta a nuestras comunidades, especialmente a las mujeres. Un artículo en el sitio Web ONU Mujeres, entidad de las Naciones Unidas que trabaja para el empoderamiento de las mujeres, declara que, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, se estima que “el 35 por ciento de las mujeres de todo el mundo han sufrido violencia física y/o sexual por parte de su compañero sentimental o violencia sexual por parte de una persona distinta a su compañero sentimental en algún momento de su vida” (véase unwomen.org/en/what-we-do/endi ng-violence-against-women/fact s-and-figures).

También cita que hace unos años el Grupo del Banco Mundial descubrió que “por lo menos 140 países han sancionado leyes sobre la violencia doméstica, y 144 sobre el acoso sexual”. Si bien esta última referencia indica un paso importante de progreso, no es garantía de que cualquiera de los países respetará, o implementará las recomendaciones de la ONU Mujeres o de la Organización Mundial de la Salud para asegurar la seguridad de las mujeres.  

En 2015, como resultado de la creciente preocupación respecto a la violencia de género en mi país, Argentina, surgió un movimiento social llamado “Ni una menos” (que significa que no habrá ni una mujer menos en el mundo debido al femicidio). Desde entonces el movimiento se ha expandido a muchos otros países en América Latina, así como a España. En Argentina, el movimiento demanda implementar un plan nacional de acción para proteger a las mujeres contra el abuso físico.

Hasta ahora, las leyes para proteger a las mujeres, las protestas sociales y las estadísticas sobre la violencia de género —aunque dan visibilidad al problema— no parecen tener un impacto concreto. Tampoco llegan a la raíz del problema. No hay duda de que debemos empezar en casa dando pasos prácticos para educar mejor a nuestros hijos acerca del rol del hombre y de la mujer —su igualdad— y que el respeto y la consideración mutuas deben existir para tener una familia feliz y una sociedad saludable. También podemos hacer algo para ayudar a nuestros hijos a no ser atraídos por la pornografía, la cual transforma a las mujeres en objetos, y valorar y defender su pensamiento naturalmente puro, de manera de no permitir que se sumerja en el sensualismo. Pero nosotros mismos debemos primero dar el ejemplo.

En este sentido, para que haya verdadero progreso a fin de terminar con los pensamientos que dan origen a los males sociales como la desigualdad de género y la violencia, lo que el mundo más necesita es una genuina reforma espiritual.  Necesita que cada uno de nosotros estemos dispuestos a participar en un movimiento aún mayor: un movimiento de pensamiento que entraña regeneración espiritual al obtener una comprensión más profunda de que Dios es la Madre-Padre de todos y que nosotros somos espirituales, hechos a imagen y semejanza de Dios.

El Apóstol Pablo dijo: “No vivan según el modelo de este mundo. Mejor dejen que Dios cambie su vida con una nueva manera de pensar. Así podrán saber lo que Dios quiere para ustedes y también lo que es bueno, perfecto y agradable a él” (Romanos 12:2, La Biblia: La Palabra de Dios para Todos, Centro Mundial de Traducción de La Biblia). Esta transformación comienza con cada uno de nosotros, y tendrá un efecto sanador en nuestras familias, nuestras comunidades y nuestro mundo. Tengo la certeza de que es la única respuesta para terminar con el abuso de cualquier tipo.

Como Científica Cristiana oro por este tema y me esfuerzo por comprender mejor las verdades espirituales universales: que Dios es Todo, el Amor divino, el único creador y poder gobernante del universo, y que nosotros somos uno con Dios por ser Su reflejo, espiritual y perfecto. He visto en mi propia experiencia que orar desde este punto de vista puede liberarnos de las relaciones tóxicas, mantenernos a salvo y ayudarnos a comprender nuestra relación inquebrantable con el Amor divino, nuestra relación original y permanente. Por ser uno con el Amor divino, cuya dulce y poderosa presencia llena todo el espacio, expresamos la sabiduría y el discernimiento del Amor. Por ser el reflejo de Dios, incluimos todo el amor que necesitamos para ser verdaderamente felices. Esta comprensión de nuestra identidad espiritual, inseparable de Dios, el bien, es la única base verdaderamente segura para establecer buenas relaciones con los demás.  

Descubrí esto en mi primer año como estudiante universitaria, cuando conocí a un joven de mi vecindario y comenzamos a salir juntos. En esa época yo ya estudiaba la Ciencia Cristiana, y estaba aprendiendo sobre mi identidad espiritual como hija de Dios. Sabía que no necesitaba nada que el Amor divino ya no me hubiera dado, y que nada me podía impedir sentir la bondad del Amor. El Amor celestial es la fuente de todo lo bueno en nuestra vida: la armonía, la salud y la felicidad. Me di cuenta de que la clave para la felicidad era vivir —lo mejor que pudiera— una vida que demostrara que soy completa, algo que sentimos en nuestra inquebrantable relación con Dios. Esto me hacía sentir amada y llena de alegría.

También fue una fuente de fortaleza cuando la relación con mi novio cambió. Si bien apreciaba las buenas cualidades que él expresaba cuando recién nos conocimos —su simpatía, su amabilidad, su alegría— con el transcurrir de los meses su comportamiento comenzó a confundirme. Cuando me iba bien en los exámenes, a él le molestaba. Hablaba mucho sobre mi aspecto físico. Criticaba lo que hacía. Aparecía de sorpresa en lugares a los que yo iba. Se enojaba sin razón aparente. Le había explicado que no iba a tener relaciones sexuales hasta el matrimonio, y para presionarme él tuvo relaciones sexuales con otra mujer.

Yo estaba desconcertada y triste. Así que en muchos momentos me volvía al Amor divino en oración. Sentía que en una relación amorosa lo central debía ser apreciar las cualidades espirituales que ambas partes expresáramos y apoyarnos mutuamente. Tuve muy claro que no deseaba abandonar mis ideales espirituales. Estaba segura de que allí estaba la felicidad real. Así que, comencé a sentir que simplemente no teníamos afinidad; teníamos conceptos diferentes sobre el objetivo de una relación amorosa y lo que significaba ser feliz. Decidí terminar la relación.

Al día siguiente, todos los regalos que yo le había hecho estaban tirados en la entrada de mi casa. Unos días después él me visitó y lo atendí en la puerta de calle. Insistió en retomar la relación, pero me mantuve firme. Se encolerizó y me pegó una fuerte cachetada. De ahí en adelante, yo tenía mucho temor de volver a cruzarme con él. Comencé a encontrarlo en lugares donde iba, y me di cuenta de que me estaba acosando. Mis padres y yo oramos mucho para comprender que el Amor divino estaba siempre conmigo, protegiéndome.

Estuve pensando en que este individuo no era quien controlaba mi experiencia. No estaba acorralada. El Amor divino —y solo el Amor— podía controlar cada aspecto de mi vida. Esto significaba que yo tenía el don de la libertad mental, y podía sentir y experimentar la seguridad que tenemos en el cuidado de Dios. Sabía que, en verdad, solo el Amor gobernaba a mi ex novio también. Los conceptos falsos que influenciaban la forma como se relacionaba con una chica, no eran parte de su verdadera identidad espiritual, porque él era la expresión inocente del Amor. Estos conceptos eran el resultado de una educación errónea, que sugiere la creencia equivocada de que el hombre (el término genérico para el hombre y la mujer), es mortal y capaz de dominar o ser dominado. Sabía que esta creencia cedería al Amor divino.

Esta consciencia pura comprende al hombre y a la mujer como iguales y valiosos.

Todos los días, mi padre me acompañaba y me iba a buscar al transporte público. Sin embargo, una mañana temprano luego de subir al autobús, vi a mi ex novio aparecer de repente y subir. Me aferré a la idea de que estaba a salvo, escudada por el Amor que me daba valentía. Sin temor a las consecuencias, le expliqué que no tenía interés en continuar una relación, que cada uno debía seguir con su vida. Después de esta breve conversación, nunca más me molestó.

Tiempo después, finalmente encontré a la persona correcta con quién compartir mi vida, en afecto genuino y compañerismo.

Cada día continúo aprendiendo más sobre la identidad espiritual del hombre como el hijo de Dios, y veo la importancia de negarme a aceptar que la verdadera identidad de alguien sea el producto de patrones socioculturales y rótulos. ¿Por qué? Porque estos generalmente nos definen en términos físicos y sexuales, asignándonos roles que limitan el alcance de nuestro propósito y actividad. Mientras que el hombre de Dios —el varón y hembra de la creación de Dios— es eterno, libre y no está limitado por las condiciones materiales. El reflejo de Dios, al expressar la masculinidad y femineidad de Dios, el Espíritu, no es un objeto sexual masculino o femenino. Mary Baker Eddy explica: “Dios determina el género de Sus propias ideas. El género es mental, no material” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 508).

En realidad, todo ser es espiritual y habita en el Espíritu divino e infinito. Es el reflejo de Dios, mediante el cual la Vida divina se manifiesta en forma individual y original, demostrando la bondad infinita de la naturaleza de Dios: la belleza del Alma, la dulzura y ternura del Amor, la fuerza del Espíritu, la sabiduría de la Mente, la integridad de la Verdad y la justicia del Principio. La naturaleza divina, o Cristo, fue expresada de la mejor manera por Cristo Jesús quien vivió con plenitud la Vida divina al sanar a los enfermos y a los pecadores.

¿Cómo llevamos nuestra vida diaria a una mayor conformidad con Cristo, con nuestra naturaleza espiritual como los hijos e hijas de Dios, como el Cristo reveló? Tal vez, podemos considerar cuáles son nuestros modelos para pensar y vivir. ¿Son modelos materiales, que hacen que nos evaluemos a nosotros mismos y a los demás físicamente? ¿O son modelos espirituales de la verdadera femineidad y masculinidad que brindan alegría y satisfacción duraderas? Mientras continúo contemplando los modelos de pensamiento que Cristo Jesús ejemplificó y me esfuerzo por seguirlos, me ayuda muchísimo el significado espiritual que Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, da para novia y novio en Ciencia y Salud, donde ella los define en términos de cualidades espirituales de pensamiento:

“Novia. Pureza e inocencia, que concibe al hombre en la idea de Dios; un sentido del Alma, que tiene felicidad espiritual y goza pero no puede sufrir” (pág. 582). Expresar pureza e inocencia, ver en nuestro prójimo a la creación buena de Dios, buscar nuestra felicidad y gozo en lo espiritual no nos hace frágiles, no nos convierte en víctimas, no nos condena a sufrir. Todo lo contrario: nos fortalece y nos da poder para sanar y vivir en libertad.

“Novio. Comprensión espiritual; la consciencia pura de que Dios, el Principio divino, crea al hombre como Su propia idea espiritual, y que Dios es el único poder creativo” (pág. 582). Esta definición invalida el relato material de la Biblia de que el varón es un creador orgulloso, un Adán, y la mujer es una Eva creada de una de sus costillas, responsable de las desdichas de él, y por ende una que él debe poseer y someter (véase Génesis, capítulos 2 y 3). Este falso relato de la creación tiende a justificar el abuso. Por ser el hombre que Dios creó, comprendemos que Dios es el único creador, el único Principio de la existencia. Y esta consciencia pura comprende al hombre y a la mujer como iguales y valiosos.

Nunca es tarde para despertar a nuestra identidad espiritual y vivir siendo uno con el Amor divino. Esto trae armonía a nuestras relaciones amorosas, y llena de amor incondicional y tolerancia el trato en la familia. A medida que cada uno de nosotros se sume a este movimiento de transformación espiritual, estaremos haciendo un aporte fundamental a la sociedad para que reinen la paz y la buena voluntad en la humanidad.

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