Hay versículos en el libro del Apocalipsis en la Biblia que a menudo me han reconfortado: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas” (21:4, 5).
Es fácil ver por qué podría haberme sentido reconfortada con esta promesa profética, pero durante muchos años, me sentí confundida por la frase “ya no habrá muerte”. ¿Cómo podía ser cierto, cuando la muerte parece ser un hecho de la vida? Ya sea que muera un ser querido o pensemos en las tragedias y guerras del mundo, la muerte se presenta como algo inevitable e ineludible.
¿Qué pasaría si aceptáramos ahora mismo la bendición que nos da San Juan en ese versículo del Apocalipsis? ¿Cómo podríamos hacer eso? ¿Qué ocurriría si comprendiéramos que podemos liberarnos del pesar y del llanto ahora e incluso, en cierto grado, no experimentar “más muerte”?
Tengo el hábito de recurrir a diario a la Biblia en busca de guía e inspiración, y obtener lecciones espirituales de las Escrituras. De manera que, cuando traté de comprender este versículo en particular del libro del Apocalipsis, oré para ser receptiva a lo que San Juan estaba comunicando.
Mis oraciones me guiaron a considerar algo que he aprendido en la Ciencia Cristiana: que yo soy, todos somos, expresiones espirituales de Dios que vivimos exclusivamente en el Espíritu divino, donde no hay ni comienzo ni fin; y que puedo traer este concepto espiritual de la Vida a mi experiencia ahora mismo. Pude comprender cada vez mejor que “no habrá más muerte”, a medida que dejé de aceptar toda sentencia triste que la muerte de alguien parecía imponer en mi vida. La base para esto es la verdad espiritual de que cada uno de nosotros es en realidad uno con la Vida eterna ahora y para siempre, y que verdaderamente siempre nos relacionamos con otros a través de la relación espiritual con Dios que todos compartimos.
Reconocer y atesorar en nuestra consciencia esta presencia de Dios, el Amor, elimina la tristeza, el pesar, la decepción y el temor. Conocer que Dios es el Amor divino, que nos consuela a todos, nos brinda certeza y fortaleza como promete este versículo de Isaías: “Pues yo te sostengo de tu mano derecha; yo, el Señor tu Dios. Y te digo: ‘No tengas miedo, aquí estoy para ayudarte’” (41:13, Nueva Traducción Viviente). El vigor y el poder de existir con el apoyo de Dios, debilita y elimina la tristeza y la incertidumbre, que con frecuencia afecta a aquellos conmovidos por el fallecimiento de un ser querido. Yo he sentido este apoyo divino en momentos difíciles.
Mi esposo falleció cuando mis hijos eran pequeños. Tuve que tomar una decisión: o bien acampar en un valle de tristeza y desesperación, o por el contrario levantarme y mantenerme despierta, recordando la bondad de mi esposo y el impacto positivo que había tenido en nuestras vidas, y también sabiendo que su vida continuaba.
En ocasiones, me sumía en una oscuridad que me asfixiaba, abrumada por la tristeza y la desesperación. El drama de la muerte se desenvolvía en mi mente mientras pensaba en la pérdida que habían sufrido mis hijos. Pero yo anhelaba recuperar la esperanza y reconstruir nuestras vidas. Tenía la determinación de encontrar una forma de salir del valle, especialmente por mis hijos. Y es solo por medio de la oración y apoyándome en el amor de Dios, que logré dejar atrás la tristeza y deshacerme de la desesperación.
Oraba para disminuir Ia influencia con que la muerte parecía aprisionarme al apartarme en lugar de sentir los efectos del profundo amor que Dios tenía por mí. Me sostenía el libro de los Salmos. Me elevaban los himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana; y mi concepto de que la muerte no tenía que afectarme fue desarrollándose mediante el estudio de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. En la página 288 de este libro, escrito por Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, leí lo siguiente: “Las piedras principales en el templo de la Ciencia Cristiana han de encontrarse en los siguientes postulados: que la Vida es Dios, el bien, y no el mal; que el Alma es impecable, y no ha de ser encontrada en el cuerpo; que el Espíritu no está, y no puede ser, materializado; que la Vida no está sujeta a la muerte; que el hombre espiritual y verdadero no tiene nacimiento, ni vida material, ni muerte”.
Es necesario orar activamente y con humildad para eliminar el supuesto efecto de la muerte en nuestras vidas.
Pensé que la vida de mi esposo siempre había estado definida por el Espíritu. Si bien yo ya no podía verlo, espiritualmente nada había cambiado. Y este suceso llamado muerte en realidad jamás había ocurrido en el Espíritu infinito. La Vida no había acabado, y el Amor está siempre presente. De modo que, nosotros, como las expresiones robustas de Dios, la Vida, el Amor, no cambiamos.
Lo que me sacó de la oscuridad fue tomar consciencia de que yo solo podía ser afectada por Dios, la Vida, el Amor, no por la muerte. Pude entrar en la luz del Amor.
En lugar de vivir la narrativa de que era una viuda en dificultades, me vi como un testigo del amor de Dios. Mis amigos nos acompañaron mucho y manifestaron mucha compasión, proporcionándonos de ese modo un expansivo sentido de familia. Personas conocidas expertas en el tema, nos guiaron a tomar las decisiones correctas respecto a nuestra casa y las finanzas, lo cual ayudó a estabilizar nuestra vida en el hogar. Nuestra comunidad de iglesia nos abrazó con el más profundo amor y hermandad. Estas expresiones prácticas del cuidado de Dios por nosotros, me permitieron continuar ascendiendo y librarme de la idea de que daba lástima por ser viuda, sola y estar traumatizada por la muerte de mi esposo.
Contemplé esta pregunta que se hace en Primera a los Corintios 15:55: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?”. Podemos cuestionar la suposición de que la muerte tiene aguijón. Conocer al Espíritu impide que seamos vulnerables al pesar, al dolor y a la escasez.
Mis hijos y yo descubrimos que en el Amor no hay aguijón. Por ejemplo, nos esforzamos por expresar integridad, devoción y amor incondicional, como una forma de honrar a mi esposo, su padre. Reconocimos el inmediato cuidado que el Amor divino nos brindó mediante la compasión y bondad de un querido abuelo; y brindamos un cuidado leal, considerado y generoso a otras personas. Fue de estas formas que eliminamos de nuestras vidas el aguijón de la muerte.
Este esfuerzo basado en la oración para denunciar la muerte y sus efectos nos ha llevado a mi familia y a mí a elevarnos y a volar por encima del pesar, la escasez y la lástima. Sentimos el amor de Dios, como se expresa en este versículo de la Biblia: “Como el águila que excita su nidada, revolotea sobre sus pollos, extiende sus alas, los toma, los lleva sobre sus plumas” (Deuteronomio 32:11). Continuamos dejando las sombras de la muerte atrás, y sintiendo que el Amor divino resplandece en cada aspecto de nuestra experiencia.
Es necesario orar activamente y con humildad para eliminar el supuesto efecto de la muerte en nuestras vidas. Pero Dios está con nosotros en esta labor. Con los ilimitados recursos del Dios infinito, podemos desafiar a la muerte en todos los ámbitos: muerte de una relación, de una carrera, de la salud, de la armonía o de la alegría. La muerte no tiene aguijón cuando se enfrenta con la totalidad de Dios. No puede haber ningún efecto verdadero en nosotros, sino el del Amor divino.
