En general, se reconoce que dar gracias es un aspecto importante de una vida llena de buenos frutos, tanto para las personas, las familias y las comunidades, como para las naciones. Y la gratitud siempre es importante, especialmente cuando la bondad parece estar ausente. De modo que es alentador que algunas naciones tengan designado cada año un Día de Acción de Gracias; en Canadá es en octubre, y en los Estados Unidos es en noviembre, tan solo para mencionar dos.
En todo el mundo hay celebraciones subnacionales y culturales de gratitud en diversas formas también. Estas celebraciones con frecuencia tienen que ver con la temporada después de la cosecha; es la expresión de gratitud por una cosecha abundante. No obstante, el hecho de que estas celebraciones se efectúen incluso cuando una cosecha ha sido menos que abundante, o ha sido tan escasa que la vida de la gente ha enfrentado serios desafíos, habla de la flexibilidad del corazón humano, flexibilidad que abre el camino para que se manifiesten cosas mejores. Por ejemplo, cuando los peregrinos celebraron su primer día de Acción de Gracias en lo que sería los Estados Unidos, la misma ocurrió después de que casi la mitad de ellos murieran tras un invierno muy duro. Su gratitud fue una fortaleza que los capacitó para perseverar y florecer.
Ya sea que busquemos cosechar cultivos, o cosechar el bien en cualquier aspecto de la vida, la gratitud puede abrir nuestros ojos a la abundancia del bien —y oportunidades para el bien común— allí mismo donde parece lamentablemente faltar. Cristo Jesús una vez habló a sus discípulos sobre la necesidad de buscar la cosecha aun cuando, según las apariencias, todavía no haya nada que cosechar. Dijo: “¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega” (Juan 4:35).
¿Quién de nosotros no ha lamentado sufrir de escasez en alguna parte de nuestro “campo” —nuestra experiencia presente— y simplemente deseado que las cosas mejoren en algún momento en el futuro? Sin embargo, he descubierto que hacer mentalmente una pausa para buscar, reconocer y apreciar cualquier bien que pueda encontrar en mi experiencia presente, y en el mundo, ha abierto mis ojos a cosas que no había estado viendo. He sido impulsada a hacerlo, no solo por lo que dijo Jesús de que la cosecha ya está presente, sino por esta convincente instrucción de Mary Baker Eddy en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “¿Estamos realmente agradecidos por el bien ya recibido? Entonces aprovecharemos las bendiciones que tenemos, y así estaremos capacitados para recibir más” (pág. 3).
Cuando Jesús dijo que debemos “[alzar nuestros] ojos” nos estaba pidiendo que miráramos en una dirección espiritual, al Espíritu divino, Dios, y la abundancia espiritual que Él está siempre dando para beneficio de todos, sin excluir a nadie. Y si no conocemos a Dios —o no comprendemos lo que está proveyendo o cómo podemos tener acceso a ello— el sentirnos agradecidos por el bien que “ya hemos recibido” nos da un lugar por donde empezar: Podemos hacer una pausa mental y en vez de centrarnos en lo que parece faltar, empezar a buscar humildemente hasta las más pequeñas evidencias del bien en nuestra vida; por ejemplo, un par de zapatos que nos podemos poner, un trabajador que limpia la basura en una acera por la que caminamos, un semáforo que detiene el flujo del tráfico en la calle para que la gente pueda cruzar con seguridad, una persona en una silla de ruedas eléctrica que nos saluda con una sonrisa.
Sentirnos agradecidos, hasta por las cosas más pequeñas, hace lugar para que crezca nuestra percepción del bien que está presente. Mueve nuestro pensamiento más allá de las cosas hacia la causa espiritual de todo lo que es bueno, hacia las cualidades espiritual que Dios expresa a través de Sus hijos e hijas, de todos nosotros. Por ejemplo, el cuidado que producen los zapatos que usamos, el orden que emplea el trabajador al limpiar la acera para que nuestro camino sea placentero, el amor y la inteligencia que produce el semáforo que brinda seguridad a todos, y la alegría de esa persona de mi barrio que todos los días hace sus mandados en su silla de ruedas eléctrica, todas ellas son expresiones de Dios.
Estar agradecidos por las cosas simples que tal vez estemos dando por sentado —y expresar bondad y amor al hacerlo— cultiva un corazón agradecido, la tierra que trae una cosecha abundante de bien a nuestras vidas. Como dice la primera estrofa de un himno que los estudiantes de la Ciencia Cristiana atesoran:
Un corazón de gratitud
jardín hermoso es,
do toda gracia divinal
perfecta brotará.
(Ethel Wasgatt Dennis, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 3)
La gratitud puede transformarse en una actitud diaria, momento a momento; un reconocimiento de que allí mismo donde la escasez, el dolor, e incluso la violencia, grita: “¡Yo soy real y no hay nada por qué estar agradecido!”, Dios ha provisto abundante salud, protección y oportunidad para que las reconozcamos y disfrutemos. Esta es la base de la curación en la Ciencia Cristiana, que Dios —quien es el bien siempre presente, y nos ha creado y nos mantiene como Su reflejo perfecto, espiritualmente formado— siempre está (bajo toda circunstancia) aquí mismo, para abrir nuestros corazones, mentes y ojos a las liberadoras verdades espirituales. Yo y muchos otros que han colaborado con esta revista, sabemos por experiencia que esto es verdad.
Jesús nos alentó a recurrir a Dios en toda necesidad, porque Dios y Su creación espiritual son la realidad. Las discordancias, limitaciones e impurezas de la experiencia humana son los conceptos materiales errados de la vida, y Jesús vino a salvar a toda la humanidad de creer, experimentar y ceder a ellos. Él dijo: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). Expresar gratitud por la realidad de Dios —allí mismo donde parece estar escondida para los sentidos materiales— permite que la luz de la verdad espiritual fluya y crezca en nuestra consciencia. Esta luz espiritual elimina los errores perturbadores del pensamiento, y sus malos efectos, y los sustituye con la curación física y mental, el crecimiento espiritual, la transformación del carácter, nuevas oportunidades y progreso sin límites.
¡Permite que tu corazón rebose de gratitud y recoge la cosecha!
Barbara Vining
Redactora en Jefe
