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Un solo Padre-Madre Dios: fundamento para el progreso y la igualdad

Del número de octubre de 2018 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 23 de agosto de 2018 como original para la Web.


¿Qué podría un reformador del siglo XIX posiblemente agregar al movimiento para el progreso de hombres y mujeres hoy en día?

¡Muchísimo! Mary Baker Eddy consideraba que el progreso era la ley de un Padre-Madre Dios infinito, y la igualdad era el resultado natural de Dios, que creó tanto al hombre como a la mujer a Su propia imagen y semejanza (véase Génesis 1:26, 27).  Esto fue parte de su revolucionario descubrimiento de la Ciencia Cristiana; un sistema científico de ética y curación basado en la Biblia, particularmente las enseñanzas de Cristo Jesús.

Fundamental para la Ciencia Cristiana y las enseñanzas del Cristo es el Sermón del Monte. El mismo incluye la Regla de Oro, la cual dice: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (Mateo 7:12). Esta es la esencia de la verdadera igualdad, arraigada en el cristianismo de Cristo. También incluye la oración del Señor que comienza con “Padre nuestro”. Esta hermosa palabra nuestro establece la inseparable relación espiritual que tenemos con Dios y unos con otros. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras de Eddy, se encuentra una perspectiva profundamente espiritual de todo el Padre Nuestro. Esto incluye la interpretación espiritual de la línea “Padre nuestro que estás en los cielos”, la cual es “Nuestro Padre-Madre Dios, todo-armonioso” (pág. 16). Esa frase incluye todo y forma la base, tanto para la igualdad como para el progreso. Ciencia y Salud, después señala: “Un único Dios infinito, el bien, unifica a los hombres y a las naciones; constituye la hermandad del hombre; pone fin a las guerras; cumple el mandato de las Escrituras: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’; aniquila la idolatría pagana y la cristiana, todo lo que está errado en los códigos sociales, civiles, criminales, políticos y religiosos; equipara los sexos; …” (pág. 340).

Aunque a veces se han usado pasajes individuales de la Biblia para justificar la desigualdad, una de las grandes fuerzas impulsoras de la Biblia es la lección profundamente espiritual que aprendió la gente —esencial en su relación con los demás— de que Dios nos ama a todos por igual. La hebra espiritual de la igualdad está entretejida en la Biblia comenzando con el primer capítulo del Génesis, como se mencionó antes. El Antiguo Testamento presenta el progreso social de la igualdad en historias como las de Zelofehad y Job (véanse Números 27:7 y Job 42:15). En ambos casos leyes injustas fueron invertidas para que sus hijas pudieran recibir una herencia.  Y floreció en el ministerio de Jesús, como registra el Nuevo Testamento, donde Jesús veía a todos iguales ante los ojos de Dios. Como dice en Gálatas 3:28: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. De su exhaustivo estudio de la Biblia, Eddy descubrió las leyes espirituales universales e imparciales que operan desde el Principio divino, y revelan la naturaleza espiritual de la igualdad y el progreso; leyes divinas que ponen en tela de juicio todo aquello que sea limitante y material en la consciencia humana, y abren la puerta para que haya nuevos avances en todos los empeños humanos.

Como evidencia del impacto sanador de estas leyes divinas, e incluso antes de que las mujeres ganaran el derecho de votar, Eddy se abrió paso por las barreras sociales e institucionales para llevar adelante estas ideas. Comenzó una casa editora, un colegio, una Iglesia a nivel mundial, y es mejor conocida como la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana. Ella comprendió que la igualdad, basada en la ley espiritual, habilita y restaura el equilibrio para toda la humanidad. Ella escribió: “En la ley natural y en la religión, el derecho de la mujer de alcanzar el grado más alto de entendimiento iluminado y de desempeñar los puestos más elevados en el gobierno, es inalienable, y estos derechos son hábilmente vindicados por los representantes más nobles de ambos sexos” (No y Sí, pág. 45).

El impacto de la Ciencia Cristiana en el siglo XIX fue destacado por la erudita feminista Rosemary Hicks en el Journal of Feminist Studies in Religion (revista de estudios feministas en la religión). Ella escribió: “La Ciencia Cristiana ayudó a extender y justificar la existencia de las mujeres en el sector público socialmente construido. … Además, la Ciencia Cristiana continuó promoviendo la presencia y participación pública de las mujeres en áreas tan diversas como la atención de la salud, la educación, el ministerio y el gobierno…” (“Religion and Remedies Reunited: Rethinking Christian Science,” Vol. 20, No. 2, Fall 2004, pp. 56, 57).

Mary Baker Eddy descubrió la Ciencia Cristiana en una era de cambios transformadores, donde se formaron nuevas definiciones en esas mismas áreas diversas y se desarrollaron instituciones para perpetuar sus avances. Como en aquella época, también hoy, estamos viendo un gran potencial para que haya cambios transformadores, a medida que un diálogo creciente respecto a la igualdad de género y los derechos humanos está exigiendo ideales más elevados, móviles más nobles y una compasión mucho más amplia. Hay una oportunidad para desarrollar nuevas definiciones, políticas e instituciones para perpetuar estos ideales sobre una base más perdurable y espiritual.

La habilidad de la humanidad para construir sobre una base más espiritual es inherente. En la Ciencia Cristiana aprendemos que todos tenemos dentro de nosotros mismos un sentido espiritual, es decir, la capacidad de comprender las cosas espirituales de Dios. Este sentido espiritual responde a la Verdad imparcial y universal, que está por siempre activa en la consciencia, iluminando el entendimiento y destruyendo todas las cosas que no son ciertas. Este sentido espiritual aumenta hasta comprender que solo existe una causa, y esa es Dios. Comprender esto es clave para el progreso humano; cada paso de progreso es menos material y más espiritual (véase La idea que los hombres tienen acerca de Dios, por Eddy, pág. 1).

La consciencia de que Dios, la Verdad, es la única causa, es el pensamiento propio del Cristo que animaba a Jesús, por medio del cual sanó la enfermedad y el pecado y venció la muerte. Y es esa misma consciencia del Cristo la que aniquila todo aquello que se transformaría en desigualdad e injusticia, mientras revela el fundamento espiritual y eterno de la igualdad, donde lo masculino y lo femenino se complementan y se mejoran uno a otro, dentro de cada uno de nosotros individualmente, y dentro de la sociedad en general.

Por lo tanto, nuestro progreso hacia la igualdad, no se basa en la opinión humana o en ajustes políticos, sino que es el resultado inevitable de comprender las verdades eternas. En Ciencia y Salud se nos alienta: “Aceptemos la Ciencia, renunciemos a todas las teorías basadas en el testimonio del sentido, abandonemos los modelos imperfectos y los ideales ilusorios; y tengamos así un único Dios, una única Mente, y ese único perfecto, produciendo Sus propios modelos de excelencia.

“Dejemos que aparezcan el ‘varón y hembra” de la creación de Dios” (pág. 249).

Lo que separa al movimiento por la igualdad de las tendencias efímeras, es que revela qué es espiritual y eternamente verdad acerca de Dios y acerca de ti y de mí. Somos creados, igualmente, a imagen y semejanza de nuestro Padre-Madre Dios, y esta es nuestra herencia primitiva y absoluta. Esa igualdad nos da autoridad y hace que el progreso sea inevitable.

Kim Crooks Korinek
Redactora Adjunta

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