Regocíjate… Por pura curiosidad, hace poco investigué las raíces de esta palabra y encontré más de lo que esperaba. El origen son dos palabras francesas arcaicas: re (expresar con mucha fuerza) y joir (sentir alegría). Combinadas, significan causar alegría, o causar buen humor, felicidad. De acuerdo con esto, cuando nos regocijamos, estamos haciendo que se vea y se comparta la alegría. ¡Eso es muy lindo! Entonces, ¿no tenemos una razón aún más grande para regocijarnos siempre?
Hace un tiempo, seguí el consejo de una amiga respecto a cómo comenzar mi día. Como ella, cuando me despierto no reviso mi cuerpo para ver cómo o qué siente la materia, en cambio, declaro quién y qué soy yo; afirmo que fui creada a imagen y semejanza de Dios, reconozco (y me regocijo) agradecida porque no podemos estar separados ni por un instante de Dios, el Amor divino, sabiendo que Dios gobierna toda vida. Opté por permitir que este sentimiento de gratitud por la presencia de Dios determinara mi estado de pensamiento al comienzo de cada día. Y he aprendido que esta perspectiva demuestra ser sanadora.
El regocijarnos por el tierno cuidado que Dios nos brinda, invierte la tendencia que tienen los recuerdos infelices o el temor por el futuro a tirarnos abajo, y ayuda a sanar problemas físicos. Nos abre los ojos para que veamos que la bondad de Dios está presente ahora, brindándonos incluso aún más razones para regocijarnos. El efecto dominó de obedecer el sabio mandato bíblico de regocijarse, no tiene fin.
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