Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer
Original Web

Toda comunicación verdadera comienza con Dios

Del número de junio de 2018 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 5 de abril de 2018 como original para la Web.


La intercomunicación es siempre de Dios hacia Su idea, el hombre.

—Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 284.

La gente que necesita hablar o a quienes simplemente les encanta hablar idiomas extranjeros, a menudo anhela hablarlos con poco o ningún vestigio de acento, es decir, sin la sobreimposición de las inflexiones y ritmos de su idioma nativo.

Sin embargo, hay otra forma de interpretar la idea de comunicarse sin acento extranjero. Podemos verlo como la habilidad de transmitir con eficacia un mensaje sobre cualquier tema a personas de cualquier grupo y de todas las edades, o a individuos de experiencias, culturas, ambientes e historias muy diferentes, en figurativamente un “idioma” que ellos puedan comprender. Es decir, comunicarse de tal manera que no provoque resistencia, sino que llegue, incluso bendiga, a la gente allí mismo donde se encuentre en su experiencia. La habilidad de hacer esto con más eficacia deriva de la comprensión de que toda comunicación verdadera comienza con Dios, el Amor que todo lo incluye, que por siempre está revelando, desenvolviendo e interpretando Su voluntad y plan para la armonía de la creación.

Mi propia experiencia respecto a los “acentos extranjeros” tanto en sentido literal como figurativo, comenzó hace muchos años, cuando decidí tomar francés como mi curso de idioma extranjero obligatorio en el bachillerato. Francamente, no me fue bien de ninguna manera, académicamente o de otro modo. No obstante, la esencia del problema no eran mis calificaciones, porque solo reflejaban el hecho de que a mí no me gustaba aprender otros idiomas. Era obvio que necesitaba resolver esto, y por experiencia sabía que solo encontraría la respuesta recurriendo a Dios.

Tenía la costumbre de leer una sección de la Lección Bíblica semanal del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana todas las mañanas antes de salir para la escuela. Una semana la Lección incluía el relato del Día de Pentecostés, cuando los apóstoles y algunos otros seguidores de Cristo Jesús se reunieron después de su ascensión. El libro de los Hechos relata que “fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (véase capítulo 2).

Todos los que hablaban eran galileos, no obstante, cuando muchos otros vinieron a la reunión a escuchar “las maravillas de Dios”, ellos dijeron: “¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido?”. 

En un simple destello de inspiración, me di cuenta de que la respuesta a su pregunta estaba incluida en el pasaje que ya había leído: “el Espíritu les daba que hablasen”, indicando que Dios, no el hombre, es el punto de partida, el origen, de la verdadera comunicación, aun aquí y ahora en nuestra experiencia humana.

Tenemos la vital oportunidad de nutrir y practicar las cualidades propias del Cristo en nosotros mismos que permiten una comunicación más armoniosa.

Muy pronto después de este discernimiento espiritual, empezaron a surgir sorprendentes oportunidades para hablar francés fuera del aula. El idioma francés cobró vida para mí. Me encantaba y me destaqué en él a nivel académico.

Pero el resultado más interesante fue que yo parecía tener muy poco acento estadounidense cuando hablaba francés, el cual desapareció cuando pasé un año en París como estudiante de arte varios años después.

¿A dónde fue a parar el acento? Para encontrar la respuesta, tuve que volver al relato del Día de Pentecostés y lo que había comprendido años antes: que toda comunicación verdadera comienza con Dios, no con el hombre. En ese entonces no me di cuenta, pero en aquel momento de inspiración había obtenido una vislumbre de la unicidad del Principio divino, Dios, y Su idea, el hombre, manifestada humanamente como la coincidencia de la divinidad con la humanidad. También había vislumbrado el porqué de esa coincidencia: el Espíritu Santo.

Con el tiempo, llegué a entender que la razón de que los idiomas extranjeros con frecuencia se hablan con el acento de nuestra lengua materna, era que en lugar de ver toda comunicación verdadera como una coincidencia de lo divino con lo humano, teniendo un origen puro y virgen sin ningún antecedente o intermediario humano, se tenía la creencia de que la lengua se había originado a nivel humano. Esto automáticamente relacionaba el idioma con la genética, el ambiente, la educación, el acondicionamiento, la geografía y la historia personal. Por lo general, se consideraba que el lenguaje pasaba de padre a hijo, de una mente humana a otra.De acuerdo con el relato de los Hechos, el preludio de hablar otras lenguas fue la recepción del Espíritu Santo, definido en parte en el Glosario de Ciencia y Salud como “Ciencia divina” (pág. 588), la cual es la ley de Dios, el Espíritu. Es esta dinámica ley espiritual que constituye y mantiene nuestra unidad con Dios, la Mente, la fuente de toda comunicación verdadera. Y puesto que el habla y la comprensión solo se originan en la Mente divina, y son impartidas e interpretadas por la Mente, la necesidad humana de hablar y comprender idiomas (a veces aquellos que nunca hemos aprendido), es respondida a través de la coincidencia de la divinidad con la consciencia humana individual y colectiva; como en el Día de Pentecostés, cuando “el Espíritu les daba que hablasen”.

Bajo la influencia de esta creencia, cualquiera sea el llamado “idioma nativo” que tengamos, los intentos que hagamos para hablar una lengua extranjera tienden a estar más o menos recargados con el “suéter”, o residuo, de nuestra lengua materna con todas sus inflexiones y ritmos.

Sin embargo, cuando consciente, humilde y pacientemente nos liberamos del mito, la ilusión, de que hay una causa física —la ilusión de una mente y hombre genético, fisiológico, psicológico, emocional, material— podemos obtener vislumbres de nuestro origen en el Espíritu. Podemos discernir el hecho de que ningún elemento, función, actividad o aspecto de nuestra existencia comienza en otro lugar.

Pero ¿qué prueba tenemos de que nuestra verdadera existencia y todo lo que le pertenece se origina aquí y ahora en el Principio divino de toda existencia real? El nacimiento virginal de Cristo Jesús. La concepción virginal de Jesús que tuvo María frustró la ilusión de que hubiera una causa física, y bendijo al mundo con la decisiva ilustración del origen e identidad espirituales presentes de toda la creación. Eliminó para siempre la creencia de que tenemos otra fuente, aquí y ahora, que no es el Espíritu; o de que somos otra cosa, aquí y ahora, que los hijos y las hijas de Dios.

Es esta dinámica ley espiritual la que constituye y mantiene nuestra unidad con Dios, la Mente, la fuente de toda comunicación verdadera.

En realidad, en la Ciencia divina, no tenemos historia mortal, de modo que no tenemos herencias genéticas. Y, por lo tanto, no tenemos —en realidad— nada que deje un residuo en ningún aspecto de nuestra existencia, incluida nuestra comunicación. Este es el hecho espiritual y, por lo tanto, el punto de partida para que cada uno de nosotros razone correctamente ahora mismo. Cada uno de nosotros, por ser el reflejo del Amor mismo, representa en realidad al Amor y su mensaje de bondad y armonía universal para la humanidad. De modo que, cuanto más nos apartemos de la ilusión de la historia mortal y cedamos a nuestra identidad espiritual original, tanto más sentiremos el abrazo de la divinidad y nos encontraremos mejor capacitados para expresar el mensaje del Amor. De hecho, mediante la oración constante y la práctica paciente, percibimos que el Cristo, la manifestación divina de la Verdad, está hablando a toda consciencia humana. Esta presencia divina que está en nosotros es la realidad de toda identidad individual, aquella que unifica a la humanidad y destruye las ilusiones de los sentidos materiales que producen disensión.

Entonces, cuando estemos “revestidos” del Cristo, de acuerdo con San Pablo, “no hay griego ni judío, …bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos” (véase Gálatas 3:27, 28 y Colosenses 3:9-11). Esto, por supuesto, no es una negación de la diversidad que caracteriza a la creación divina, como tampoco de la individualidad única sin duplicación alguna que diferencia a cada una de las ideas infinitas de la Mente. Se trata más bien de que un sentido material, corporal y personal niega estos elementos espirituales, basándose en la creencia en más de una mente, creencia que nos separa de Dios y unos de otros.

Ciencia y Salud explica: “El Espíritu diversifica, clasifica e individualiza todos los pensamientos, los cuales son tan eternos como la Mente que los concibe; …” (pág. 513). “Revestirse” del Cristo es realmente revestirse de la verdad de la identidad que tenemos en común como hijos del mismo Padre celestial, viviendo en el mismo reino celestial, hablando el mismo lenguaje celestial de las ideas espirituales. Pablo dice: “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19).

Todos en la familia de Dios, aunque nunca pierden su individualidad única, hablan el mismo “idioma”, aquel que la Sra. Eddy describe como “el lenguaje del Alma en lugar del de los sentidos” (La curación cristiana, pág. 7). La verdad es que, como nada es desconocido o extraño para Dios, nada puede ser desconocido o extraño para el hombre, la semejanza de Dios. Esto significa que tenemos una base espiritualmente científica para hablar idiomas extranjeros con mucho menos esfuerzo, y también sin nuestro acento nativo.

Pero también quiere decir, más importante aún, que incluimos en la consciencia la habilidad para comunicarnos y comprendernos unos a otros de formas que bendecirán a todas las personas, dondequiera que se encuentren en su experiencia. Esto es de gran importancia en un mundo donde hablar otros idiomas y comunicarse con personas de otras culturas se está volviendo cada vez más vital en la diplomacia, el comercio internacional y los tratos comerciales, y en la propia seguridad de cada país, así como en nuestra vida diaria.

Verdaderamente estamos destinados a experimentar esta comunicación más santa aquí mismo en este plano de existencia, en la proporción en que dejemos de lado la creencia en muchas mentes que nunca pueden lograr la verdadera unicidad. Cuando los móviles para comunicarnos están agobiados desde el comienzo con cosas como la obstinación, la justificación propia o la ira, esto puede producir un “acento extranjero” de diferente tipo que puede obstruir, o desconectar por completo, la comunicación sana y productiva. Se necesita gran humildad para recibir al Espíritu Santo y ceder a la afluencia del Amor universal que hace las comunicaciones “a medida” para responder con precisión a la necesidad humana y bendecir como en el Día de Pentecostés.

Mi ejemplo bíblico preferido de este tipo de comunicación hecha a medida se encuentra en Segunda de Samuel. Dios envió al profeta Natán para reprender los terribles pecados que David había cometido, tanto en su relación adúltera con Betsabé, como en los planes que había urdido para provocar la muerte de Urías, el esposo de ella (véase 2 Samuel, caps. 11 y 12).

Natán le contó a David acerca de cierto hombre rico que tenía muchas ovejas y vacas, y de un hombre pobre que solo tenía una “corderita” a la que amaba mucho y que vivía con su familia, “comiendo de su bocado y bebiendo de su vaso, y durmiendo en su seno; y la tenía como a una hija”. Entonces le contó a David que para alimentar a un viajante que pasaba, este hombre rico había matado a la corderita del hombre pobre, en lugar de tomar de su propio rebaño.

“Entonces se encendió el furor de David en gran manera contra aquel hombre” declaró que “el que tal hizo es digno de muerte. Y debe pagar la cordera con cuatro tantos, …[porque] no tuvo misericordia”.

“Entonces dijo Natán a David: Tú eres aquel hombre”.

David recibió la reprimenda con notable humildad. Dijo: “¡He pecado contra el Señor!” (2 Samuel 12:13, Nueva Versión Internacional). ¿Cómo logró Natán manejar lo que muy probablemente hubiera provocado que el rey se resistiera a ser reprendido? ¿Cómo logró hacerle ver el punto fundamental de su mensaje al rey David?

¿Será posible que Natán pudo tocar a David —que había sido un dedicado pastor de las ovejas de su padre— de la forma tal vez más tierna y vulnerable, en el lugar más receptivo de su corazón: el amor protector de un pastor por cada uno de sus corderos? (véase 1 Samuel 17:34, 35). Si Natán hubiera venido a David acusándolo dogmáticamente de sus pecados, este golpe directo probablemente no habría sido muy eficaz para conmoverlo. Pero Natán, movido obviamente por el Amor universal, habló con toda perfección el “lenguaje” de David sin ningún “acento” extraño para el Amor.

Hace muchos años, me pidieron que escribiera el discurso de apertura de una reunión importante que incluiría una amplia gama de grupos de edades, desde doce años a adultos. Me pidieron que, al escribirlo, ciertamente tuviera en cuenta todos los grupos de edades.

Al tener presente en el pensamiento que el ideal puro de la comunicación se origina en la Mente que es el Amor, nosotros también podremos reconocer, negar y desechar los elementos mentales que impiden la comunicación armoniosa, elementos tales como la obstinación, el temor, el dogmatismo, el chauvinismo, la manipulación, el sentido de superioridad, la hipocresía, el orgullo, la falta de perdón y la condena.Al pensar en la tarea a realizar, me di cuenta de que, si lo escribía tratando de acomodar humanamente muchos grupos de edades diferentes, me estaría entremetiendo entre el Amor que todo lo incluye y su expresión. Esto podría muy bien haber resultado en un mensaje trivial, desequilibrado y desarticulado. Al escribir, tenía que permitir que el Amor se expresara a través de mí, centrándome únicamente en la unidad que tenemos en común con el Amor, el Padre de todos, el Padre de toda comunicación verdadera. Entonces, como en el Día de Pentecostés, todos escucharían lo que se estaba diciendo en su “propio idioma”, diseñado por el Amor para responder a las necesidades específicas de todos aquellos que estuvieran presentes en la reunión. Los comentarios que hicieron posteriormente, desde los asistentes más jóvenes hasta los más maduros, me demostró que, cuando nos comunicamos, la simplicidad y la profundidad son una cuando cedemos a la Mente que es el Amor. De hecho, las preciosas parábolas de Jesús —tan simples, no obstante, tan infinitamente profundas— ejemplifican perfectamente esta verdad. 

Y tenemos la vital oportunidad de nutrir y practicar las cualidades propias del Cristo en nosotros mismos que permiten una comunicación más armoniosa, cualidades tales como el tacto, la paciencia, la mansedumbre, la compasión, la forma de pensar original, la integridad, el valor moral, la civilidad, la generosidad, el aprecio y la sabiduría. 

La comunicación desacertada o mal interpretada ha provocado muchos malentendidos, discordias y tragedias en el mundo. A nivel mundial, cuando comprendamos que toda comunicación e intercomunicación se origina en realidad en el Amor universal, la Mente única, expresándose a través de hombres y mujeres receptivos, las naciones se comunicarán con mayor inteligencia con las otras naciones, los políticos con los políticos, los diplomáticos con los diplomáticos, los colegas con los colegas, los maestros con los estudiantes, los adultos con los niños (y viceversa), los esposos y las esposas unos con otros, los seres humanos con las criaturas.

Es obvio que, el lenguaje humano, como lo conocemos, es limitado en su habilidad para expresar ideas espirituales. Pero este asunto no se trata de los límites del lenguaje humano. Se trata de mejorar, avanzar, refinar, purificar, elevar y perfeccionar la comunicación entre todos los habitantes de la tierra. Se trata del Amor ilimitado que lo incluye todo que responde a toda necesidad humana para que haya una comunicación eficaz mediante la energía dinámica del Espíritu Santo, la ley de unicidad que origina, delinea, ordena, gobierna, toda conversación desde la primera hasta la última palabra.

A medida que desarrollemos nuestra habilidad para practicar nuestra unidad con el Amor, desde el cual fluye toda comunicación verdadera, el “lenguaje del Alma” del que habló la Sra. Eddy permeará nuestras comunicaciones, y el entendimiento mutuo en lugar de la discordia prevalecerá.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / junio de 2018

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.