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Sana del pesar y de afección al corazón

Del número de noviembre de 2018 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace varios años mi madre falleció, y al enterarme volé inmediatamente a Sudáfrica. Nosotras éramos muy unidas, y me sentí agradecida por ser lo suficientemente fuerte como para realizar su servicio fúnebre y consolar a los que necesitaban consuelo. El servicio fue como una celebración de su vida, y en ese momento no tuve ningún sentimiento de dolor.

Sin embargo, unos ocho meses después de haber regresado a los Estados Unidos, me sentí como hipnotizada por las circunstancias humanas que provocaron el fallecimiento de mi madre, y tuve lo que parecían ser síntomas de un ataque al corazón. Esto reveló un deseo inconsciente de unirme a ella.

Fue mi madre quien me dio a conocer la Ciencia Cristiana cuando era niña. Me inscribió en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, aunque ella no practicaba activamente esta Ciencia. Pero la apreciaba, y cuando tenía un problema, me pedía que orara por ella, y tuvo algunas curaciones significativas. Aunque más tarde vivimos a miles de kilómetros la una de la otra, nos manteníamos en contacto y hablábamos cada semana por teléfono durante una hora.

Pero poco después de su muerte, me impactó el hecho de que ya no podía tener esas conversaciones semanales con ella y hablar sobre las novedades que surgían en nuestra vida diaria. Sentí que había perdido algo precioso, y se hizo evidente para mí que necesitaba sanar ese sentimiento de pesar y pérdida.

Me vino el pensamiento de que quizás no pasaría la noche, así que decidí llamar a una amiga de la iglesia, quien acudió de inmediato, viajando desde muy lejos a través del hielo y la nieve. Esta amiga se quedó junto a mi cama y me leyó durante varias horas del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, hasta que mi pensamiento cedió a la Verdad divina que el libro de texto elucida, y me sentí en paz y me dormí.

Cuando desperté por la mañana, todavía sentía que necesitaba apoyo porque algunos síntomas persistían, así que llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana para que me brindara tratamiento metafísico. Ella aceptó orar por mí y me pidió que me uniera en un proyecto que estaba haciendo, buscando y reflexionando sobre todas las referencias que hace la Sra. Eddy sobre el “poder” en Ciencia y Salud. Hablamos por teléfono algunos días durante aproximadamente dos semanas. El estudio concertado y la oración reforzaron mi creciente comprensión de que no hay poder aparte de Dios, y que es necesario abandonar toda creencia en que pueda haber poder o vida en la materia, así como en el corazón y la sangre.

Fue un período de gran crecimiento espiritual. Trabajé a diario con la definición de Dios en el Glosario de Ciencia y Salud y estudié los sinónimos que se Le asignan haciendo un listado de las cualidades que incluyen, entre ellas la alegría, la cual yo declaraba con firmeza que reflejaba por ser la idea espiritual de Dios. También busqué la palabra corazón, que la autora define metafísicamente como: “Sentimientos, motivos, afectos, gozos y pesares mortales” (pág. 587). El pesar es claramente un “sentimiento mortal” de separación de las personas que amamos y de las preciosas experiencias asociadas con ellas. Pero nosotros nunca podemos estar separados de Dios, la fuente de nuestra existencia y alegría, y esta verdad también se aplica a las personas que amamos. Comencé a notar cómo la falsa premisa que envuelve el pesar y este sentimiento mortal, se disipaban. Me di cuenta de que la alegría y el contentamiento son la verdadera sustancia del corazón y que nada podría jamás privarme de estas cualidades.

También encontré consuelo en las declaraciones de la verdad en el capítulo “La práctica de la Ciencia Cristiana”, donde dice: “Al pálido enfermo, de quien afirmas que se está agotando de consunción de la sangre, debería decírsele que la sangre nunca dio la vida y nunca puede quitarla, que la Vida es el Espíritu, y que hay más vida e inmortalidad en un solo motivo bueno y una sola acción buena, que en toda la sangre que jamás haya corrido por venas mortales y simulado un sentido corpóreo de vida” (pág. 376).

El mesmerismo del pesar se rompió a medida que las verdades espirituales con las que la practicista y yo habíamos estado orando llenaron mi pensamiento, y los síntomas físicos se desvanecieron por completo de mi pensamiento y experiencia. La curación fue tan completa que toda sensación de dolor y pérdida me pareció extraña. En los meses que siguieron, comencé a experimentar una vez más la plenitud de la Vida divina al expresar energía y entusiasmo, y en relaciones afectuosas. En mi trabajo como profesora, al enseñar e investigar, tuve la oportunidad de explorar nuevas experiencias, visitar tierras hasta ese momento desconocidas y comenzar nuevos proyectos inspiradores. Y la alegría del descubrimiento espiritual continúa hoy en día.

Norma Presmeg
Maryville, Tennessee, EE.UU. 

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