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Original Web

Peregrinos en la Tierra

Del número de noviembre de 2018 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 13 de septiembre de 2018 como original para la Web.


El autor de Hebreos escribió acerca de la gran fe de Abraham y la de algunos de los primeros y loables personajes de la Biblia, quienes confesaron “que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que dicen tales cosas, claramente dan a entender que buscan una patria… anhelan una patria mejor, es decir, celestial” (Hebreos 11:13, 14, 16, La Biblia de las Américas). El pequeño grupo de pasajeros cristianos devotos del Mayflower, que partieron hacia el oeste desde Inglaterra, en septiembre de 1620, encontraron mucho consuelo e inspiración en estas palabras al iniciar su viaje. Eran miembros de una secta perseguida que buscaban adorar a Dios a la manera sencilla de los primeros cristianos, mediante la oración y la fe, no por medio de elaborados rituales. Al viajar hacia un lugar desconocido, muy poco preparados para los desafíos que encontrarían, ellos llevaron muchas provisiones y ninguna era más importante que su fe.

“Pero ellos sabían que eran peregrinos”, escribió uno de sus líderes (William Bradford, Of Plymouth Plantation, p. 50). Creían que estaban siguiendo el camino de los primeros cristianos e incluso el de los patriarcas, al buscar “una patria mejor… celestial” Y como Abraham, dieron un paso hacia lo desconocido y pusieron todo el peso de su fe en Dios para que los guiara.

Hoy podemos recordar a los peregrinos y sentirnos alentados por su devoción a Dios, la cual mantuvieron durante pruebas muy difíciles. Su historia recuerda a los peregrinos espirituales de hoy en todo el mundo que mantengan su fe pura y simple, afianzada en las Escrituras, y sigan esa fe para tomar conciencia del reino de Dios. Mary Baker Eddy, la Fundadora de la Ciencia Cristiana, honró la memoria de los peregrinos, como lo expresó en un sermón escrito para la dedicación de la Iglesia Madre Original, en Boston: “En las costas solitarias, en Plymouth Rock, ellos plantaron el corazón de una nación: los derechos de consciencia, la gloria imperecedera. Ningún sueño de avaricia o ambición quebrantó su propósito sublime, suyo era el deseo de reinar en la realidad de la esperanza, el reino del Amor” (Pulpit and Press, pág. 10).

Este “reino del Amor” es el verdadero hogar que la humanidad instintivamente anhela. Sin embargo, puede parecer tristemente fuera de nuestro alcance, aunque Jesús declaró que está cerca. Él dijo: “El reino de Dios dentro de vosotros está” (véase Lucas 17:20, 21, versión King James). Durante siglos, el significado práctico de esto no fue comprendido, pero en nuestra era la Ciencia Cristiana ha introducido el concepto científico del reino de los cielos, al demostrar que es una realidad espiritual presente, en vez de un lugar o un suceso distante.

Cristo Jesús enseñó y mostró el camino para llegar a esta querida patria nuestra en el cristianismo primitivo de los Evangelios, incluida la práctica de la curación espiritual que la Ciencia del Cristianismo ha restablecido. Él dijo que el reino de los cielos no se encuentra afuera, aquí o allá. Se encuentra dentro de nuestro pensamiento, a la espera de que entremos en él. El alivio de los problemas y dolores de la mortalidad, por lo tanto, está cercano. Es importante señalar que no tenemos que morir para ir al cielo. No tenemos que ir a ninguna parte para experimentar la presencia y el poder sanadores del Amor divino y ser parte activa en la venida del reino de Dios a la tierra.

En cambio, lo que nos lleva allí no es un solo hecho, sino un proceso de renovación espiritual que experimentamos. Es una travesía de fe hacia el descubrimiento espiritual que nos transforma tan completamente que volvemos a nacer. La Sra. Eddy escribió que la travesía “empieza con momentos y continúa con los años; momentos de sumisión a Dios, de confianza como la de un niño y de gozosa adopción del bien; momentos de abnegación, consagración, esperanza celestial y amor espiritual” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 15). Este es el camino que nos lleva a liberarnos de todo lo que nos oprime en la vida humana, es como encontramos el reino de Dios y su poder redentor dentro de nosotros. Incontables vidas salvadas radicalmente de la enfermedad, el pecado e incluso de la muerte, de la pobreza y la desesperación, de abrumadoras pérdidas y desesperadas circunstancias de todo tipo, dan testimonio de que esto es verdad, como se ha registrado en esta misma revista a lo largo de muchos años.

La Ciencia Cristiana nos capacita para disipar los obstáculos en el pensamiento que nos impiden reconocer que el reino de la armonía de Dios es nuestra realidad presente. Lo hace al desafiar continuamente los errores a los que nos aferramos, tales como el temor y el pecado, y al guiarnos a reemplazarlos con las verdades de la Ciencia divina. Cuando oramos atentamente para escuchar con humildad la voz de Dios, vamos aprendiendo de forma constante la verdad acerca de Dios y de nuestra propia naturaleza espiritual hecha a Su imagen y semejanza: valiente, completa, pura y perfecta. Esto permite que la verdadera fe florezca, dado que tiene el efecto de destruir el punto de vista opuesto de que el hombre está separado de Dios, y es creado en la carne y dominado por ella.

Se requiere un esfuerzo consagrado para dejar de lado las ambiciones personales.

Se requiere mucho valor para someterse a Dios y seguir adonde nos guíe la fe en la Verdad. Debemos abandonar los temores y confianzas falsas a medida que gustosamente dejamos atrás el “viejo mundo” de la materia, ponemos nuestra mirada en el “nuevo mundo” de la existencia espiritual, el reino de los cielos, y nos apoyamos de todo corazón en Dios. Esto exige una fe viviente capaz de transformarse en una comprensión espiritual que es práctica. No se trata de una fe ciega o irreflexiva, congelada en su lugar y con frecuencia temerosa de los desafíos que enfrenta la fe. La fe que necesitamos para encontrar el reino de los cielos y reclamarlo como propio no tiene el propósito de ser un fin en sí misma, sino el de transformarse en comprensión a medida que buscamos la Verdad por encima de todo lo demás. La fe que tiene como meta la comprensión de la realidad de Dios no es de ninguna manera estática.

Mantener esto siempre presente es un gran apoyo para nosotros. Como escribió la Sra. Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La descubridora de la Ciencia Cristiana encuentra el camino menos difícil cuando tiene la meta elevada siempre ante su pensamiento, que cuando cuenta los pasos al esforzarse por alcanzarla. Cuando el objetivo es deseable, la expectativa acelera nuestro progreso. La lucha por alcanzar la Verdad lo hace a uno fuerte en lugar de débil, lo descansa en vez de fatigarlo” (pág. 426).

Esto es especialmente importante cuando a veces luchamos o sentimos que nuestra fe flaquea. No es inusual encontrar adversidad y resistencia de parte de la mente carnal cuando oramos para eliminar todo lo que nos limita y para obtener nuestro dominio sobre la mortalidad. Pero Jesús, que fue antes que nosotros por el camino a la salvación, les dijo a sus discípulos: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). La esperanza que esto brinda es hoy más amplia porque la salvación del error (vencer al mundo) ha sido explicada como una Ciencia que todos pueden aprender y practicar.

Durante los períodos difíciles, necesitamos tener más fe que nunca para que nos ayude a atravesar las barreras del temor, la ignorancia y el egocentrismo que limitan nuestra comprensión de la Vida divina. Al mismo tiempo, el progreso depende no solo de nuestra fe, sino también de nuestra fidelidad, nuestros constantes esfuerzos por seguir cuidadosamente las enseñanzas de la Ciencia Cristiana. Los estudiantes de matemáticas, al aplicar fielmente las lecciones de sus libros de texto, adquieren confianza para resolver los problemas, y los estudiantes de la Ciencia Cristiana son fortalecidos de la misma forma. Al aplicar las lecciones que enseña esta Ciencia, ellos amplían su comprensión del tema.

Se requiere un esfuerzo consagrado para hacer esto con constancia y dejar de lado las inclinaciones y ambiciones personales. Se requiere oración y estudio, y el humilde deseo de continuar aprendiendo más de “este inagotable tema —la Ciencia Cristiana” (Mary Baker Eddy, Retrospección e Introspección,pág. 84). Necesitamos buscar seriamente el significado inspirado de todo lo que leemos. Y al tomar las palabras de Verdad de las páginas de nuestros libros e incorporarlas en nuestras oraciones, podemos descubrir nuevos significados profundos, incluso de términos y pasajes que conocemos muy bien, y embeber más del espíritu que revelan.

En esta época del año, es natural recordar que los peregrinos reconocieron que una forma importante de mantener nuestra mirada centrada en la brillante promesa de la libertad espiritual es ser agradecido. La gratitud es una expresión de amor que es oportuna en cualquier ocasión, no simplemente en la celebración del Día de Acción de Gracias. Eleva el pensamiento hacia la comprensión de nuestra unidad con la fuente de todo el bien, el Amor divino. Dar gracias puede ser una forma de gracia que echa fuera el desaliento y nos mantiene alegres y receptivos al bien, cuando de otro modo nuestros corazones estarían desanimados. La gratitud también puede ser un valiente acto de fe que desafía las tinieblas y la resistencia de la mente mortal y abre una ventana para que la luz de la Verdad llegue a nosotros y nos eleve, allí mismo donde el error insiste en que estamos atrapados sin escape.

Pero la gratitud es simplemente más que un acto de lealtad que reconoce de forma correcta al Dador de todo el bien. De manera que damos gracias a Dios por la vida, por la curación, por la alegría, por Su incesante amor y todas las bendiciones, grandes y pequeñas, que nos ha dado, no solo a nosotros, sino a todos, a cada momento. Al elevar nuestro pensamiento en gratitud y cantar alabanzas a Dios, muy pronto comprendemos que nos estamos uniendo a una canción que ya está en marcha, porque toda la creación de Dios está hecha para glorificarlo a Él. Como leemos en Isaías: “Porque con alegría saldréis, y con paz seréis vueltos; los montes y los collados levantarán canción delante de vosotros, y todos los árboles del campo darán palmadas de aplauso” (55:12).

Nuestra obediencia leal a Dios y nuestras vidas consagradas son recompensadas a medida que la armonía del Alma reemplaza el sentido discordante de la vida mortal. Como los numerosos peregrinos en Cristo que han ido delante de nosotros, podemos confiar en que Dios nos guiará hacia la “patria mejor” que es el reino de los cielos. Y, “Los días de nuestro peregrinaje se multiplicarán en lugar de disminuir, cuando el reino de Dios venga en la tierra; porque el camino verdadero conduce a la Vida en vez de a la muerte, y la experiencia terrenal revela la naturaleza finita del error y las capacidades infinitas de la Verdad, en las cuales Dios da al hombre señorío sobre toda la tierra” (Ciencia y Salud, pág. 202).

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