Hace varios años mi madre falleció, y al enterarme volé inmediatamente a Sudáfrica. Nosotras éramos muy unidas, y me sentí agradecida por ser lo suficientemente fuerte como para realizar su servicio fúnebre y consolar a los que necesitaban consuelo. El servicio fue como una celebración de su vida, y en ese momento no tuve ningún sentimiento de dolor.
Sin embargo, unos ocho meses después de haber regresado a los Estados Unidos, me sentí como hipnotizada por las circunstancias humanas que provocaron el fallecimiento de mi madre, y tuve lo que parecían ser síntomas de un ataque al corazón. Esto reveló un deseo inconsciente de unirme a ella.
Fue mi madre quien me dio a conocer la Ciencia Cristiana cuando era niña. Me inscribió en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, aunque ella no practicaba activamente esta Ciencia. Pero la apreciaba, y cuando tenía un problema, me pedía que orara por ella, y tuvo algunas curaciones significativas. Aunque más tarde vivimos a miles de kilómetros la una de la otra, nos manteníamos en contacto y hablábamos cada semana por teléfono durante una hora.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!