El joven con el anotador estaba tratando de lograr que la gente que pasaba donara al grupo en pro de la naturaleza que representaba. Hablaba con mucha dulzura y mostraba fotos de encantadores cachorros de focas y daba convincentes argumentos de que incluso, una donación de $5.00 podía hacer una diferencia. Sin embargo, cuando me acerqué a él, no me dio el agresivo discurso. En cambio, sonrió y dijo: “Apuesto a que tú ya eres una donadora”.
Estaba en lo cierto. Lo era. Nos saludamos golpeando nuestros puños y por un momento estuvimos hablando de cuánto amábamos la organización y porqué. Cuando me iba, con sus manos formó un corazón en señal de gratitud y de camaradería por nuestro amor por la naturaleza.
¿Por qué valoro la iglesia por encima de todo lo demás?
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