Una mañana de Navidad, cuando tenía nueve años, pensé que había recibido el mejor regalo del mundo. Vino en una caja muy grande y no podía imaginarme qué era.
Cuando la abrí, encontré una cortadora de césped. ¡Me encantó! Era una máquina para adultos realmente genial. ¡No veía el momento de probarla!
Pero unos años más tarde, ya no me gustaba la cortadora y sentí que mi regalo había sido un engaño. Cortar el césped no era divertido; era una tarea. Además, la cortadora hacía mucho ruido y usarla me daba mucho calor.
Traté de dejar de hacerlo, pero mi papá se rió. Dijo que todos en la familia tenían un trabajo, y el mío era cortar el césped.
¿Qué pasaría si orara?, me pregunté. Asistía a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y sabía que la oración siempre me ayudaba a sentirme más cerca de Dios y que esto eliminaría los sentimientos que tenía.
Así que oré. Para comenzar, pensé en una de las promesas de Jesús. Él dijo: “Busquen el reino de Dios… y él les dará todo lo que necesiten” (Mateo 6:33, NTV). ¿Qué quiso decir con eso? Se me ocurrió una idea: Si dejas de lado lo que tú piensas que quieres y, en cambio, buscas la ayuda de Dios, ¿puedes ver una mala situación transformarse en una buena? Sí.
Así que le pregunté a Dios qué debía hacer. Luego escuché. Es por esta razón que la oración es tan grandiosa: Puede ser tan simple como pedirle ayuda a Dios y luego escuchar atentamente para recibir una buena idea.
La respuesta que me vino fue: ¿Qué tal si cantas himnos? Bueno, esta sí que era una sorpresa, porque yo tenía vergüenza de mi voz. La gente siempre me había criticado cuando cantaba. Pero nadie podía oírme cuando cortaba el césped, por lo ruidoso del motor. Y cantar himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana me daba confianza y me hacía feliz.
Comencé cantando un poema llamado “Cristo, mi refugio”, por Mary Baker Eddy, que habla acerca de las dulces inspiraciones que vienen de Dios que “calma[n] ya todo dolor” (Escritos Misceláneos, pág. 396). Fue realmente el pensamiento correcto que eliminó mi resentimiento. ¿Cómo podía estar resentido o malhumorado cuando había sentido tan fuertemente que Dios estaba allí presente?
A partir de ese momento, disfruté mucho de cortar el césped. De hecho, estaba ansioso por hacerlo. En lugar de verlo como una tarea, ahora lo veía como un momento feliz para orar y cantar himnos. Incluso les cortaba gratis el césped a otros. Aprovechaba la oportunidad de sentirme cerca de Dios y cantar.
Sanar de resentimiento fue una bendición doble. Después de toda esa práctica, ya no me daba vergüenza cantar. Hasta cantaba con confianza en público sin temor o timidez. Y en lugar de tener miedo al ver la cortadora de césped, terminé pasando muchas horas felices con ella, cortando el césped mientras glorificaba a Dios.