¡Mis botas vaqueras me quedaban demasiado apretadas! Tiré y tiré, y finalmente logré ponerme una bota. Tenía que darme prisa. ¡No quería llegar tarde a la escuela!
Intenté meter el pie en la otra bota mientras la sostenía por la parte de atrás. De alguna manera mi talón resbaló y me aplastó el pulgar. La uña del pulgar apenas se podía sostener y me dolía todo el dedo. ¡Pero tenía las botas puestas!
Corrí para mostrarle el pulgar a mi mamá. Ella me tomó la mano y me aseguró que estaba a salvo. Me dijo que Dios me ama, por lo que nunca nada podía lastimarme. Comenzó a orar de inmediato.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!