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Gratitud: para encontrar los contornos del bien

Del número de noviembre de 2019 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 9 de septiembre de 2019 como original para la Web.


Estás despierta tarde por la noche, trabajando en la cocina. De pronto, se corta la luz y tu casa queda totalmente a oscuras. ¿Conoces el camino para ir a buscar la linterna que tienes guardada para una emergencia como esta? Probablemente sí, porque conoces los contornos de las mesadas y armarios cuando te abres camino para llegar al cajón donde se encuentran las cosas necesarias.

¿No es esta realmente una de las funciones de la gratitud, esa gratitud que enseñó Cristo Jesús? Cuando una enfermedad física o incluso la muerte hundían a una persona en la oscuridad, Jesús reconocía el poder sanador de Dios antes de que todos vieran la bendición (véase Juan 11:41–44, por ejemplo). Él conocía los contornos de la realidad espiritual allí mismo donde la oscuridad parecía estar. De manera que le era natural agradecer por aquello que estaba bien, gracias a la omnipresencia de Dios; y esta comprensión espiritual traía curación.

Hace algunos años, yo parecía estar atrapada en la oscuridad. Me dolía la espalda todo el tiempo; no importaba la posición, ya fuera sentada, parada o acostada. Una mañana, mientras yacía en el suelo tratando de sentirme cómoda, subí mi mano hasta la mitad de la espalda y sentí como si algo faltara o estuviera desalineado. Ahora, no solo estaba en la oscuridad del dolor, sino que también el temor se había apoderado de mí.

Durante meses había estado orando para sanar con la ayuda de una practicista de la Ciencia Cristiana, tratando de comprender mejor cuán cerca estaba de Dios, el gran Yo Soy del que habla la Biblia. Había estado orando para saber que soy la expresión misma de Dios, completa y saludable. No obstante, había muy poca mejoría.

Fue extraño, sin embargo, que aquella mañana cuando llamé a la practicista para contarle sobre la molestia y los temores que tenía, y hablar de mis oraciones, ella escuchara muy tranquilamente y me dijera, como había hecho en otras ocasiones: “Bueno, ¿qué puedes decirme de tu gratitud y tu alegría?”. No le dije lo que estaba pensando: “Mi gratitud y alegría están tan bajas que se encuentran prácticamente en el sótano”. En cambio, mi respuesta a esta sanadora cristiana, que me quería mucho, fue simplemente que estaban “bien”, y muy pronto terminó nuestra conversación.

La verdad es que, en ese momento, no tenía idea de cómo sentirme más agradecida, y ciertamente más alegre. Entonces me vino al pensamiento la frase “el don de gratitud”. Se encuentra en la primera estrofa del Himno 146 del Himnario de la Ciencia Cristiana: 

En Dios encuentro un magno don,
   que ignora la acritud y brilla,
quieto y sin temor:
   el don de gratitud.
(Violet Ker Seymer. N° 146, trans. © CSBD)

¡Esa era la respuesta! La gratitud es un don eterno. No es de extrañar que me costara tanto tratar de ser agradecida, de “fabricar” la gratitud, y hacer eso mismo con la alegría. ¡Por supuesto! Podía sentirme agradecida aun en medio del temor y el dolor, porque la alegría y la gratitud imbuían mi ser como hija de Dios y eran una expresión espiritual natural de Él. El himno continúa enumerando lo que hace la gratitud:

Su luz la senda terrenal
   aclara en la Verdad,
en luz celeste habitará
   el don de gratitud.

Este don de gratitud saca a la luz la capacidad natural del hombre para percibir la perfección espiritual ya presente, dejando de lado el sentido falso del yo con sus teorías y opiniones. La gratitud nos ayuda a amar realmente al Dios perfecto y a Su creación perfecta, la cual ya está aquí presente. El siguiente es un aspecto vital de la oración: “... un reconocimiento de la perfección del infinito Invisible confiere un poder que ninguna otra cosa puede conferir” (Mary Baker Eddy, La unidad del bien, pág. 7). Esto es algo que la Sra. Eddy aprendió, practicó y enseñó. En mi caso, aceptar y aplicar el don de la gratitud fue el comienzo de una importante y completa curación. Verdaderamente, estar agradecido es “un reconocimiento de la perfección del infinito Invisible”.

La gratitud y la alegría ayudan a revelar estos hechos gloriosos; los contornos del bien que nos guían hacia la luz.

En aquel momento, no podía imaginar que estas profundas lecciones sobre la gratitud y la alegría me rescatarían años después. Pero primero, antes de relatar lo que sucedió, he aquí una frase de una hermosa carta que los ujieres de La Iglesia Madre le escribieron en 1908 a Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia del Cristianismo: “Nos sentimos impulsados a reconocer nuestra deuda de gratitud hacia usted por su vida de espiritualidad, con sus años de tierno ministerio, aunque sabemos que la verdadera gratitud es la que se demuestra en vidas mejoradas” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 352).

Esto habla de otro aspecto de la verdadera gratitud que es mucho más que palabras: Se manifiesta en obras sanadoras, y al demostrar todo lo que sabemos de Dios en “vidas mejoradas”. Como ciudadanos del mundo, tal vez sintamos que hay una sensación muy grande de peligro y oscuridad dondequiera que vamos. A veces puede que sea fácil sentirnos atrapados en esa oscuridad al tratar de cuantificarla o calificarla, opinar al respecto, o incluso sentirnos desesperados por ella. No obstante, esta actitud podría finalmente hacernos abandonar tanto la gratitud como la alegría, nuestros preciados dones.

Se requiere de valor para buscar soluciones cuando se corta la luz, pero la gratitud impulsada por el Espíritu nos muestra los contornos del bien, del Amor divino, ya presente. Conocemos el poder de la gratitud por lo que revela de la creación de Dios aquí y ahora mismo, y sabemos e instintivamente sentimos la ingratitud y la insensatez de afianzarse en la oscuridad que es tan perjudicial.

En cuanto a lo que me ocurrió hace un par de años es que fui rescatada de la tristeza. Una amiga muy querida, con quien compartía mi hogar y quien había llegado a ser como una hermana para mí, falleció. Yo no tenía idea de lo difícil que sería eso. De vez en cuando, comenzaba sorpresivamente a llorar sin poder controlarme. Comprendiendo claramente la eternidad de la Vida —de Dios, quien nos crea y nos sostiene— yo no tenía duda de que la vida de mi amiga continuaba, pero la extrañaba muchísimo. Al ayudar a cuidar de sus bienes, tuve que hacerme cargo de muchos detalles de los cuales no sabía nada, pero que debían atenderse de forma apropiada.

Fue entonces que la gratitud y la alegría se impusieron. Cada vez que la oscuridad de la tristeza amenazaba con envolverme, me encontraba diciendo —y a veces en voz alta— lo que fuera por lo que estuviera agradecida en ese momento. A veces era algo sencillo: “Estoy muy agradecida, Dios mío, de que Tú estés aquí porque eres el Amor omnipresente. Esto es algo que yo sé y puedo sentir”. En otras ocasiones, la gratitud que me venía al pensamiento era: “Siempre estaré agradecida por mi querida amiga, y porque las maravillosas cualidades que expresaba siempre están presentes y jamás pueden estar ausentes de mi vida”. Cualesquiera fueran los trucos que la oscuridad parecía presentar, la gratitud impulsada por Dios se manifestaba de inmediato para traer luz. Justo cuando se necesitaba algo —ayuda, compañía, consuelo o un sentido más profundo de la bondad de Dios— se presentaba rápidamente. Los dones de la gratitud y la alegría abrieron mis ojos para que viera el enorme bien que hay a mi alrededor.

Mi completa curación y liberación no vinieron de la noche a la mañana, pero el amor de Dios constantemente atravesaba el sentido mesmérico de pérdida y vacío. Hoy estoy muy agradecida por estar más convencida que nunca de que la fuente de todo el bien para cada uno de los hijos de Dios es el Divino mismo; la Mente divina, el Espíritu divino, la Verdad divina, presentes justo allí donde se encuentra el hombre, Su expresión. La gratitud y la alegría ayudan a revelar estos hechos gloriosos; los contornos del bien que nos guían hacia la luz.

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